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EL CAMINANTE

Una obraespañolade Wagner

Wagner

«Lugar de la acción: en el dominio y el castillo del Grial ‘Monsalvat’: paisaje con el carácter de las montañas del norte de la España gótica». Con esta anotación escénica inicial podríamos pensar en un drama romántico español o en alguna de las óperas de Verdi basadas en esas obras de tema medieval. Son, en realidad, las primeras palabras del libreto de Parsifal, la última gran creación de Richard Wagner, que denominó «festival escénico sacro», y la única compuesta pensando en el Festpielhaus de Bayreuth, el teatro que hizo construir para sus obras y que se inauguró en 1876. Esa localización, en la España medieval cristiana, es la de los actos primero y tercero, mientras que el segundo tiene lugar en el castillo del pérfido mago Klingsor, en la zona bajo dominio musulmán.

Wagner nunca estuvo en España, pero conocía y admiraba las obras de Cervantes y Calderón de la Barca, muy populares entre la intelectualidad alemana del XIX. Aunque algunos, como Ángel Fernando Mayo, apuntan su interés por Calderón para la localización española de Parsifal, yo me inclino a pensar en la historia del Grial por muchos considerado el auténtico de la Última Cena, que hoy se venera en la Catedral de Valància. Ese Monsalvat de Wagner ha sido identificado por algunos con Montserrat, por el parecido fonético, y por otros con el monasterio aragonés de San Juan de la Peña. Allí estuvo el Grial durante más de tres siglos hasta 1437, en que fue ofrecido por Alfons el Magnànim a la Catedral de València.

Parsifal fue el testamento musical de Wagner. Después del fracaso económico que supuso el primer festival de Bayreuth de 1876, con representaciones del Anillo del nibelungo, el Festpielhaus permaneció inactivo hasta el 25 de julio de 1882, cuando se estrenó Parsifal, que fue un éxito. Wagner moría en Venecia el 31 de diciembre de 1883, casi un año y medio después.

Esta es, además, la obra que marca más que ninguna otra el distanciamiento de Friedrich Nietzsche con Wagner porque el filósofo consideraba que en ella «es todo demasiado cristiano, demasiado limitado». Pero no dejó de reconocer la singular fuerza expresiva de esa música sublime al escribir, también sobre Parsifal: «¿Acaso un pintor ha pintado jamás una mirada de amor tan melancólica como Wagner en los últimos acentos de su preludio?». Pese a la conocida pasión wagneriana de Hitler, tampoco era apreciado por el régimen nazi, que aplicó en sus últimos años una tácita prohibición de la obra y desapareció de la programación. En Bayreuth se representó por última vez en 1939, y en los años de guerra (de 1940 a 1944) solo se hizo allí Los maestros cantores de Núremberg, obra considerada nacionalista por los nazis. Un Parsifal con producción de Wieland Wagner fue en 1951, año de la reanudación de los festivales, bandera del Bayreuth desnazificado.

El Gran Teatre del Liceu lo estrenó el 31 de diciembre de 1913, al cumplirse los 30 años de la muerte de Wagner y quedar sin efecto los derechos que permitían a sus herederos representarla solo en Bayreuth. En València el Palau de les Arts ofreció por última vez Parsifal en 2008, en una interesante producción de Werner Herzog, con dirección musical de Lorin Maazel y de la que recuerdo la impresionante Kundry de Violeta Urmana.

Esta Nochevieja de restricciones pandémicas se cumplirán 97 años del estreno de Parsifal en Barcelona, quizá un buen motivo para volver sobre la única obra española de Wagner. En el primer acto, cuando caminan hacia el templo del Grial, el «necio puro» Parsifal dice al caballero Gurnemanz: «Apenas he caminado y lejos me encuentro ya». «¿Lo ves, hijo mío?», le responde. «Aquí el tiempo se transforma en espacio».

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