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Guastavino frente a Guastavino

Guastavino frente a Guastavino

Podría parecer una conspiración. Con apenas unas semanas de diferencia, se han publicado dos novelas muy distintas en torno a la vida de Rafael Guastavino (València,1842-Asheville 1908), a quien el New York Times en su necrológica llamó «el arquitecto de Nueva York».

La coincidencia en el tiempo es turbadora. Las divergencias entre ambas, también. Darían para un análisis comparado. Lo que no es, del todo, el caso de este artículo. Entre otras cosas, porque de la primera no he leído más que las primeras veinte de sus 424 páginas. Para mí, suficiente. Se trata de A prueba de fuego. La aventura americana de Rafael Guastavino, de Javier Moro, con quien Levante-EMV publicó una entrevista el pasado 30 de octubre.

Editada por Espasa, uno de los sellos de Planeta, ha debido tener éxito. El pasado fin de semana estaba agotada en las librerías de la ciudad. En su web, el grupo editorial, además de adscribirla al género de la «novela histórica», lo que en principio no es un demérito, la clasifica, además, como «novela literaria». Algo inquietante, pues parece reconocer que también publica novelas que no son literatura. Nefasta hipótesis de la que la mercadotecnia editorial la salvaría (supuestamente) con esta redundante adscripción taxonómica.

En las antípodas se sitúa Vida de Guastavino y Guastavino, de Andrés Barba, novela de apenas cien páginas, publicada por Anagrama en su colección Narrativas hispánicas. «Nueva York no es una ciudad, es una conjetura», la lapidaria frase del arquitecto holandés Rem Koolhaas aparece como epígrafe de un libro en el que la figura de Guastavino es, en todo momento, otra conjetura. «No sabemos…» es una modesta introducción a muchos párrafos que van salpicando el texto del principio al fin. Y es que, como avanza Barba, puede que este libro sea solo una mentira sobre la vida del arquitecto valenciano, que el propio autor quisiera que «mereciera ser verdad». Impugnación en toda regla de un género, la biografía, que, dice, «linda con la caricatura». De manera, que «no importa cuán documentado esté un texto, toda biografía es una ficción».

Barba juega limpio y por eso, para tranquilizar al lector más desconfiado, debajo de todos los «no sabemos», deja entrever un rico sustrato documental. Sobre esa base discretamente disimulada, el escritor levanta este curioso artefacto literario. A partir de ahí, invita al lector a imaginar el desarrollo de la historia.

Son datos mínimos, pero, a veces, muy precisos. Por ejemplo, mostrándonos el miedo a la muerte de Guastavino delante de los planos de la iglesia de St. Lawrence en Asheville, inspirada en la Basílica de la Mare de Déu del Desamparats. No falta el humor, como cuando cuenta «la mayor valencianada de la que se tiene constancia en las calles de Manhattan». Ni, la metáfora traviesa: «La bóveda es a la arquitectura lo que el abracadabra a los cuentos: allí donde aparece se suspende la lógica».

Hay un momento espléndido de la novela. Paulina, la esposa de Guastavino, decide dejar Nueva York y volverse a Barcelona. Guastavino se queda solo con uno de sus hijos, Rafael Guastavino Jr. Andrés Barba se refocila con la gran escena dickensiana que podría crearse aquí. Pobre Dickens. No es para menos, porque, fatalmente, las veinte primeras páginas del libro de Moro, cumplen con creces la profecía caricaturizada por Barba.

¿Se imaginan a un trabajador disidente de Planeta pasándole el manuscrito de Moro a los de Anagrama para que finalmente Barba acabara cachondeándose de Moro? Pueden estar seguros, yo no creo en las conspiraciones. Pero sí, en la capacidad de que la imaginación literaria anticipe el presente. Este tipo de movidas editoriales se supone, sólo pasan en las películas. Y ambos escritores, como dicen el uno del otro, son unos caballeros.

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