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Una conspiración permanente

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Las conspiraciones cotidianas son hechos sociales frecuentes y afectan a las relaciones humanas. Solemos, sin embargo, atribuirlas principalmente a las actividades políticas, los consejos de administración de las empresas o los acontecimientos extraordinarios con una dimensión pública. Especulamos, por ejemplo, con el asesinato de Kennedy o la muerte de Lady Di en un túnel de París, y ponemos en cuestión el informe Warren que atribuía a Oswald la responsabilidad exclusiva de la muerte del presidente, o el accidente de la princesa orquestada por algún servicio secreto ante la posible boda con un musulmán, Dodi al Fayed, hijo del entonces propietario del centro comercial londinense, Harrods. Pero existen conspiraciones pequeñas: en varias ocasiones en nuestro ambiente familiar los hijos se compinchan con la madre o el padre para conseguir una moto o un vehículo. También para liquidar al padre de familia como ocurrió en los años 80 con la llamada dulce Neus y sus hijos. O los amigos/as se reúnen para dar una sorpresa a uno de los suyos. Mayor impacto tienen las que se producen en los lugares de trabajo: la universidad, por ejemplo, está llena de reuniones semiclandestinas para influir en la resolución de los tribunales para una plaza docente. Y con frecuencia se leen noticias sobre los ceses y nombramientos de los responsables de los medios de comunicación, de los bancos o empresas. La política es un hervidero de conspiraciones permanentes. He asistido a varias de ellas y todo se resume en una estrategia para cambiar al que está en un puesto orgánico determinado o promocionar a alguien que merece la confianza de un grupo.

Es habitual que el que detenta un puesto político quiera seguir manteniéndolo por el tiempo que pueda, aunque haya manifestado, como Ximo Puig en el último congreso del PSPV-PSOE, que solo permanecería como presidente dos legislaturas. Sin embargo, ya se oyen voces de sus asesores y compañeros que proponen que continúe pues es la persona adecuada para seguir una legislatura más y presentarse como candidato a la presidencia de la Generalitat. Ocurre algo parecido en el PP cuando en los pasillos y ambientes de ese partido se especula sobre si Isabel Bonig seguirá encabezando la lista en las próximas elecciones o vendrán otros u otras a discutirle el puesto. Es la cantinela de todas las organizaciones políticas, salvo que los resultados electorales les favorezcan, y aún así si el candidato traspasa ciertas líneas que los que controlan las ejecutivas no toleran es cambiado por otro. Recuérdese el caso de José de la Borbolla que era presidente de Andalucía y fue descabalgado por Alfonso Guerra. Una comparación con otros países europeos daría resultados parecidos, forma parte de la esencia de los partidos políticos.

Estas prácticas se extienden también a acontecimientos mundiales. Lo estamos viendo con la pandemia que atribuye el Covid-19 a un virus creado en un laboratorio con el propósito de reducir la población mundial, principalmente de edades avanzadas. Abundan las teorías conspiratorias de todo tipo y un historiador como Richard Hofstadter ha insistido en el papel del conspiracionismo en algunas de las historias de EEUU. Pero se han extendido por todas partes: El rector de la Universidad Católica de Murcia se ha referido al papel de dominio mundial que quieren ejercer Soros o Bill Gates en contra de la civilización cristiana. Da igual que nos parezcan absurdas, siempre hay gente dispuesta a creerlas y defenderlas, como señalan algunos psicólogos. Es la manera de establecer un relato satisfactorio para explicar las acciones humanas. Si se produce un terremoto, la explosión de un volcán o un sunami las protestas vienen solo por la capacidad de los poderes públicos de afrontar las consecuencias, pero no se discute el resultado de la acción de la naturaleza y se aceptan las explicaciones geológicas. Algunos sociólogos o psicólogos sociales consideran que su aceptación es una forma de asimilar procesos que se asimilan a realidades probadas o se han mitificado en la literatura y el cine. Recuérdese el asesinato de Trotsky o las investigaciones sobre drogas que fomentaron la CIA o la KGB para conseguir que los interrogatorios fueran eficaces o que los interrogados, en caso contrario, pudieran resistirlas.

La literatura de ficción ha sido una fuente de inspiración para las teorías conspiranoicas. Otras no tienen un origen concreto, son anónimas, y se han extendido popularmente de manera espontánea, reforzadas por algunos medios. Hubo un tiempo en que se dio importancia a las visitas de extraterrestres en objetos volantes avistados en distintos lugares. También han existido conspiraciones de diseño que se han creado para ir contra determinadas opciones políticas gubernamentales o empresariales. Así, durante los últimos años de la Guerra Fría desde las repúblicas socialistas vinculadas a la URSS se difundió la tesis de que el sida era un virus fabricado por EE. UU, o que la Coca-Cola estaba diseñada para favorecer la drogadicción. Todo se ha multiplicado durante la presidencia de Trump, aprovechando las redes sociales y su disposición a no combatirlas, difundiendo la existencia de poderes clandestinos que intentan hacer fracasar las propuestas presidenciales representativas del verdadero espíritu del pueblo norteamericano. Y así, en la plataforma anónima QAnon, defensora de las políticas y opiniones de Trump nacida en 2017 por alguien anónimo que se hacía pasar por un funcionario gubernamental, se difunden especulaciones que tienen como punto común la existencia de una élite secreta, de la que formarían parte Hillary Clinton, Obama, Soros, Tom Hanks, entre otros relacionados con gente del Partido Demócrata, que ha creado una red de tráfico de menores que Trump trata de derrotar con la ayuda de una parte de las Fuerzas Armadas. De igual manera han reforzado la idea de que las elecciones presidenciales han sido amañadas para que gane Biden como consecuencia de la creación de poderes paralelos para controlar las instituciones democráticas. Una seguidora de estas teorías, Marjorie T. Greene, ha obtenido un escaño en el Capitolio. Y las creencias en conspiraciones han ocasionado problemas familiares porque actúan como las sectas captadoras de voluntades. Sociólogos, psicólogos sociales y psiquiatras estudian el fenómeno y existe ya una bibliografía sobre el tema. Un historiador como Bruce Cumings señala que, en todo caso, las conspiraciones no cambian la dinámica histórica de los pueblos porque sus consecuencias están por encima de la voluntad de sus autores, y así lo estudió en sus investigaciones sobre la guerra de Corea en los años, rebatiendo la tesis de que la intervención de EEUU estuviera motivada exclusivamente por razones defensivas y en nombre de acuerdos internacionales. (’Te origins of the Korean War ‘(2 vols) Pricenton University, 1981).

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