Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La llamada del capitán Ahab

La llamada del capitán Ahab

«Llamadme Ishmael». Muy sencillo, pero uno de los inicios de novela más célebres. Moby Dick de Herman Melville siempre ha sido para mí el paradigma de la narración de aventuras, una referencia que me invita a la relectura cada cierto tiempo. Durante años he vuelto a leer Moby Dick en verano como una especie de rito, aunque en los últimos tiempos he ido abandonando la costumbre. La obra no ha dejado por ello de interesarme, así como la impresionante adaptación al cine que dirigió John Huston en 1956. 

Hace unos días volví a Moby Dick, pero en la película de Huston. Es verdad que en poco menos de dos horas de proyección es imposible condensar los centenares de páginas de la obra literaria. Siempre me ha parecido que uno de sus grandes atractivos son los capítulos que Melville dedica a ilustrar de manera prolija y documentada sobre los aspectos técnicos de la pesca de la ballena. Sin embargo, la narración de Huston es enormemente atractiva y está llena de poderosas imágenes y acertados recursos al texto de Melville, incluido el mítico «llamadme Ishmael» que abre el relato. Se hizo mucho y muy buen cine en los cincuenta, pero una parte de él ha envejecido mal. No es el caso de Moby Dick. Con el recuerdo de la película siempre me viene la figura singular de Orson Welles, al principio, en la iglesia de New Bedford. Encarna, con una ancha y almidonada barba, un pastor que predica desde un púlpito que es una proa de barco rematada por una especie de mástil. Habla de Jonás, que intenta escapar de Dios y «cree que un barco construido por el hombre puede llevarlo a países donde Él no reina». Pero su desafiante soberbia lo lleva a acabar en el vientre de la ballena.

El sermón es una anuncio del comportamiento de Ahab, el capitán del ballenero en que se enrola un Ishmael interpretado por Richard Basehart. Ahab, que las versiones españolas suelen traducir por «Acab» versión castellana de ese nombre de uno de los reyes de Israel, está magistralmente encarnado por Gregory Peck. Con una barba negra que discurre por su mentón, y el rostro cruzado por una gran cicatriz, Ahab es el deseo de venganza contra Moby Dick, que le arrancó una pierna en la que lleva una prótesis construida de una mandíbula de ballena. 

Ahab prescinde de los intereses prácticos de la misión que dirige, y no duda en abandonar en alta mar ballenas ya capturadas con tal de perseguir su obsesión: dar caza a la ballena blanca. Ese es probablemente el principal valor de actualidad (o de intemporalidad) que tiene la película: la forma en que está plasmada magistralmente la obsesión de Ahab. Hay frecuentes primeros planos de Gregory Peck y primerísimos planos de sus ojos castaños que transmiten su empeño febril por capturar a Moby Dick, por vencerla, por dominarla. 

La tripulación consigue finalmente dar alcance a la ballena, después de grandes dificultades y espléndidas secuencias marinas, que fueron rodadas en aguas de Gran Canaria. Ahab lanza su arpón pero la ballena lo arrastra y se sumerge. Cuando vuelve a aparecer, se puede ver sobre su lomo un Ahab muerto aprisionado por los cables de los arpones que Moby Dick tiene clavados. Con el movimiento del animal, el antebrazo derecho del capitán se mueve con un gesto que parece invitar a la tripulación a seguirlo. Todos acaban pereciendo arrastrados por la ballena, excepto Ishmael. Me vino a la imaginación la imagen de Donald Trump llamando a sus seguidores a asaltar el Capitolio y precipitarse con él en el abismo.

Compartir el artículo

stats