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La Cencerrada

Gatos, ruidos y bodas. Una costumbre burlesca desaparecida del territorio valenciano

La Cencerrada

Dos diccionarios valenciano-castellano de finales del siglo XIX definen la palabra ‘Cencerrada’. El de Joaquín Martí Gadea denomina esquellà o esquellada al conjunto de esquilas o cencerros. Constantí Llombart amplía la descripción y nos precisa que «se trata de un ruido desapacible, que se hace con cencerros, cuernos y otras cosas, para burlarse de los viudos la noche que se casan. También suele hacerse cuando se casa un joven con una vieja o una joven con un viejo.»

En Catalunya se le denominó esquellotada. En poblaciones del centro y norte de la península se le llamaba Cinterria o Charivari [lo mismo que en Francia] ya que el ritual, se practicaba, igualmente, en Europa. En Italia, el Scampanatti; Ketelmusick en Holanda, Rough Music en Inglaterra o Katzenmusik en Alemania. Tenían como denominador común el empleo de instrumentos ruidosos, generalmente el cencerro, elemento imprescindible para esta parodia popular realizada como sarcasmo en las segundas nupcias de un viudo, con alborotos que sometían las uniones consideradas grotescas y llevadas al juicio de la risa y el escarnio público. Se consideró como parte de una cultura moral campesina, un ritual festivo, burlesco, satírico, carnavalesco, con tintes de pesada broma, más o menos obscena, que incluso, en ocasiones, acababa en los tribunales debido al empleo de ciertas letras escritas para ser cantadas o recitadas con el ánimo de ridiculizar a las personas objeto de la broma.

¿Cómo se llevaba a cabo? Una comitiva de jóvenes, organizada previamente, se dirigía a la casa del infortunado viudo y le cantaba una serenata de sonidos rústicos, desapacibles, que producían un efecto grotesco de espanto cencerril, con el añadido de un cierto carácter felino pues se empleaban gatos metidos en cajas, sacos o atados en sus colas, produciendo maullidos que completaban aquel ensordecedor ritual burlesco. Además del cencerro se podían emplean cuernos, latas, carracas o cualquier útil que pudiera producir el máximo ruido posible.

Antiguamente se pintaba con almagre el trayecto que iba desde la casa de la novia hasta la del viudo, así todo el vecindario estaba enterado de la boda. Incluso esta pintura roja estaba presente en las puertas de los protagonistas como señal inequívoca de quiénes eran y qué iba a acontecer.

Las cencerradas fueron prohibidas en tiempos de Carlos II, bajo pena de cuatro años de presidio y multa de cien ducados, como consta en la Novísima Recopilación de las Leyes de España, de 1765. Esta ley prohibía las injurias, denuestos y palabras obscenas de carácter individual.

En València una Pastoral a los Curas del Reino, del 20 de septiembre de 1776, recordaba la anterior ley sobre la prohibición de las cencerradas, «así como en lo que toca a los galanteos o entradas de los otorgados en las casas de sus otorgadas; y en dar cencerradas con motivo de segundas nupcias o casamientos de viudos o viudas, que a la verdad han resultado de fatales consecuencias y muchas desgracias». Continuaban las sanciones de cien ducados y cuatro años de presidio para cualquier persona que organizara el acto, incluyendo aquella que participara o fuera hallada con alguno de los instrumentos ruidosos.

La antigüedad de esta costumbre es difusa. Una de las referencias más antiguas la tenemos a principios del siglo XVII. La proporciona Miguel de Cervantes, pues en el capítulo XLVI del Quijote ya cita que «venían más de cien cencerros asidos y luego tras ellos derramaron un gran saco de gatos que asimismo traían cencerros menores atados a las colas…»

Otros autores nos dejaron comentarios sobre esta costumbre popular: Julio Caro Baroja, Joan Amades, José Martínez Ruíz, Azorín, o Juan Ramón Jiménez que en el capítulo CIX de Platero y yo relata que iban «tocando latas, cencerros, peroles, almireces, calderos, en rítmica armonía, en la luna llena de las calles. Ya sabes que doña Camila es tres veces viuda y que tiene sesenta años, y que Satanás, viudo también, aunque una sola vez, ha tenido tiempo de consumir el mosto de setenta vendimias […] Tres días Platero durará la cencerrada».

Vicente Blasco Ibáñez, en uno de sus cuentos valencianos, incluyó el título La Cencerrada, trabajo que publicó después como novela [Madrid, 1900]: «Pero, ¡qué cencerrada señores! Era en toda regla, con coplas alusivas que la gente celebraba con carcajadas y relinchos, y cuando cesaba momentáneamente el estrépito de latas y cencerros, sonaba la dulzaina con sus gangueos burlones, y una voz acatarrada hablaba de la vejez del novio y del peligro en que estaba el tío Sento de ir al día siguiente al cementerio si quería cumplir su obligación», en clara alusión a la avanzada edad del viudo y que no pudiera aguantar las embestidas sexuales de su amada en esa noche de bodas.

En El Cuento del Dumenche [sic] del 30 de mayo de 1909 se publicó La Senserrá (inspirada en la citada novela de Blasco Ibáñez), de los autores Lluís Bernat i Teodor Santonja, con música del maestro Josep Bellver, ya que una parte de la obra era cantada. Estas fueron algunas letras de las canciones contenidas en la obra [respetando la ortografía original]: «Che, eixe agüelo qué chica s’andú; en tot lo poble no la té ningú. La nit de novios que bé que estará, mereix que li fasen la gran senserrá. Si el tío Sento s’arriba a casar, en cuatre dies l’han de soterrar. Un tros d’agüelo que no está pa res, rosari i sopetes li convenen més».

El pintor Manuel Diago Benlloch realizó una serie de obras costumbristas destinadas a calendarios publicitarios de principios del siglo XX, y en uno de ellas dejó constancia plástica de la Cencerrada.

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