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CRÓNICAS DE LA INCULTURA

Imaginarios en crisis

Imaginarios en crisis

Aveces basta un suceso casual para poner de manifiesto que la situación es insostenible y que o cambiamos radicalmente nuestro comportamiento o vamos al desastre. El lector estará pensando en el típico niño que te viene con malas notas en una evaluación intermedia: -Ya decía yo que estabas demasiado tiempo con la play, ¡o te pones a trabajar de verdad o aquí te quedas todo el verano sin vacaciones! Lo curioso de estos síntomas premonitorios es que los suelen reconocer las personas, pero rara vez la sociedad. ¿Recuerdan todo aquello de que España es el mejor país del mundo porque somos individualistas y vivimos la vida a tope? Basta considerar el repunte del covid-19, cuya tercera ola está siendo la crónica de una muerte anunciada, para ver a dónde nos ha llevado esa apología de la insolidaridad irresponsable. ¡Pues claro que nos estábamos pasando con la falta de precauciones! ¿Por qué razón no íbamos a contagiarnos en una terraza donde todo el mundo te grita sentado a medio metro de ti? ¿Cómo pudimos suponer que el besuqueo de los parientes en la cena navideña tenía patente de corso? ¿Y esos tipos que con la excusa del deporte corretean resoplando sin mascarilla entre los grupos de peatones?: hasta ayer mismo no se había puesto coto a su conducta antisocial.

Otrosí. El último nevadón ha puesto el dedo en la llaga de otro imaginario insostenible propagado por todos los medios de comunicación, públicos y privados. Los noticiarios de los días 7 y 8 de enero fueron especialmente escandalosos. Un periodista con gorro de lana constata desde la M-30 una tragedia: hay centenares de personas atascadas que no pueden salir de sus vehículos. ¡Espantoso! Otra periodista embutida en un grueso anorak con capucha se lamenta de que los alrededores de la puerta de Alcalá se están convirtiendo en una pista de hielo. ¡Horrible! El presentador pasa la conexión a un tercer corresponsal, quien desde el aeropuerto de Barajas se echa las manos a la cabeza porque los aviones no pueden despegar y tal vez tengan que cerrarlo. ¡Catastrófico! Y así transcurría el noticiario durante más de una hora. Este modesto columnista que les habla es del norte de España y les aseguro que se ha quedado atrapado por la nieve muchas veces, que ha tenido que llevar a urgencias a vecinos mayores que se cayeron en el hielo y que ha perdido vuelos más de una vez por alguna nevada. Nunca me pareció nada del otro mundo. Claro que Madrid debe de ser ese otro mundo, y de ahí el dicho «de Madrid al cielo». Este sí que es un problema cultural español y serio de verdad. Mucho se habla de los malvados independentistas catalanes, pero hay que concederles su parte de razón. Lástima que, en vez de presentarse como antídoto de la ceguera centralista, se hayan inventado un dontancredismo alternativo que mira a su ombligo igualmente.

A la tercera va la vencida. Ahora todo el mundo se rasga las vestiduras con el timo que Astrazeneca pretende endosarle a la sacrosanta UE. ¡Pues claro que un laboratorio británico no tiene ninguna intención de respetar contratos con una entidad política que su país acaba de abandonar si hay otros que pagan más! Ya sé, ya: todo aquello del fair play. Pregúntenles a las antiguas colonias del empire y verán lo que les cuentan. Lo sorprendente es que en la UE no nos hubiéramos preocupado de blindar nuestros propios recursos sanitarios.

Vivimos en un momento delicado en el que los viejos mitos se tambalean: no se puede confiar en la gente ni en el estado ni en Europa. ¿Y entonces? Pues habrá que procurar que lo común prevalezca sobre lo particular. Desgraciadamente el imaginario comunitario tiene mala prensa, siempre resulta más simpático ir por libre. Es lo que le reprochaba Engels a Bakunin, cuando rechaza el movimiento cantonal anarquista que estalló en muchas ciudades españolas en 1873 («Los bakuninistas en acción»). Seguimos igual. Es como una pesadilla en la que sientes que tus ídolos van teniendo los pies de barro uno tras otro.

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