Virus, guerra y noticias

Viñeta del dibujante
Aguirre en «El Fígaro» de
Madrid, verano de 1918.

Viñeta del dibujante Aguirre en «El Fígaro» de Madrid, verano de 1918. / José Antonio Vidal Castaño

José Antonio Vidal Castaño

El agravamiento de la situación sanitaria en los difíciles días de finales de enero y principios de febrero de 2021 por la llamada tercera ola del covid-19, está colapsando hospitales y desbordando Unidades de Cuidados Intensivos, haciendo saltar todas las alarmas y previsiones. Se ha puesto al descubierto la falta de medios y personal sanitarios, la necesidad de espacios (camas entre otras cosas) donde ubicar y atender otras patologías que, en circunstancias menos anormales, serían atendidas como graves.

Nos consolamos pensando que el dolor y las dificultades que sentimos y padecemos aquí, en nuestra Comunitat Valenciana y en el resto de España, son prácticamente universales. Y es cierto. Por eso la reflexión sobre experiencias anteriores en el tiempo que manejamos (¿será el verdadero?) siguen estando de actualidad. Y es que algo tan sencillo como la falta de camas en los recintos sanitarios, duele y nos conmueve, pero eso no basta. Debemos asumir con todas sus consecuencias aquello de que «la salud es lo primero» y reclamar a las esferas políticas y sociales que disponen de facultades para hacerlo que laboren, en beneficio de todos, en disponer del dinero público necesario para invertirlo en sanidad y educación que es invertirlo en el cuidado de nuestra salud, en el «cuidado de si» como descubrió el pensador Michael Foucault en los últimos años de su existencia. Cualquier mirada sobre el pasado más o menos inmediato es una mirada sobre nuestro presente… Miremos pues a nuestra espalda donde también se encuentra parte de lo que tenemos delante…

El tres de junio de 1918 —próximo el final de la Gran Guerra europea o Primera Guerra Mundial— el londinense diario conservador de centro, The Times alertó al mundo de la existencia de un peligroso virus al que llamó «gripe española». Lo decía el Times y bastaba. La noticia se convirtió en global y dejó para la historia el estigma de una denominación: «gripe española», errónea por alejada de la realidad, para reclamar atención sobre una enfermedad que apareció como por ensalmo, sin que nadie la esperase y debido a la acción letal del subtipo gripal H1N1, cuyos orígenes no estuvieron precisamente en España. La censura militar imperante en los países beligerantes silenció la verdad pero no pudo ocultarla todo el tiempo.

La prensa internacional no cesó de insistir. Titulares sobre una tira de fotos como el que sigue (extraído de la prensa francesa) fueron abundantes: ‘Los londinenses llevando máscaras para preservarse de la gripe española’. En las ilustraciones se podían ver a paseantes burgueses y militares con elegantes sombreros y sombreros luciendo unas mascarillas de tela que, por cierto, no les protegían para nada del letal virus. Y es que antes del bautizo por el rotativo británico de esta gripe «española» que ocasionó -las cifras aún no encajan del todo- más de 40 millones de muertos en todo el mundo entre 1918 y 1920, tan solo la prensa española, en el ámbito conocido como orbe civilizado, fue la única en informar, casi de inmediato, sobre su presencia, efectos y de las diversas reacciones que en torno a ella se produjeron.

Dicha información, profusa en cuanto a presencia, tratamiento y detalles, no estaba exenta de cierta banalización o de excesos humorísticos, en sus primeros compases, cercanos al verano de 1918. Así El Fígaro de Madrid por medio de su dibujante Aguirre trataba la dolencia de ‘carácter benigno’ y utilizaba el sarcasmo, cierta crueldad gráfica en viñetas y dibujos. Se podía ver a un esqueleto vestido de militar (el virus fue llamado el «soldado de Nápoles» romanza de una popular zarzuela) sentado sobre tumbas levantadas en lugares como Caudete, Madrid o Alicante. El conjunto de la prensa facilitaba informaciones dispersas que podían aparecer en primera plana, como es el caso del ABC de Madrid, o al final de la primera columna de la izquierda del Diario Universal del 12 de julio de 1918…

Esto ocurría, más o menos, cuando la brutal guerra civil que libraban entre si los pueblos de Europa, parecía entrar en punto muerto… Su reactivación final, con el traslado de importantes contingentes de tropas estadounidenses comandadas por el general Pershing, pertrechadas de motivación solidaria y moral de victoria (tal vez porque los nuevos combatientes no conocían lo que suponía la «guerra de trincheras»), se mostraron decisivas, no sin superar «la resistencia de los mandos franceses e ingleses» (A. Astorri y P. Salvadori, 2011) a la hora de contrarrestar las numerosas unidades alemanas trasladadas desde el frente oriental al occidental. Fue una de las consecuencias de la paz entre austro-alemanes y rusos tras la revolución bolchevique de 1917.

La llegada de aquellos soldados norteamericanos entrenados meses atrás en campamentos militares ubicados, entre otros lugares, en las localidades de Funston y Haskell en el estado de Kansas fue decisiva no tan solo para el resultado final de la guerra, sino para la introducción y expansión de la gripe española por toda Europa y otros continentes. Según estudios consultados, la localidad de Haskell, desconocida para el mundo y habitada por poco más de 4.000 personas, tiene el infausto honor de ser «el origen de la gripe de 1918». Así lo anota, por ejemplo, Santiago Mata en su trabajo Como el Ejército americano contagió al mundo la Gripe Española (Amanecer, 2017).

Así lo explican numerosos libros, estudios, tesis doctorales, etcétera, entre los que cabe resaltar, como hice en su momento y desde este diario, el ágil y minucioso trabajo de la escritora Laura Spinney, El jinete pálido (Crítica, 2018). Fue la gripe española y no la guerra, en su opinión, la que «marcó el comienzo de la sanidad universal y la medicina alternativa», amén de otros efectos como el de lograr la mayor remodelación de la población mundial que se había producido hasta entonces.

Los devastadores efectos del virus gripal N1H1, afectaron mayoritariamente a personas entre 40 y 60 años, que obligaron, en un proceso con desequilibrios y altibajos profundos, al cierre de espectáculos y escuelas así como a restricciones y alteraciones de la vida cotidiana, política y social. Como ocurre hoy en buena parte con el (virus) y la (enfermedad) que llamamos covid-19, las medidas tomadas se revelaron insuficientes para amortiguar el abrumador número de muertos y contagiados.

Vivimos tiempos, se dice, de enorme superioridad tecnológica sobre aquellos de hace ya más de cien años, pero seguimos constatando la enorme fragilidad no solo de cada ser humano sino de toda la especie creemos, no obstante, dotada de inteligencia. Tenemos, una vez más, la necesidad de demostrarlo y de ser lo suficientemente humildes para detener, frenar si es posible, nuestra carrera hacia el desarrollismo, el gigantismo y el amor al peligro que envuelven y adormecen nuestras capacidades para convivir y crecer con relativa seguridad y sin comprometer nuestras libertades.

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