Musas extractivas

El título de este libro, Distraídos venceremos -tomado de un verso del poeta Paulo Lewinsky- es realmente encantador. En cuanto al subtítulo, Usos y derivas en la escritura autobiográfica, tiene el incómodo aire de tesis doctoral o de trabajo de investigación becado por una institución pública. Pero está bien que así sea.

El volumen se ocupa de un tipo específico de musas extractivas: las que operan con autobiografía del propio autor. Acerca de este material, Valdés efectúa una irreprochable observación: «en qué medida una obra es autobiográfica. Dudo que haya interrogante más idiota ni respuesta más compleja».

Y recuerda la relación confusa entre literatura y vida; y que los autores de los que se ocupa -brasileños y argentinos básicamente - escribieron en circunstancias a menudo muy adversas.

Formula su declaración de intenciones sobre esta ignorada veta de la literatura latinoamericana: «no me consta que ninguna publicación les tomara el pulso a estas escrituras, a veces terminales, otras un poquitín cafres. Las hay que se saben fallidas, pero también valientes, libres. Reúnen todo lo que espanta al mercado».

El libro se ordena en tres partes, agrupando diversos colectivos.

En la primera, incluye una «Poética del encierro». Incluye a Rosa Chacel, quien vivió veinte años de espaldas al trópico en el trópico, es decir, en Rio de Janeiro como si no hubiera salido de Valladolid. Y Maura Lopes Cançado, escritora que pasó buena parte de su vida en hospitales psiquiátricos.

En lo que denomina «Poética del injerto», consigna a Carlos Sussekind, escritor brasileño, que reescribió los dietarios de su padre difunto, en ocasiones corredactados con su psicoanalista. Y a Jorge Barón Biza, traductor de Proust, redactor de pornografía y de boletines de centros psiquiátricos, se suicidó en el 2001. En ambos casos, se trata de la experiencia traumática en la que el hijo trata de sobrevivir al padre.

En «Poética de la creencia», se ocupa de Severo Sarduy, escritor cubano, afincado en Paris, discípulo eminente de José Lezama Lima y vinculado al colectivo Tel Quel. Aseguraba que el escritor moderno «escribe más con el cuerpo que con la cabeza». Murió de sida den 1993. Y Héctor Viel Temperley, poeta argentino, trepanado, en una ocasión caminando por el puerto «entre una fila de plátanos sentí un ataque de Dios, un golpe de Dios y me puse a llorar» (…) «fui rodeado y traspasado por una sensación de amor tan intensa que me arruinó la vida en el mundo». Murió en 1987. Y Mario Levrero: uruguayo, escribió un Manual de parapsicología y peritaba puzles y acertijos.

En la segunda parte, introduce el vagaroso concepto de «Vahografias», asociadas a la idea de presencia ambigua, de simulación. Aquí acoge a los siguientes escritores:

Lucio V.Mansilla, un general argentino del siglo XIX, autor de la obra histórico-etnográfica de «Una excursión a los indios ranqueles».

Hector Libertella, argentino también, gerente del Fondo de Cultura Económica, editorial legendaria y benemérita.

Oswaldo Baigorria, asimismo argentino, que dedicó buena parte de su tiempo a seguirle los pasos a Néstor Sánchez -escritor huidizo, un Pynchon porteño-.

Maria Moreno, fundadora de la primera revista feminista argentina, y el primer periódico travesti de Latinoamérica. El affaire Skeffington es una novela sobre una poeta modernista cuyos propios versos conoció al medicarse con opio.

Y en fin, el «yirógrafo», Carlos Correas. (En el slang porteño, «yiro» equivale nuestro «chapero que hace calle»). Correas fue filósofo y profesor, con devoción perseverante por la obra de Dashiell Hammett y Jean Paul Sartre. Sus cuatro parejas femeninas murieron sucesiva y respectivamente, por paro cardiaco, secuestro, muerte súbita y accidente aéreo; la gran mujer de su vida fue un hombre: Oscar Masotta -figura paulina del lacanismo en España-, al que dedicó un pasional ensayo. Correas se suicidó en el 2000.

La tercera parte titulada «Ellas también sangran», utiliza el trabajo de investigación de la profesora Gelen Jeleton «La bibliografía como autorretrato», crestomatía de escritoras expuestas a diversos conflictos -de sexo, de raza, de clase social…

Audre Lorde nació en Harlem, murió en las Islas Vírgenes, en 1992, feminista y lesbiana; Gloria Anzaldúa, profesora en literatura, sintetiza su experiencia como vendedora callejera y chicana; Aurora Levins, poeta, medio jivara y medio judía, portorriqueña que trata reescribir cierta historia del feminismo; Concelçao Evaristo, nació en una favela, trabajó como empleada doméstica hasta doctorarse en literatura comparada, su nombre y su rostro aparece en las botellas de una conocida cerveza de trigo, como reclamo a la resistencia del feminismo negro.

Valdés advierte de las peculiaridades de su trabajo: «No hay notas al pie ni texto original con el que cotejar si lo que escribo son barbaridades o aproximaciones de buena alumna (me parece que hay de ambas cosas)».

Con la misma franqueza metodológica, reconoce que no comenta estos autores como académica ni crítica «sino a título personal y al margen de un debate que, como muchos, considero agotado: los límites de lo autobiográfico no están forzosamente en la ficción sino en nuestra propia existencia».

Buena parte del atractivo de esta obra es pues su tono informal, su aire de periodismo desinhibido o de una modalidad indie de tesis doctoral.

La literatura de raros, de marginales de toda índole, de almas vesánicas, de malditos, de autores de culto… constituye ya un honorable y prestigioso colectivo en las investigaciones académicas. Dispone de su propia Patrística encabezada por autores canónicos como Baudelaire y Rimbaud. Desde hace tiempo se elabora también una Matrística, de la que es, en parte, síntoma el libro que aquí comentamos.

El aura enigmática, la fascinación formativa que ha ejercido de este tipo de escritores se ha ido diluyendo con el tiempo dada su proliferación. Como los ascensos masivos a las sagradas cumbres del Everest.

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