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Corredor-Matheos

Ricardo Virtanen hace una selección con un amplio capítulo introductorio, en el que analiza con rigor su métrica e incluye en su antología partes menos conocidas de su producción poética.

Corredor-Matheos

En España los poetas sin generación parece que no existen, pues, desde el 98 y, sobre todo, desde el 27, el pertenecer a una generación es, al parecer, el único requisito que se exige, para serlo, a todo poeta. Pero, seamos serios: ¿pertenecer a una generación es la única condición que acredita como tal a un poeta?, ¿no lo debe ser más bien la naturaleza, calidad y condición de su propia obra? Porque parece que lo que importa no es el poeta sino su pertenencia -o no- a una generación, y que eso llega a ser más significativo y poseer más peso que los rasgos de su escritura y el conjunto entero de su obra. Lo que ha creado numerosas disfunciones en los planteamientos de la crítica con pocas y a veces absurdas consecuencias en la historia de la literatura. El caso del 27 y el del 50 empiezan a ser revisados y sus nóminas se contraen o ensanchan tanto como el fuelle de un acordeón. Se habla así del «otro 27» y del «otro 50» para indicar que no todos los poetas coetáneos o nacidos en una cronología próxima participan por igual de los mismo rasgos ni éstos- de existir- se dan por igual en todos al mismo tiempo y en el mismo modo. Y se achaca a oscuras intenciones o a sistematizaciones apresuradas la reunión bajo un mismo marbete de nombres y de obras que sólo en sus primeras manifestaciones presentaban una serie de rasgos en común, dejando fuera así a otras que, sin participar en ellos o tenerlos, iban a dar después mucho más de sí y a describir órbitas poéticas más singulares y desarrolladas. Corredor-Matheos (1929) - como Alfonso Costafreda, Antonio Gamoneda o César Simón- es clara prueba de ello. Ricardo Virtanen ha hecho una excelente selección que incluye un amplio capítulo introductorio, en el que resume lo que la crítica más consolidada ha dicho sobre distintos aspectos de esta obra, sintetiza los rasgos, temas y motivos que la singularizan, analiza con rigor su métrica, incluye en su antología partes menos conocidas de su producción poética, cuyo valor recalca, y recoge un utilísimo apéndice de variantes, que es su mejor aportación filológica. Aunque contiene erratas y también errores - uno, en un término alemán, mal escrito (p.65) o el llamar «ruinas grecorromanas» al templo de Paestum (p.126)- la selección está hecha con un gusto poético impecable y objetiva y define la importancia de la corredoriana creación. Considerado un poeta-isla - como también lo fueron Álvarez Ortega y Gil-Albert- la parte más significativa de su obra - y sobre la que con enorme acierto- se insiste aquí es la iniciada con su Carta a Li-Po (1975), que, si no es el libro que lo dio a conocer, porque había publicado varios antes, sí es aquel por el que como poeta empieza a reconocérsele. Y no era para menos: en él están, contenidos ya, todos o casi todos los elementos que caracterizan su mundo y su escritura (deliberada renuncia al ornato; economía lingüística máxima; verso de arte menor; reflexión espiritual; percepción metafísica y plástica; conexión con lo zen y con la mística; mundo orientalizante; proximidad a la estética del silencio; simbolismo intimista; despojamiento y desnudez en la línea del ideal japonés wabi-sabi; disolución del yo; introspección contemplativa; ausencia de metáforas; y algo casi insólito: humor en lugar de ironía). Corredor-Matheos es un poeta dueño, como pocos, de un mundo propio. «Escribir un poema/ que nada signifique» o «El ma:/ mientras lo miras, se evapora» pueden dar cuenta de la alta talla de este hondo poeta, extraordinario crítico de arte y profundo y sabio pensador, al que muchos consideramos un maestro.

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