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Mínimas que devienen máximas

El 2º Festival Internacional de Performances Mínimas Urbanas Confinadas en Vídeo, Cuerpo (no)urbano en acción se hace en València pero se proyecta, además, en diferentes ciudades de varios países

Mínimas que devienen máximas

Escribo estas líneas desde Brasil, donde quedé atrapado por la pandemia. Aprovechando mi condición de miembro del grupo de investigación ‘Arte Pública, Entorno e Novo Gênero, do Instituto de Letras e Artes da Universidade Federal de Río Grande’, presentamos, a través de la Galería Espacio Incomún do Núcleo de Exposições de esta universidad, el 2º Festival Internacional de Performances Mínimas Urbanas Confinadas en Vídeo, Cuerpo (no)urbano en acción. Un evento que se hace en València pero se proyecta, además, en diferentes ciudades de varios países, siempre con el apoyo de Cocuradores externos, como en este caso hemos sido Janice Martins Appel y quien esto escribe. El proyecto está ideado y dirigido por Elia Torrecilla, con la colaboración de Miguel Molina y su grupo de investigación del Laboratorio de Investigaciones Intermedia de la UPV. Este formato híbrido facilita las sinergias entre los artistas, la sociedad civil y los grupos de investigación académica que están explorando las últimas tendencias expresivas en formato de Arte de Acción. La de Río Grande (RS) ha sido la última presentación del evento y, a petición del público, hemos acordado mantener activo el enlace desde el canal de Youtube de la universidad, para que pueda seguir viéndose libremente durante todo el mes de febrero.

Como comentaba Molina, en una Live que celebramos el 10 de febrero, hacer un festival de performance urbana en un momento de obligado confinamiento domiciliario, se presentaba como un «incierto desafío que obligaba a reconsiderar el significado de términos como público y privado o doméstico y urbano». Por otra parte, nos explicaba Torrecilla, «optaron por ordenar el material siguiendo una secuencia temporal que permite apreciar cronológicamente la evolución de la pandemia». Algo que refuerza las interacciones entre los diferentes vídeos y facilita la comprensión global del Festival como un todo. También comentó que «en el programa se ha incluido, como introducción, una selección de acciones espontáneas sin autoría reconocida, con la intención de expandir el campo de interés del Festival más allá de lo artístico». Entre ellas quiero destacar una propuesta de carácter activista, grabada al principio de la pandemia cuando todavía no era obligado el uso de máscaras, en la que se puede ver como varias mujeres, que están de compras en un supermercado, se desprenden de sus bragas para colocárselas en la cabeza, cubriendo bocas y narices con ellas. Un público llamamiento a usar algún tipo de filtro protector contra el virus -cuando, recordemos, era imposible conseguir cualquier tipo de equipamiento sanitario.

Dentro del programa oficial, seleccionado con rigor por un Comité Científico del que formé parte, me gustaría mencionar algunas obras que me parecen especialmente significativas. Como la grabación de la emotiva danza en la azotea de Inder Salim, en la que el cuerpo del bailarín casi desaparece, y termina cayendo, al mover dramáticamente la ropa que debería estar tendida; el vídeo de Bibiana de la Soledad, que conceptualmente traslada la Caverna de Platón al Paseo Marítimo de Alicante para mostrarnos un paseo de sombras que remite al simulacro de vida en libertad que estamos viviendo; el de Ronnie Sluik, que intenta combatir la soledad convirtiéndose él mismo en su amigo (in)visible; el de Endica Basaguren, que me hizo reír, divertido, por su forma de llevar la obediencia hasta el absurdo cuando pasea por el centro de la ciudad con una cinta métrica que marca su perímetro de distanciamiento; o el de Omar Jerez y Julia Martínez que también me hizo reír, pero con regusto amargo, pues con su gesto de lamerse apasionadamente las manos ponía en evidencia la inutilidad de la rebeldía en estos momentos. La misma risa trágica, celebrada como potencialmente liberadora y necesaria por el filósofo Clément Rosset, que provocan las 101 formas de ponerse la máscara, del colectivo The Masked Team, pues nos encontramos ante una alterada situación en la que, como comentaba en la Live Olivia Godoy, «el miedo a la soledad es casi tan grande como el miedo a la muerte». Palabras que ayudan a comprender, que nunca a disculpar, algunos comportamientos de riesgo que sólo desde este prisma se entienden. Un recomendable Festival, en definitiva, dentro del cual, según Martins Appel: «algunas acciones mínimas devienen máximas».

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