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EL CAMINANTE

Dry Martini

Dry Martini

La reciente desaparición de Sean Connery, que siempre me ha parecido el James Bond más logrado en el cine, y la revisión de sus películas me han hecho recordar el cóctel preferido del personaje creado por Ian Fleming: el Dry Martini. Como todo en el singular agente secreto, su Dry Martini es heterodoxo, ya que no es de ginebra, como el clásico, sino de vodka, y, en frase celebérrima, «shaken, not stirred» («agitado, no removido»): es decir, moviendo la coctelera con las dos manos.

En realidad el Dry Martini se ha convertido en el rey de los cócteles y, sin duda, en el más literario y cinematográfico. Sus orígenes están en Estados Unidos a principios del siglo XX o finales del XIX, y se dice, aunque hay gran confusión al respecto, que el nombre no procede de la célebre marca de vermut, sino de un barman de Nueva York llamado así, que servía el cóctel, aunque también se atribuye a otro de Boston de origen hispano llamado Martínez. A diferencia de la variante del 007, el Dry Martini clásico se suele preparar en vaso mezclador, con cubitos de hielo, sobre los que se vierte ginebra y vermut blanco seco. Los puristas recomiendan Noilly Prat, pero la marca, como la de la ginebra, es opcional. Se suele añadir una oliva y una corteza de limón previamente exprimida sobre la copa, y se remueve con una cuchara larga. Se sirve sin el hielo. La proporción varía, y las recetas van desde el 50% para ambas bebidas hasta un simple chorrito de vermut para dar un ligero sabor a la ginebra.

Los nombres de celebridades aficionadas a este cóctel son incontables. Por ejemplo, el presidente de los EE UU Franklin D. Roosevelt, a quien se atribuye la creación de la variedad Dirty Martini, con unas gotas de la salmuera del bote de olivas. Lauren Bacall recuerda en su aubiografía la costumbre de Humphrey Bogart de tomarlo con sus amigos, y Ernest Hemingway recomendaba 15 partes de ginebra por una de vermut. Luis Buñuel escribe en Mi último suspiro que él prefería remojar los cubitos en el vermut seco y luego tirarlo antes de poner la ginebra, mientras que Winston Churchill aconsejaba mirar la botella de vermut y dejarla sobre la chimenea antes de remover los cubitos solo con ginebra. En el cine hay infinitos testimonios: muchos recordarán a Rod Taylor y Tippi Hedren tomando un inverosímil Dry Martini en una colina en Los pájaros de Hitchcock, antes de que las aves revienten una fiesta infantil, o a Walter Hampden intentando sacar una oliva de un estrecho bote de cristal para preparar el cóctel en Sabrina, de Billy Wilder.

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