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Historia de la gente

Francisco Espinosa relata la represión de la «sagrada causa nacional» a través de documentación judicial militar

Historia de la gente

«Cualquiera que esté algo familiarizado con el estudio de la represión sabe que la primera gran división que se produce tras el golpe militar del 18 de julio es la que separa a la España donde triunfa la sublevación de la España donde fracasa. Dicho de otra forma: en media España no hubo guerra civil alguna sino solo golpe militar y represión». Lo escribe Francisco Espinosa en su libro Lucha de historias, lucha de memorias (2015). Bien conocido es el trabajo de este historiador que ha dedicado sus investigaciones -y prácticamente su propia vida- a escarbar en los archivos y patearse los sitios para construir una historia de la represión como no ha habido otra en nuestra historiografía contemporánea. Ahora acaba de publicar su último libro: Por la sagrada causa nacional. Historias de un tiempo oscuro. Badajoz 1936-1939. Digo «escarbar en los archivos» y el propio autor empieza señalando la dificultad que todavía hoy encuentran los trabajos de investigación -dentro y fuera del ámbito universitario- para tener cuantos más datos mejor y construir así, con el máximo rigor, la historia última de este país, un país donde, en palabras de Paul Preston, «la dictadura había impuesto una visión única del pasado». La dictadura franquista que vendría después del triunfo fascista en 1939: «Un mundo de violencia y terror en el que una parte de la sociedad se impuso totalmente a la otra», escribe Espinosa. Recuerden los versos de Gil de Biedma: «Media España ocupaba España entera…»

En esta ocasión, el historiador regresa a su tierra. Extremadura. Mucho ha escrito sobre esa tierra y la represión que sufrió desde los primeros momentos del golpe de Estado. No olviden ese impresionante testimonio que es La columna de la muerte. El avance del ejército franquista de Sevilla a Badajoz (2003). Para contar estas «historias de un mundo oscuro», entre los más de mil expedientes referidos a Badajoz, selecciona primero doscientos cincuenta y finalmente los cincuenta y ocho que forman la base de este trabajo. Algunos de ellos -muy pocos- ya aparecían en su libro La justicia de Queipo (2000): «Se trata de una documentación compleja, tanto por el estado de los documentos, afectados por el maltrato y el abandono sufridos, como por estar muchos de ellos escritos a mano, con deficiente caligrafía, plagados de faltas de todo tipo y en un castellano decrépito y apelmazado que poco tenía ya de lengua del Imperio».

Entre toda la exhaustiva y detallada narrativa que se cumple en este libro me quedo con algo que se olvida con demasiada frecuencia en las crónicas de la represión: los nombres que la hicieron posible. Y además con una cualidad que avergüenza: su inquietante, absoluta impunidad. De ahí, que su lectura debería resultar imprescindible para clavar en nuestra conciencia la necesidad de conocer el pasado y trabajar por la dignidad de su memoria: «Con la excepción de algunos nombres conocidos y de la mayor parte de las personas que cayeron víctimas de la represión, los nombres que aparecen en el texto son de individuos que no suelen salir en los libros de historia. Me refiero a todos los que de un modo u otro contribuyeron al triunfo del golpe militar y colaboraron en las tareas represivas, desde los que tomaban las decisiones hasta los que las ejecutaron». Un elocuente párrafo que se completa con el siguiente: «Hemos dedicado décadas a recuperar los nombres de las víctimas, de los de abajo, y ya parece tiempo, aun dentro de las limitaciones impuestas a la investigación por quienes la controlan, de mostrar quiénes fueron los que estuvieron al servicio de la represión, los de arriba». No es ésta una tarea fácil. Ejemplos de esa dificultad son las querellas que las familias de esos represores han presentado contra historiadores que intentaron sacar a la luz, con datos más que constatados, el papel que jugaron sus antepasados en el aparato represor de la guerra y la dictadura franquista. Dos ejemplos recientes: el hijo de Antonio Luis Baena Tacón, miembro del tribunal que condenó a Miguel Hernández, exige que el nombre de su padre sea borrado de un estudio llevado a cabo por el profesor de la Universidad de Alicante Juan Antonio Ríos Carratalá. El segundo es de apenas hace unos días: el nieto de Jaime del Burgo, jefe de requetés en Navarra cuando se produce la gran matanza de republicanos en la Tejería de Monreal, se querella contra el historiador Fernando Mikelarena por nombrar a su abuelo en uno de sus artículos.

Bastante de lo que se cuenta en este libro se alarga hasta ahora mismo. El lenguaje de los vencedores que se impone desde el mismo día de la victoria fascista. Trucar ese lenguaje es una de las estrategias para justificar el golpe de Estado en julio de 1936. Las elecciones en febrero de ese año que dieron el triunfo al Frente Popular eran, según los sublevados, «fraudulentas», y por eso «lo que los militares hicieron fue simplemente ocupar el vacío legal que existía en el país tras esa fecha». Así pues, en el colmo de la paradoja, quienes siguieron defendiendo la legitimidad de la República frente a los rebeldes golpistas pasaron a ser acusados y juzgados por «el delito de rebelión». Siempre que las derechas no gobiernan, consideran que un gobierno de izquierdas es ilegítimo. Eso fue hace casi ochenta y cinco años y eso sigue siendo ahora mismo en nuestro país. El tiempo pasa, pero hay herencias que no caducan.

Volvemos a la base de la investigación que da paso a este libro de lectura ya digo imprescindible: los archivos. «Cada expediente constituye una ventana abierta al pasado». También dije que todavía hoy resulta difícil acceder a según qué archivos. Y así no hay manera de solventar los déficits que ha sufrido la investigación histórica a lo largo del tiempo. Pero empeños como los de Francisco Espinosa y bastantes de sus colegas justifican que sigamos indagando en ese laberinto de complejas ocultaciones en que se ha convertido la historia última de nuestro país. Es importante dejar claro que los archivos no tienen esa frialdad que algunos les achacan. Para nada. Hay en ellos, en esos legajos «afectados por el maltrato y el abandono», auténticas historias de vida. Por eso bien claro lo deja el autor cuando habla de este libro: «Es también, en su sentido más básico, historia de la gente».

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