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Reflexión sobre el misterio existencial

Eloy Sánchez Rosillo prodigue su andadura con este nuevo libro, uno de los mejores y más hondos que el poeta haya escrito.

Reflexión sobre el misterio existencial

De todos los poetas de su generación Eloy Sánchez Rosillo (Murcia 1948) es el que posee una voz elegíaca más matizadamente modulada, en la que asistimos de continuo a la extraña y deslumbrante maravilla que supone el hecho de existir. Poeta existencial e intenso en su compleja sencillez expresiva, su escritura ha ido creciendo hasta encontrar su propia órbita, describir su personal y lúcida trayectoria, y establecer una perspectiva, que es cosmovisión, y una percepción de la vida, que constituye, más que una filosofía, una hermenéutica. Su último libro, cuyo título recuerda el de Sir James Frazer, poco tiene que ver con los estudios mitológicos de aquel, aunque algún poema suyo como «La Diosa Blanca», se titule igual que el de un conocido libro de Robert Graves. Pero a Sánchez Rosillo, aunque su poesía sea culta, no le atraen ni los culturalismos ni los ismos sino el natural desarrollo del vivir, el río que nos lleva, el instante que somos, la persona que fuimos, la que seguimos siendo, la que dejaremos de ser. Todo eso, en fin, que identificamos con el misterio de la existencia y que él somete a una continua reflexión y a un emotivo análisis .

Sus poemas oscilan entre la narratividad de los textos más largos -«En la mañana inmensa», «Cartas de ultramar», «Viento del existir», «Hablo aquí del comienzo», «A unas moreras», «Café Iruña», «Hotel», «El miedo», «Era septiembre», «Itinerario al caer la tarde», «Dejo la puerta abierta»- y el comprimido lirismo de los muy breves. Y entre unos y otros, ensaya una vía de dicción intermedia, en la que su sistema expresivo funciona pero que muy bien: «Contrastes», «Estar entre las cosas», «Date prisa», «Talismán», «Vía Láctea», «Final de un día», «En el secreto de la noche», «Al mirar lo vivido», «La hora irrevocable», «Olor a junio», «Plegaria en un cumpleaños», «El acuerdo», «La abeja y la muerte», «Un petirrojo», «Los extremos del tiempo», «Reencuentro», «Atisbos» son ejemplos de una contenida y controlada extensión, sin que por ello los más extensos sean mejores que los otros, porque todos destacan por su logrado equilibro y su conseguida y admirable calidad. Entre el epigrama y la elegía es donde su modo de dicción mejor se mueve y -hay que decirlo- no necesita nada más porque le basta con eso para roturar el preciso espacio de su completo mundo. Tú estás a salvo en tu memoria -dice- y eso es lo que este libro suyo, sobre todo, es: un acta fiel de los momentos más significativos impresos para siempre en su memoria y que -como Tucídides pensaba de la historia- configuran por ello su propio ktema es aei: su propia «adquisición y propiedad para siempre». Para Sánchez Rosillo el fondo está a la vista, en lo inmediato y eso es lo que -como en la carta que Antón Sánchez, natural de Sevilla y asentado en El Cuzco, escribe a su mujer en 1590- hace que todo el idioma tiemble en sus palabras y en las nuestras también, generando en nosotros, sus lectores, una emoción germinativa y honda/y una pequeña dicha inabarcable, que nos invita a movernos no en lo efímero/sino en los orbes de la eternidad.

Poesía virgiliana en su tono y azoriniana en su candente intimidad, la de Sánchez Rosillo nos acerca a la intensa luz que respiramos hasta en el fulgor que crece en la ceniza. Todo este libro suyo es eso: un encuentro con nosotros mismos convertidos en materia -e incluso en personaje- de nuestra propia identidad. Como Mecenas en uno de sus poemas repetía, Lo importante es vivir, aunque el vivir nos duela,/ estar vivos del todo mientras dure la vida. Es este epicureísmo mediterráneo, latino y romano lo que, como en Horacio, impregna su pensamiento y su poética a la vez: lo que, como en Horacio, convierte nuestro continuo cambio y devenir en alegría.

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