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COMPLICIDADES

"Noruega"

Rafael Lahuerta, autor de la novela "Noruega" Germán Caballero

Alguien dijo alguna vez que, si Dublín fuera arrasada por efecto de una catástrofe, podría ser reconstruida desde la nada siguiendo el mapa que James Joyce había trazado en Ulises. Algo semejante se podría decir con respecto a la extraordinaria novela que ha escrito Rafa Lahuerta, Noruega: si València desapareciese, sobre todo la València de Ciutat Vella, podría volverse a levantar de nuevo utilizando el dibujo que realiza el narrador de la obra.

Ahora bien, esa València que aparece en Noruega no existe más que en la cabeza del protagonista, a través de la voz que el autor le concede. Como no podía ser de otra manera, se trata de una construcción sentimental erigida gracias al manejo sabio de las palabras. Una València minuciosa, desde los noventa hasta nuestros días, con los nombres de sus calles y plazas, sus bares y cafés, sus comercios y tiendas, sus discotecas y garitos nocturnos, sus monumentos y sus ruinas. Una València elevada a la categoría de gran protagonista literaria, un animal con respiración propia, con su historia privada y pública, una ciudad que es un completo universo en la estupenda prosa de Rafa Lahuerta, tan salvaje y brillante como eficaz.

Noruega es una gran novela de iniciación -algo que tal vez sean todas las buenas novelas: de iniciación a la vida, de iniciación al conocimiento de uno mismo, de iniciación a la vocación literaria, de iniciación al amor y al fracaso, de iniciación al aprendizaje de la muerte.

Se nos brindan, a la vez, una novela y una poética de la novela, la teoría y su práctica. Asistimos a la lucha interior de un novelista por llevar adelante su intento de escribir una gran obra de amor: el amor desesperado hacia su ciudad (una pasión que nos recuerda a veces los versos de Borges: (No nos une el amor, sino el espanto./Será por ello que la quiero tanto.); el amor febril hacia la lectura y la escritura, el amor hacia individuos concretos que se cruzan en la vida del protagonista (su hermana, su abuelo, una mujer a la que no sabe retener), el amor hacia los placeres concretos del mundo (la comida, la bebida, el fútbol, el deambular sin dirección.)

Desde La balada del bar Torino, su estupendo libro anterior, han pasado siete años, y Rafa Lahuerta se ha transformado en lo que está al alcance de muy pocos: el autor de una obra maestra. Lo ha hecho en silencio, con esmero, en soledad.

Ha declarado hace poco que no es escritor, sino tendero. En su caso no son tareas incompatibles; pero lo cierto es, en cualquier caso, que se ha convertido en un extraordinario conocedor del alma humana.

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