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Inventario de absolutos

Rafael Narbona sostiene que la mística no es un asunto del pasado, porque sigue ejerciendo una poderosa fascinación.

Inventario de absolutos

Taugenit es una simplificación del vocablo que en lengua alemana significa «holgazán». Encantadora ironía el dar ese nombre a una editorial dedicada a textos filosófico-religiosos, en la que el escritor Rafael Narbona ha publicado el libro que hoy comentamos.

Peregrinos del absoluto recoge a doce autores que se han ocupado de lo sagrado, en sus más diversas manifestaciones: Teresa de Jesús, mística de la felicidad; Juan de la Cruz, del desamparo; Blaise Pascal, el corazón; William Blake, la imaginación; Soren Kierkegaard, la libertad; Miguel de Unamuno, la duda; Rainer María Rilke, la noche; George Bataille, la transgresión; Simone Weil, el amor fati; Emile M. Cioran, la nada; Etty Hillesum, la alegría; Thomas Merton, el rostro.

La tipología propuesta por Narbona es seguramente intercambiable -como cabe esperar en el terreno en el que opera.

La mitad de estos autores vivieron en el siglo XX; todos que emplean la literatura para consignar una experiencia límite.

En el prólogo del libro, el profesor Gomá caracteriza el fenómeno extático: «determinados estados alterados de conciencia del espíritu humano, fuera de la experiencia ordinaria, obran lo inesperado en algunos individuos carismáticos que logran peraltarse hasta el absoluto, convulsionando la cotidianidad en que habitualmente moramos. Ha habido filosofías, como las de Plotino, Nicolás de Cusa, Leibniz o Hegel, que han tratado de apresar el absoluto en el concepto. Pero el resorte de esta alteración maravillosa de conciencia suele ser un sentimiento extático que desborda los cauces por donde discurre la normalidad humana».

El término «místico» aparece en la tradición cristiana, como adjetivo, en el siglo III en la obra de Clemente de Alejandría. En el siglo V adquiere primacía filosófica con el Pseudo-Dionisio, el cual opone el conocimiento extático al deductivo y racional. Es una vía en la que no hay evidencias, pero si la absoluta certeza de haber tenido un encuentro con lo sagrado.

Gershom Scholem, una de las máximas autoridades sobre estas cuestiones, observa que no cabe un misticismo al margen de las religiones constituidas; «El místico anarquista de su propia religión es una invención sin fundamento. Los grandes místicos han sido fervorosos adeptos de su religión». Por eso hay tantas variantes, aunque en último término todas confluyen,

La mística busca lo infinito en lo finito; suele recurrir a los procedimientos poéticos que conciben la palabra no como instrumento sino como revelación. La idea de lo sagrado le ocasiona al lenguaje inquietantes boquetes de sentido. La momentánea identificación con la Totalidad hace que se esfumen la frontera entre lo externo y lo interno.

Rafael Narbona concluye su Introducción con un tono ciertamente lírico: «La llama mística es ceniza helada; se alimenta de frio y la incertidumbre, pero anuncia una aurora de pájaros cantores y viñas en flor».

El perfil de los autores estudiados es heterogéneo. Pero todos tienen en común la práctica de una literatura extrema. De hecho, la forma más extrema de literatura. Aquí pues no se incluyen los contemplativos iletrados o los que deciden no comunicar, no escribir.

Tenemos desde la eminente calidad literaria y espiritual de Teresa de Jesús que cuenta cosas como: «estando una vez en oración, se me presentó muy en breve (sin ver cosa formada, mas fue una representación con toda claridad) cómo se ven en Dios todas las cosas y cómo las tiene todas en sí. Saber escribir esto, yo no lo sé».

O Blaise Pascal que en la noche del 23 noviembre de 1654 se produjo su conversión al sentir el Dios oculto del que habla el profeta Isaías, y el posterior empleo teológico y salvífico que le dio a su teoría matemática de las probabilidades.

O el marxismo seráfico de la admirable Simone Weil, quien, entre otras cosas, formó parte de la columna Durruti durante la Guerra Civil española; le ocasionó una grave crisis de ético-espiritual al presenciar al fusilamiento de un militante falangista.

O los sarcásticos comentarios de peluquero impío, del rumano afincado en Paris, Emil Cioran.

O George Bataille, joven seminarista, hijo de un padre ciego y enloquecido. Fue bibliotecario y visitante habitual de burdeles en los que sus peticiones alarmaban incluso a las profesionales más experimentadas. Tuvo una suerte de «iluminación inversa» contemplando una antigua fotografía china del descuartizamiento de una persona. En la transgresión extrema buscaba el encuentro con lo sagrado.

El citado profesor Javier Gomá señala en otra ocasión: «La Modernidad tardía ha declarado el descreimiento sobre cualquier modalidad de absoluto. Hemos pasado del sano relativismo -que nos protege frente al riesgo de beatería hacia lo que no merece el menor crédito- a un relativismo furioso, obnubilado, que nos desposee de la idea del Todo y clausura cualquier forma de mística, privándonos, por tanto, de una experiencia constitutiva de lo humano».

El terreno en el que se mueve el misticismo -una suerte de Negociado de las dulcedumbres e intemperancias de lo Invisible-, es siempre el límite entre lo sublime y lo grotesco, la santidad y el deseo capcioso, la más alta sabiduría y una modalidad extravagante de patología mental, la cima teológica o el diván del psiquiatra…Y siempre a la búsqueda de una anhelada «unión de contrarios».

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