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Arte de épocas inciertas

Maria Luisa Caturla estudia los momentos, antiguos y modernos, sumidos en el vértigo, la crisis y la duda, y el modo en que las artes han expresado sin rodeos esa perplejidad mediante formas tortuosas, llameantes, esquivas, indecisas

Albert Einstein, María Luisa Caturla y José Ortega y Gasset, entre otros, en Toledo, 1923. Archivo de la Fundación José Ortega y Gasset-Gregorio Marañón

A principios de este mes de marzo, el Museo Nacional de Escultura de Valladolid ha inaugurado una exposición virtual en honor a una pionera de la Historia del Arte en España: María Luisa Levi Caturla (1888-1984) (https://www.artedeepocasinciertas.com/). Lo ha hecho tomando el título que eligió la autora para el libro en el que recopilaba sus ensayos sobre el arte que se desarrolla en épocas de confrontación, crisis y temor, y que parece que viene como anillo al dedo debido a la coyuntura que estamos viviendo. El museo nacional comienza así un tipo de exposición contrapuesta, a la par que complementaria, a aquellas que exigen un desplazamiento y una presencia del público dentro de las salas. Este nuevo formato tiene todo el sentido debido a la incertidumbre que estamos viviendo al mismo tiempo que da solución a los contenidos de calidad e innovadores que el nuevo espectador del siglo XXI demanda. La Cultura con mayúsculas y el conocimiento se apoya en las nuevas tecnologías, más allá de las redes sociales, para crear contenidos de referencia. El espectador elige ahora el horario y el lugar. Elige su itinerario y puede descargarse libros y artículos de la autora, fotografías e incluso correspondencia con los intelectuales más importantes del siglo XX.

Mª Luisa Caturla es referencia para los que nos dedicamos a la historia del arte por sus trabajos sobre Zurbarán, pero quizá es personaje muy poco conocido para el resto del público. Educada y formada en los estándares eruditos de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, su rol femenino queda pronto unido al de su marido, con quien se casa en 1906. Sin embargo, no se adapta a él. Frente a lo que se espera de una señorita acomodada de su condición en la época, su carácter inquieto, permanente curiosidad, capacidad de observación y análisis la llevaron a enfrentarse al arte que se hacía en su tiempo con una mentalidad abierta, siendo una de las responsables de la exposición que en 1929 se dedica en el Jardín Botánico de Madrid a los artistas españoles de vanguardia residentes en París. Incansable viajera, Ortega y Gasset, al que le unió una estrecha amistad, la apoda «la errante», y anhela en las cartas que se cruza con ella ver ese «mundo ardiente e insólito» que le relata en sus misivas. Caturla, al igual que había defendido Emilia Pardo Bazán años antes, veían en el viaje fuera del entorno cotidiano una oportunidad de información, pero también de formación y enriquecimiento para el individuo.

A pesar de todas sus aportaciones y estudios dentro de la historia del arte español, de todo su cosmopolitismo, que le permitió tratar a los intelectuales más importantes del siglo XX y dar conferencias por todo el mundo, su labor no fue reconocida en España de forma oficial hasta 1979 y, para ello, como «Académica de Honor» en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Entidad que en 1955 la había rechazado, cómo ella misma explica en una carta que envía a Sánchez Cantón por esas fechas porque «se les había metido en la cabeza a los Académicos, que una mujer entre ellos les quitaría libertad, que estarían incómodos y cohibidos en el decir».

Mª Luisa Caturla sigue su vocación y su actividad, a pesar de los impedimentos y las trabas de una época y de una sociedad. Si bien contó con su gran capacidad y la amistad y el ánimo de hombres inteligentes que supieron alentarla en sus inquietudes. Fue una mujer que reivindicó desde el trabajo continuo su lugar en la historia, y también ayudó, en la forma que se permitía en ese momento, a buscar espacios de formación e independencia de las mujeres, formando parte de iniciativas como la pedagógica del Taller de Encajes de Madrid, donde coincidiría con Emilia Pardo Bazán.

En 1958 un periódico de tirada nacional le dedicaba un artículo destacando una sola palabra: investigadora. La cuidada y esmerada exposición que le dedica el Museo Nacional de escultura de Valladolid resalta esta cualidad y acerca y reivindica el papel de esta pionera en la Historia del Arte en España. Una iniciativa que esperamos se continué rescatando para el gran público la labor de Margarita Nelken, María Laffite, o la no suficientemente ponderada, Mª Elena Gómez Moreno, y que en el propio discurso de la exposición buscan un hueco para mostrar que Caturla no estaba sola en este camino.

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