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Bofetada y otras cosas

Robert Walser es uno de los más importantes escritores en lengua alemana del siglo XX.Murió mientras paseaba un día de Navidad de 1956 cerca del manicomio de Herisau.

Bofetada y otras cosas

Robert Walser (1878-1956), escritor suizo que desempeñó diversos trabajos -dependiente de una librería, auxiliar en un despacho de abogados, empleado en una fábrica de máquinas de coser, mayordomo en un castillo de Silesia…- De vez en cuando se retiraba a Zurich a su «cámara de escritura para desocupados» y sirviéndose de una esmerada caligrafía copiaba direcciones o hacía pequeños trabajos que le encomendaban asociaciones o personas particulares. Los últimos años de su vida estuvo ingresado en un sanatorio psiquiátrico. Sus obras maestras - Jacob von Guten, Los hermanos Tanner. El ayudante…- tuvieron entre sus admiradores a lo más granado de la literatura alemana del siglo XX: Thomas Mann, Robert Musil, Stefan Zweig…

Cuenta Max Brod, amigo y albacea de Kafka, que éste vino un dia para comunicarle su entusiasmo y admiración por una novela de Walser. Comenzó a leerla en voz alta, sin poder parar de reír de un modo muy agitado.

La afinidad electiva entre Kafka y Walser ya fue advertida por Musil en una recensión de 1914, en la que consideraba al escritor checo como «una derivación del modelo Walser».

Hay también una hermandad notoria entre la obra de Walser y el Bartleby de Herman Melville, el escribiente que no dice nada ni acepta nada salvo bizcochos con comino.

Otro escoliasta ilustre, Walter Benjamin dice que los textos de Walser empiezan donde acaban los cuentos populares –»Y si no han muerto, entonces hoy viven todavía»- Walser muestra cómo siguen viviendo esos héroes de cuento. Y añade que a éste «todo se le antoja perdido, e irrumpe con un torrente de palabras en el que cada frase tiene el cometido de hacer que se olvide la anterior».

La edición que comentamos es una recopilación de textos, relatos breves y artículos prologados por Thomas Hirschhorn, eminente artista postduchampiano cuyas obras quizá hubieran alarmado a su silencioso maestro. En el texto introductorio escribe: «me encantan los libros de Robert Walser como muestras de resistencia, de exigencia absoluta, pues son exigentes hasta el punto de que exigen demasiado. Se resiste a que le apliquen la bienintencionada etiqueta de ‘escritor’». Y propone una interpretación en cierto modo cristológica de la obra de Walser: «Su camino es poroso, con recovecos, que no conduce a ninguna parte. Su lenguaje se desmigaja, se evapora como las huellas de pies mojadas sobre un suelo de piedra caliente. Lenguaje de autodisolución, que me permite esa vivencia sin disolverme yo también. Robert Walser pagó ese precio por los demás». Una suerte pues de Crucificado del sinsentido y la fragilidad.

Entre los textos aquí recopilados destacaremos: Grifensee, Un pintor, ¿Conoce usted a Meier? Kleist en Thun, Berlín y el artista, Carta de un poeta a un caballero, Discurso a un botón, Vida de poeta, Walser sobre Walser, La novela de Keller, Una bofetada y más cosas, Mis afanes.

Walser fue lector asiduo de las novelas formativas de Goethe, en especial Los años de andanzas de Wilhelm Meister, en la que surge el concepto de «Provincia Pedagógica», institución para una adiestramiento profundo y armonioso del ser humano. Walser hacer un uso inverso de la pedagogía goethiana: no se trata de una formación para el desarrollo de una personalidad dichosa y activa, sino para su paulatina disolución.

Los textos de Walser tienen un cierto aire de ejercicios de redacción escolar; un deseo de ser amables, correctos, considerados…pero su frialdad, modestia ceremoniosa y digresiones arborescentes, resultan realmente inquietantes.

Por lo demás, el éxito profesional le atemoriza sobremanera. Y a menudo se autorreprende: “ay, eres un botarate, que no aciertas a sacarle ningún símil mejor a tu mollera de escritor”.

El relato Discurso a un botón, por poner otro ejemplo, tiene un tono de franciscanismo enloquecido, sin la presencia piadosa de una deidad tutelar.

El programa ético-creativo de Walser quizá lo compendia este pasaje del relato El pintor: «Soporto la tranquilidad, pero, sobre todo, la felicidad no la soporto. Hiere mi orgullo verme, de forma tan lamentable y tan cobardemente, feliz, No deseo felicidad, deseo olvido».

En la generación a la que pertenece Walser, hubo corrientes nihilistas que ponían bombas en palacios e iglesias o atentaba contra el patriciado político o económico; Walser cultivó una suerte de nihilismo contemplativo: instaló bombas ensimismadas y ejerció una tranquila acción directa contra el sentido aceptado en las páginas de su literatura.

Dos breves consideraciones para concluir.

El título original de esta colección de textos no es el Berlín y el artista, sino algo que cabría traducirse como Bofetada y otras cosas.

La traducción de Isabel García ofrece una graciosa ligereza y atinado empleo de modismos.

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