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La prosa espartana de Gistau

El "Penúltimo Negroni" es el libro canónico de un periodista que falleció sin superar los 50 años pero que fue un ejemplo de honradez y buen hacer difícil de olvidar

David Gistau.

Leer las columnas del Penúltimo Negroni (Editorial Debate, 2021) es ver pasar una vida que pudo durar más. Mucho más. Quien entra en este libro entra en la vida de David Gistau, en sus vivencias, en sus amistades, en sus pasiones boxísticas y futbolísticas y, sobre todo, en su manera libre de sentir la vida.

Porque este periodista que falleció en febrero de 2020 sin superar el medio siglo de vida, rebosaba eso mismo: pura vida. Se fue peleando en el ring, con pasión por el periodismo, enamorado de sus cuatro hijos y convencido de que una de las mejores maneras de enganchar al otro, casi tan infalible como un buen uppercut o una caricia de una madre, es a través de las palabras.

Gistau era un boxeador de la literatura y el periodismo, valga la redundancia. Su forma de narrar era espartana, vital y aberrante, tan urgente como si tuviera que digerir los golpes del día a día con ella. De hecho, empezó a escribir a los 14 años, cuando encontró cobijo en la biblioteca de su padre tras su muerte.

Sus artículos tienen la huella de sus lecturas porque brilla una sintaxis y una observación propias de Camba, Chaves Nogales y ese gran contador de cuentos que fue Medardo Fraile, de quien se inspiró para hacer su libro de relatos Gente que se fue (Círculo de Tiza, 2019). Tampoco perdía ese barniz poético que heredó de Umbral, con quien mantuvo amistad los últimos años de su vida, ni esa humanidad tan transparente, de la que aprendían los jóvenes en el gimnasio de su amigo y boxeador Jero García.

Aunque, como dice Manuel Jabois en el prólogo, fue un heredero de Umbral que no tenía nada que ver con él porque «era un reportero del suceso y de la opinión que huía de imposturas».

Esta antología de columnas, que se levanta como una obra canónica y definitiva, contiene los textos escritos entre 1995 y 2019 que ha seleccionado su colega David Lema, quien tuvo más admiración que amistad con Gistau.

De los seite capítulos, en los que se muestra descreído y desertor, harto de la mediocridad política y crítico con los gobiernos de Zapatero y Rajoy, sobresale en el apartado titulado «Cómo ser Norman Mailer», que está dedicado a la cultura y sucedáneos. Ahí hay referencias nutritivas que van desde el mismo Mailer, uno de sus referentes y de quien recomienda Un arte espectral: reflexiones sobre la escritura (BackList, 2012), hasta Cela, pasando por Chaves Nogales, Zweing o Umbral. También plasma su pasión por la serie «Los Soprano», su amistad con José Luis Garci y recuerda cuando fue figurante en sus películas junto a Cuartango.

En definitiva, son textos en los que se muestra invencible bajo la armadura de víboras hambrientas que ofrece la aplastante actualidad. Pero también predomina el sentimiento de gratitud porque Gistau fue un periodista que amó y fue amado. Que no ofrecía obviedades y nunca daba lecciones porque escribía solo, a la intemperie y, a veces, en contra de todo el mundo. Y fue, sobre todo, un ser sensible porque hoy en día su literatura es más necesaria que nunca.

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