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EL CAMINANTE

Hitch

«Muchas películas son un trozo de vida, las mías son un trozo de tarta». Palabras de Alfred Hitchcock a François Truffaut. El director de cine francés, figura emblemática de la Nouvelle Vague, mantuvo en 1962 durante ocho días unas conversaciones con el maestro del suspense que publicó como El cine según Hitchcock, un libro fundamental. Aunque la frase de Hitchcock está dicha con sentido del humor, indica muy claramente su concepción del cine como espectáculo para disfrutar.

Truffaut fue de los que reconocieron siempre la maestría cinematográfica del director londinense, a diferencia de una parte de la crítica contemporánea de su obra, que lo despreciaba por «comercial». El hecho de ser comprendido y apreciado por el público no es en absoluto un demérito. Hitchcock ha exhibido siempre su enorme maestría para construir historias cinematográficas, con una extraordinaria capacidad para dosificar el interés, organizar la planificación y conseguir captar como nadie el interés del espectador.

Leo estos días un interesante libro del director, guionista y productor mexicano Guillermo del Toro, Hitchcock, en la reedición revisada de 2009. La obra hace un lúcido y detallado análisis de la producción del realizador, lo que me ha llevado a volver sobre títulos del período inglés hoy poco frecuentados, como el magistral 39 escalones, de 1936, que contiene todos los elementos de la obra más conocida de Hitchcok, la que desarrolla en Estados Unidos a partir de 1940, el año de Rebecca. Me parece acertadísimo que Del Toro valore Frenesí (1972) como «una de las joyas más deslumbrantes de su autor». Comparto esa opinión y el hecho de que cite el plano en que la cámara se retira de la puerta cerrada del apartamento donde la novia del protagonista es acogida por quien el público sabe que es el asesino. Sin diálogo ni música, la cámara retrocede, baja la escalera, cruza la calle y se queda en una vista general del edificio. Es uno de los planos más justamente célebres de Hitchcock.

También he revisado otra maravillosa película de Hitchcock, que no figura entre las más vistas en la actualidad, El proceso Paradine (1947), con una espléndida Alida Valli, marcadamente morena a diferencia de las rubias emblemáticas de otros filmes de Hitchcock. Esa fue la segunda y última película que Charles Laughton hizo con el director inglés; la otra es Posada Jamaica (1939). La opinión de Hitchcock sobre el actor queda patente en su célebre recomendación de no hacer películas «ni con niños, ni con animales ni con Charles Laughton».

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