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Crónicas de la incultura

Turbulencias conceptuales

El martes se celebran en Madrid unas elecciones que el resto de los españoles estamos siguiendo con bastante perplejidad y algo de inquietud. Si solo importasen los resultados, esta sería una columna de opinión política: ¿prefiguraría el triunfo de la candidata de la derecha un cambio en el color político del gobierno de España? Entiendo que hay mucho más en juego: lo que se está dirimiendo es la alternativa entre legalidad y legitimidad, conceptos jurídicos que aluden respectivamente al cumplimiento de las normas y a su aceptación por el cuerpo social. Un sencillo ejemplo aclarará la diferencia. En el momento en el que escribo, las normas anti-covid están claras para todos e incluyen la obligatoriedad de llevar mascarilla en todo momento fuera del domicilio privado, salvo unas pocas excepciones. Sin embargo, hemos llegado a un punto en el que crece cada día el número de ciudadanos que considera ilegítima la norma, precisamente por la arbitrariedad de dichas excepciones. Se supone que pueden multar –y, de hecho, se multa– a quienes van sin mascarilla al aire libre, aunque estén completamente solos: sin embargo, si el desenmascarado va fumando y expandiendo los virus con notable eficacia, no pasa nada; tampoco si te cruzas con un corredor que resopla como una marsopa a rostro descubierto. Así es la ley, pero como nos damos cuenta de su irracionalidad, la tentación de vulnerarla por ilegítima es muy fuerte.

Sirva este ejemplo trivial para aclarar lo que esconde la oposición entre «legalidad» y «legitimidad». Carl Schmitt era un jurista alemán que escribió un sesudo estudio titulado precisamente Legalität und Legitimität en 1932, un año antes del ascenso de Hitler al poder. Entonces criticaba a la república de Weimar por su incapacidad para legitimar las leyes constitucionales alemanas mediante la adhesión de los ciudadanos y tenía una pobre opinión de un diputado gesticulante apodado el Führer: un año después, cambió de chaqueta y acabó echándose en brazos del partido nazi. Este proceder descalifica moralmente al jurista, pero no desautoriza la validez de su argumentación anterior: la república de Weimar estaba tocada de muerte por su falta de legitimidad. Pues bien, la campaña madrileña ha alcanzado cotas morales bajísimas, pero uno se pregunta si todos los que critican al partido ultra, que proclama a gritos su defensa de los legítimos intereses populares, lo hacen desde una intachable legitimidad. ¿De verdad no han propugnado también el desprecio de la legalidad constitucional y coqueteado con los que quieren derribarla? Siempre me llamó la atención que Schmitt haya sido reivindicado tanto por la extrema derecha xenófoba (por su Der Begriff des Politischen, 1927) como por la extrema izquierda radical (por su Theorie des Partisanen, 1963). Tiempos líquidos, que diría Bauman.

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