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Retazos de sutil intimidad

Con ‘Diarios’ (1931-1940), inéditos en español, Stefan Zweig consignó lo que sentía, pensaba y experimentaba con la inmediatez y la sinceridad que solo se pueden dar cuando se escribe para sí mismo.

Retazos de sutil intimidad

Es frecuente que muchos escritores lleven un diario. Quien lo ha hecho o intentado sabe que no es tarea tan fácil y cómoda como parece. Hubo diarios que quedaron inéditos para siempre y otros que se perdieron o fueron destruidos por los propios autores o sus confidentes. Algunos, como es el caso de los Diarios de Stafan Zweig entre 1931 y 1940, fueron editados ya en alemán en 1984 y aparecen ahora en español como primicia y anuncio de la publicación de los diarios comprendidos entre 1912 y 1918.

Zweig es sin duda el escritor vienés del siglo XX que gozó de mayor popularidad entre sus contemporáneos y el autor al que continuamos leyendo ya bien metidos en este siglo XXI de zozobras y pandemias. Incertidumbres producto, entiendo, de herencias culturales mal asimiladas del brutal siglo anterior. De ahí el interés mayor de estos Diarios. Con la elegante prosa que le caracteriza, Zweig supo detectar que bajo la aparente máscara de un explosivo bienestar en las aglomeraciones de jóvenes y gentes de mediana edad; se esconde un malestar cultural tan existente (ya lo vio Freud) como invisible. A los más viejos, aún nos sorprenden las imágenes que vemos a diario en televisión; esos botellones desenfrenados de centenares, incluso miles de personas en plazas y calles de las grandes ciudadades celebrando algo así como el fin (¿?) de una enfermedad, de males que no están erradicados: el y la covid-19.

El escritor ya lo advirtió en 1935 (un año antes de nuestra guerra civil y hace ahora 86 años), en su vuelta a Londres tras un viaje en París, a propósito de la prepotencia de los que se creen inmortales:

«Las epicúreas masas, auténticos jirones humanos (...) solo les importa beber, tomar, saborear, sentir el cosquilleo en el paladar y, después, digerir y olvidar para mañana volver a engullir.(...) Es conmovedor y alarmante ver como se agolpan frente a rutilantes luminosos que anuncian historias de crímenes y romances con encendidas palabras: >, >...».

Los párrafos más jugosos de estos Diarios (1931-1940) son producto del cansancio de un viaje agotador o de una agridulce velada, donde se discutió más de política o de cualquier fruslería que sobre literatura y temas afines. Los diarios no suelen ser objeto de atención especial por parte del periodismo cultural. No generan la expectación de las novelas, aunque son devorados por biógrafos y reporteros de actualidad en busca de anécdotas y confidencias que singularicen más al personaje sobre el que escriben y más si ya es un clásico o lleva camino de serlo.

Sin embargo, son los diarios y no los libros de memorias, y en el caso de Zweig parece cierto, donde encontremos anotaciones inesperadas o sorprendentes en las que el autor ha deslizado, puede que por descuido o humana coquetería, detalles que revelan aspectos íntimos de su pensamiento o su forma de vida; rasgos que, sin definirlos como artistas, nos los acercan como seres humanos. Confesiones de «andar por casa» que revelan manías, gustos o tendencias.

Retazos de intimidad expresados con palabras comedidas, dejadas caer sin más intención que la exhalar un leve quejido para expresar, entre otros pesares, su malestar de índole política (temor al auge del nacionalsocialsmo) y social (las crecientes dificultades de convivencia en Europa): «La política austriaca me produce asco. (...) ¿Hacia donde vamos? (...) «Europa solo volverá a ser digna de habitarse cuando se unifique, permitiendo la libertad de movimientos dentro de su espacio común». No podía imaginar que esa unidad llegaría a producirse en términos puramente económicos y desde la nebulosa globalidad cultural de la Unión Europea de hoy.

Conocemos también que su pasión por la música (Beethoven y su Heroica en particular, excluyendo a Fidelio), por visitar museos y exposiciones, frecuentar actos culturales y viajar, convivían como le sucedía a cualquier buen burgués de Viena, con una probada fidelidad a los cafés donde charlar, observar y llenarse de olores, colores y matices: «Aquí todavía son muy ostensibles las diferencias anatómicas entre sexos, la civilización todavía no ha desvirtuado la naturaleza», anota tras asistir al club Savoy de bailarines negros en Harlem. Nueva York le fascinó sin excluir la crítica y la sorna: «El resto de Harlem es una decepción». Tras un concierto de Arturo Toscanini, apunta: «Comparto palco con la señora Toscanini y el alcalde La Guardia, que tiene aspecto de un camarero de tasca italiano...». En otro pasaje, reconoce su falta de «aptitud y de ganas para la vida social».

Descubrimos no sin cierta sorpresa su afición a disponer de compañía femenina en las cafeterías. Un lunes de 193, anota que pasó hora y media hablando con «la simpática chica del café (...) Un encuentro agradable en el bar, confidencias sorprendentes». Hay más. En su 50 cumpleaños se reunió en un restaurante con un amigo que «se presenta con dos estupendas chicas del Circo Knie para hacernos compañía». La noche no concluyó hasta pasar por un café y el encuentro, por casualidad, escribe, con una tal señora Faesi....

Poco que contar de su cortísima visita a Vigo en 1936 como escala en su viaje a Brasil y Argentina. Ambiente en la «pintoresca» ciudad, proclive a la sublevación militar franquista. Soldados que salen para marchar al frente, y una vez más, las mujeres: «Llevo vistas más chicas guapas en estas dos horas que en toda Inglaterra». Le impresionaron también los colores de la calle y los indicios del conflicto «envueltos por la pintoresca nebulosa de España»...

Es más que suficiente. Leer a Zweig, por su sutileza, por la tersa cascada de palabras que encadena es, como siempre, una gran fiesta.

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