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CRÓNICAS DE LA INCULTURA

Luz y taquígrafos

Los primeros seres humanos debieron de pasarlo muy mal en la oscuridad. Si bien se mira, somos un bicho que queda expuesto de día a algunos depredadores, pero que de noche se convierte en un ser absolutamente vulnerable porque las fieras no necesitan vernos, nos huelen o nos oyen mucho mejor que nosotros a ellas. Da lo mismo que se trate de un lobo, de una serpiente o de un mosquito: si no te aíslas en un lugar inaccesible, te alcanzará. No sabría decir qué ha sido más importante para la especie humana, si el descubrimiento del lenguaje o el del fuego: el primero nos permitíó socializar y agrupar esfuerzos, el segundo, superar cada noche el trauma de la oscuridad. No se equivocaba la mitología griega al atribuir al titán Prometeo la paternidad de la especie humana: como que robó el fuego de los dioses y se lo dio a los mortales al tiempo que les enseñaba a usar palabras articuladas.

Por eso, la historia de la civilización y la de sus diversas culturas ha sido la de la luz. Sin ir más lejos, dentro de nuestra cultura judeocristiana todo comenzó con la frase del Génesis (1: 3-5): «Y la tierra estaba desordenada y vacía … Y dijo Dios: Hágase la luz; y la luz se hizo. Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas». De aquí a las palabras de Jesucristo no hay más que un paso: «Yo soy la luz del mundo, aquel que me siga no andará en las tinieblas, pues tendrá la luz de la vida» (Juan, 8:12). Actualmente estas referencias religiosas no están de moda. Les daré otras tomadas de la filosofía y del humanismo. Les recuerdo el mito de la caverna en la República de Platón –esos personajes encadenados que solo veían sombras, hasta que uno de ellos se libera y descubre las cosas reales gracias al fuego–, un mito que, a través de la estética de la luz de Plotino, nos lleva directamente al siglo de las luces de la Ilustración.

Todo esto viene a cuento del disparate de la factura de la electricidad. Ahora intentan arreglar el desaguisado con algunos parches. No se engañen: este exceso del capitalismo salvaje es mucho más que un abuso, representa un ataque frontal a los fundamentos de nuestra cultura. Los pueblos se rebelan cuando sube el precio del pan, pero no solo. Parece mentira que nuestros gobernantes no sepan que la rebelión de las trece colonias de Gran Bretaña, que son el embrión de los EE.UU, tuvo su origen en que les habían encarecido el precio del té. Pues la luz, lo mismo: sin ella no habría ni taquígrafos.

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