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Hermoso y siniestro

«Un bello tenebroso» es el libro de Gracq que recibió más elogios de Breton y se construye como una revisión de múltiples situaciones y personajes de la tradición literaria,

Hermoso y siniestro

Julien Gracq (1910-2007) se ganó la vida como profesor de literatura en un instituto de enseñanza media. Militó en el Partido Comunista hasta 1939. Mantuvo contacto con el movimiento surrealista, pero sin implicarse él. El libro que hoy comentamos fue muy admirado por André Breton.

En el castillo de Argol -una versión demónica del Parsifal, un pastiche de novela gótica- fue su primera novela, que publicó con José Corti y quién fue desde entonces su único editor.

Inspirada, en parte, En los acantilados de mármol, de Ernst Jünger, y seguramente en El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati, en 1951 publicó lo que se considera su obra maestra El mar de las Sirtes, a la que se le concedió el Premio Goncourt, que Gracq rechazó provocando un considerable revuelo en el mundo literario francés.

A partir de los años 60 del pasado siglo, publicó sobre todo textos de crítica literaria -Preferencias; Letrinas I; Letrinas II; Leyendo y escribiendo…-

El cineasta André Delvaux convirtió en film Le roi Cophetua, otra novela de Gracq, bajo el título de Cita en Bray (1971)

En el prólogo a esta edición, Alberto Ruiz de Samaniego, efectúa finas observaciones sobre la narración de Gracq: «La circulación salvaje del deseo adquiere tintes de algo sagrado y a la vez sacrílego hasta el punto que esa física del amor parece inspirar una secreta metafísica». Como si un mundo invisible fuera portador de un significado oculto que solo las leyes del arte permiten observar y revelar.

Repara también en la importancia del concepto de espera en las novelas de Gracq, y de su inquietante atmósfera, de la inminencia de una relevación.

El personaje central de esta novela es Allan Patrick, el bello tenebroso: una mezcla de Poe, Rimbaud, Lautréamont, René de Chateaubriand… Es un texto elaborado a partir de diversas historias y personajes que provienen de la tradición literaria del romanticismo más enigmático y exaltado. El protagonista encarna el ambiguo ideal de héroe taciturno, misterioso y destructivo, no exento de una fatalidad trágica que desata, en quienes lo acompañan, todo tipo de complicidades, exaltaciones y repugnancias.

Una personalidad magnética, potencialmente peligrosa, pero que genera revelaciones inesperadas e inquietantes en quienes se relacionan con él.

En cuanto a su caracterización físico-moral:

«Allen es un ser designado (¿con qué propósito, para qué tarea?), una de esas personas que infunden en las mentes más sensatas un nebuloso prurito adivinatorio». (..) «ese a quien solo tuve que mirar una vez a la cara para saber que representaba una idea violenta de vida ¿qué no puedo esperar de ese ser que convence sin hablar, que ocupa mis pensamientos sin estar presente? No soy de los que juzgan a los hombres por sus acciones. Lo que necesita es más y menos: una mirada que haga que el mundo se tambalee». (..) «La inmutabilidad del rostro, la angélica y pasmosa impasibilidad del hombre que indiferentemente -igualmente- mata o salva: el cirujano encorvado con su bisturí, el soldado que atraviesa un pecho duro con un maquete. Es lo mismo: inmutabilidad divina». Frialdad angélica o demoníaca.

A propósito de una jugada de ajedrez, el bello tenebroso comenta: «Lo que tengo en mente es ese gusto ineludible por buscar una obra perfecta e invisible, una llave dorada que con solo tocarla cambia todo. Hace tiempo que no tengo dudas de esa llave existe en toda obra de arte, en un libro, por ejemplo. Se pueden hacer reflexiones de enjundia sobre el hecho de que una obra maestra es reconocible, entre otras cosas, por ciertas proporciones o, mejor dicho, desproporciones insólitas que, a mi entender, son absolutamente irreductibles al arte convencional y rudimentario de la composición».

Este relato es una suerte de enciclopedia oblicua de la literatura francesa al estar repleto de citas discretas. Por ejemplo, «con una pipa en los labios, alborozado y reflexivo -una masa de calma y visible reserva- lo imagino…». Incrusta pues el fragmento de un verso de Valéry en un pasaje narrativo. O el «dormir en el mar» de Paul Éluard. Etc.

Julian Gracq es además un esmerado paisajista; hace un uso frecuente de imágenes de progenie surreal: «el pinar era como una jaula de perfumes», «Monótona catástrofe del oleaje», etc.

Ofrece observaciones perspicaces, como sobre el adiestramiento cultural del olfato: «Se necesita todo el peso de la tradición católica para continuar imponiendo sin provocar escándalo un aroma tan corpóreo, una presencia tan contundente como el incienso».

A esta novela la encabeza una cita de Shakespeare:

«quien con poder de herir no lo provoca/sin hacer cuanto de él es esperable/ quien a otros mueve y es una como una roca/…».

Un bello tenebroso de Julien Gracq cabe quizá entenderlo como un desarrollo narrativo de estos deslumbrantes versos de Rainer Rilke:

«Pues la belleza no es nada

sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces

de soportar, lo que sólo podemos admirar porque serenamente

desdeña destruirnos. Todo ángel es terrible».

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