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Afganistán, un maldito embrollo

Rudyard Kipling en un magistral relato, «El hombre que pudo reinar», retrató en poco más de cuarenta páginas, tipos, paisajes, y formas de vida de aquellas tierras.

Una calle de Kabul esta semana. reuters

Los angustiosos acontecimientos ocurridos en Afganistán (el colapso de Kabul y su aeropuerto controlado por fuerzas talibán en veinte días, la vertiginosa retirada de las tropas estadounidenses y de sus aliados), etcétera, es uno de los peores escenarios que nos ha deparado la historia contemporánea en el plano internacional en lo que va de nuevo siglo.

No por ello, lo sucedido, las imágenes de aviones que aterrizan y despegan entre suicidios, la pura desesperación de millares de personas, un atentado terrorista con militares muertos en directo, las sofisticadas represalias cobradas, son algo novedoso ni tampoco inesperado en estas guerras de hoy con acentuados perfiles algorítmicos y cibernéticos.

Huidas precipitadas -el miedo y el caos son eternos- se vivieron ya en la evacuación de la embajada estadounidense de Saigón en 1975; con la de las tropas soviéticas bajo el empuje de los mujahidín (casta militar antecedente de los talibán)… Impotencia y fracaso militar y social que ya experimentó hace ya más de un siglo un decadente Imperio Británico considerado como la mayor potencia colonial de la era moderna. Desde sus dominios de la India, intentó controlar territorios como Afganistán de complicada y extensa geografía, de carácter indómito y refractario (pese a parciales alianzas con huestes armadas y caudillos o ‘señores de la guerra’) a compromisos y alianzas duraderas…

En Afganistán, vasto océano de montañas, recónditas cuevas y valles desérticos, las dificultades se multiplican para la acción militar directa y continuada al tiempo que paradójicamente se ofrecen facilidades para negociaciones y chanchullos acerca de los productos naturales de aquella tierra y sus derivados: las extensas plantaciones de adormidera, base del opio y la heroína. Los ejércitos, los jefes militares y los negociadores saben que hubo un tiempo que se habló de Afganistán como de «un narco-estado». Y es bien conocido que la corrupción y el chantaje son vicios humanos bien arraigados.

Nada pude justificar, no obstante, la nefasta gestión político-militar (pueden invertir las palabras) por parte de la administración occidental de la frágil democracia afgana levantada tras veinte años de guerra y guerrillas sin fin… Funcionarios y recursos no han faltado, pero veinte años son muchos. El recuerdo de los motivos iniciales que llevaron a los EE.UU ha intervenir: el ataque terrorista a las torres gemelas de Nueva York en 2001, la sofocante amenaza del ISIS (Estado Islámico) contra «la seguridad y los valores de occidente»… parece, hoy, desvanecerse en el pasado. ¿Continúan existiendo las mismas condiciones. ¿Tienen la misma vigencia e intensidad? Lo que es un hecho es que los servicios de inteligencia (CIA y MI6, esencialmente) occidentales no han cesado de colaborar con la casta talibán enfrentada a su vez con otros radicales islamistas enamorados de la yihad o guerra santa. Nunca se explicó suficientemente las razones de esa colaboración. Un lío de cojones.

¿Cómo es posible un desplome militar y político tan rápidos? ¿Qué fue del ejército y de la administración afganas entrenados para la protección de sus conciudadanos? La sospecha de que algo huele a podrido, y no solo en Afganistán, puede estar más que justificada.

La historia, maestra de vida, «émula del tiempo, depósito de las acciones (…) y advertencia para lo porvenir» de la que hablara Cervantes, nos enseña que los llamados bárbaros humillaron el poderío de Roma; que en Flandes «se puso el sol» de las Españas y su inmenso imperio, que la gloria de Versalles y Napoleón no fueron eternas; que la Sociedad de Naciones de Wilson fracasó, que «el imperio de mil años» del III Reich seria derrotado en cuatro años, que…

Los Estados Unidos de América del Norte son una potencia militar en claro declive desgarrada por sus propias contradicciones. Una potencia que no ha sabido o podido gestionar una retirada airosa de un territorio aquejado de permanentes tentaciones guerra-civilistas, fanatismos religiosos y populismos caudillistas. Poco o nada se puede aprender de quién tuvo y aún tiene, pero muestra escasa capacidad de enseñar…

Afganistán territorio ingobernable desde los tiempos de Sikander (Alejandro el Magno) según la leyenda literaria manejada por Rudyard Kipling, el más laureado cantor del Imperio Británico quién en un magistral relato, «El hombre que pudo reinar», incluido (Acantilado, 2010), retrató en poco más de cuarenta páginas, tipos, paisajes, costumbres y formas de vida de aquellas tierras y advirtió explícitamente, -sin ocultar su semblante racista- de su ingobernabilidad. ¿Se anticipó Kipling a su tiempo? La literatura suele arrojar una luz distinta y a veces tan certera o más que la propia historia sin que por ello debamos renunciar a la búsqueda de la verdad.

Leamos estos fragmentos del cuento aludido, situado en el Kafiristán, territorio vecino al que aspiran a llegar los soldados de fortuna Carnehan y Dravot licenciados de su ejército y aventureros sin escrúpulos quienes advierten:

«Para llegar a ese país tienen que cruzar todo Afganistán. Es una masa de montañas, picos y glaciares donde ningún inglés se ha internado jamás. Sus habitantes son auténticos salvajes, y aún cuando los encontraran no tendrían nada que hacer».

La historia escrita por Kipling resultó una excelente película dirigida por John Huston en 1975 quién escogió a Sean Connery y Michael Caine, como protagonistas abocados a un agónico final pese a sentirse, en su efímero reinado, protegidos por una creencia común con los sacerdotes nativos: los símbolos y los ritos de la masonería. ¿Formaría acaso todo ello, Afganistán incluido, de aquella famosa y paranoica conspiración judeo-masónica y comunista de la que tanto hablaba el Caudillo Francisco Franco entre, pongamos, 1937 y 1950? ¿La pandemia nos está volviendo paranoicos?

Elias Canetti fallecido en 1994 señala certeramente en su Libro de los muertos (Galaxia Gutenberg, 2010) una de las claves para explicar el embrollo de Afganistán. Escribe: «Las guerras se hacen por mor de si mismas. Y mientras no admitamos esto, siempre será imposible combatirlas de verdad».

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