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Crónicas de la incultura

El Nou d’Octubre y la cultura

La voz reforma no significa lo mismo que evolución. Lutero lanzó una Reforma para achicharrar a los católicos y estos respondieron con una Contrarreforma para masacrar a los protestantes. Hoy, ni unos ni otros consiguieron evolucionar y sus respectivos templos están vacíos. Los humanos formamos parte de la naturaleza, pero por lo general nos gustan más las reformas (bruscas) que las evoluciones (paulatinas). No hay ningún responsable político al que no se le hagan los dedos huéspedes –para firmar decretos, no sean mal pensados– en cuanto avista una reforma en el horizonte legislativo y se abalanza cual buitre sobre el decreto del anterior responsable. Aquí destacan los de (mala) Educación: un ministro, conseller o simple director general del negociado educativo es incapaz de pasar por el cargo dejando las cosas como están. El resultado lo tenemos a la vista: las nuevas generaciones de españolitos saben que es imposible suspender, así que se ponen en modo botellón con el propósito de vivir del cuento toda la vida a costa del presupuesto del estado y de los esfuerzos de los trabajadores inmigrantes, que para eso hemos tenido el detalle de dejarles llegar en patera.

Curiosamente, estos gestores suelen serlo también de Cultura. Se trata de una contradicción insalvable. ¿Acaso funciona la cultura como la educación? Esto es tanto como preguntar si debe evolucionar o reformarse. Uno diría que lo primero, pero luego te topas con ejemplos extravagantes de lo segundo. Nuestra cultura moderna es afortunadamente más proclive a la igualdad de género que la antigua, pero esto no ha sido el efecto de una ley, sino de una lenta maduración social. Sin embargo, la igualdad de derechos comunitarios, que es algo parecido y fue reclamada por la revolución francesa como egalité, se ha ido troquelando penosamente en España a base de reformas, a cual más salvaje y más injusta con algunas regiones en beneficio de otras. Desde los viejos reinos hasta las actuales autonomías pasando por la división provincial de Javier de Burgos (1833), lo que hemos padecido son reformas radicales del pisito, que siempre benefician a unos hermanos sobre otros. Los valencianos llevamos demasiado tiempo en la cola de estas reformas. Por eso importa tanto el Nou d’Octubre que celebramos hoy: porque a poc a poc parece que empezamos a vislumbrar una evolución favorable, no solo a nuestros intereses, sino a la más elemental justicia distributiva. En España la vieja cultura de la reforma no da más de sí: ¿o acaso piensan que los valencianos podemos continuar en precario ni una legislatura más? Menos folclore y más conciencia comunitaria: uno esperaría que nuestros políticos de todos los colores dejaran de mirar hacia el pasado y comenzaran a ocuparse seriamente de los octubres que vienen.

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