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Estuvo aquí

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El cómic es un medio que se oculta conscientemente a sus estudiosos. Los elude y evita, los engaña con sorna escondiendo sus esencias para luego desvelarse con sorpresa por un camino jamás antes transitado. Creíamos tenerlo controlado por la obra de Töpffer del XIX y, de repente, aparece una Biblia Pauperum del siglo XI que nos derrumba toda preconcepción. Pensábamos que su naturaleza de medio de masas permitiría tenerlo a buen recaudo y, cual Houdini, se escapa dándonos una lección de diferencias entre lenguaje y canal llegando a las paredes de los museos. Lo cercamos alrededor de la narratividad y aparece con total naturalidad en la abstracción más radical mientras nos mira tan desafiante como divertido. Es un diablo Cojuelo que nos muestra el interior de su casa pero apenas nos deja mirar lo justo para atisbar, que no entender, lo laberíntico de su arquitectura.

Estuvo aquí

Quizás, uno de los pocos autores que consiguió hablarle de tú a tú a este malandrín fue nuestro Micharmut, que desde su obra de apariencia radical hizo un artesanal, paciente y concienzudo estudio de la historieta desde sus orígenes a sus posibilidades más insondables, mirando al abismo de la línea y la mancha, comenzando a resolver la ecuación que liga nuestra percepción del tiempo con lo que entendemos que es cómic, encontrando pistas que dejaban entrever que eso que llamamos cómic es una traslación al papel de un vínculo profundo, fisiológico, de cómo percibimos la existencia, esa entelequia que construimos en tiempo y espacio a partir de una información visual estática, una imagen. Por desgracia, Micharmut se fue sin darnos la solución de esa ecuación que él consiguió desentrañar, por lo que solo queda intentar seguir ese camino. Y, como todo camino de descubrimiento, no está al alcance de todos. Quizás el único que sea capaz de seguirlo sin miedo y con posibilidades de éxito sea Max. Protagonista de esa década del activismo contracultural que desde el underground consiguió cambiar la forma de entender el tebeo en nuestro país, el dibujante afincado en Mallorca comenzó hace años la difícil tarea de buscar la esencia del tebeo. Trabajó primero las periferias, en las traslaciones del diseño y la ilustración hacia el cómic intentando encontrar lo narrativo a través de la síntesis del trazo. De Ever Meulen a Chris Ware, practicó un estilo minimalista de brillantez estética al que pronto exigió más, fusionándolo con los clásicos de la Escuela de Bruguera para, de paso, preguntarse por los principios de la existencia en ‘Bardín el Superrealista’. Un callejón sin salida que le llevó a dirigirse a los clásicos griegos como origen de las narraciones conocidas para al final, encontrar la pista en la leyenda de Kora que contaba Plinio el Viejo. ‘Rey Carbón’ plasma el nacimiento del dibujo como la forma de recuperar nuestros recuerdos a partir de un solo trazo, de una línea que recorre las sombras de nuestra memoria. Y así, con esa idea, llega a ‘Fiuuu & Graac’ (La Cúpula) para enfrentarse tú a tú contra los elementos básicos del cómic, la mancha y la línea, en una lucha sin cuartel que transforma en una coreografía sincopada, adrenalínica, que se presenta ante el lector con la apariencia engañosa de uno de los delirantes episodios de Looney Tunes dirigidos por Chuck Jones. Pero la realidad es que, en esa batalla, el diablo Cojuelo del cómic pierde la concentración y deja ver sus hechuras: la facilidad con la que trazo y mancha generan ondas sinestésicas que estimulan todos los sentidos, cómo obligan a crear a ritmos visuales que dan cuerda al reloj del tiempo generando la ilusión de la secuencia, de un movimiento que no existe pero percibimos como real porque estira de las mismas cuerdas que nos hacen ser conscientes de nuestra existencia en el tiempo y el espacio.

Estuvo aquí

Apenas unos esbozos de lo que es el cómic que dejan al lector satisfecho y al artista exhausto, agotado por el esfuerzo mientras busca, escondido por algún rincón, un mensaje burlón desde el otro mundo: “Micharmut estuvo aquí”.

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