Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Dime que me lees

Sombras de Borges en el Palau de les Arts

Músicos, cantantes y cantaores hay muchos. Artistas, no tantos. Uno de los pocos privilegiados por el duende es Miguel Poveda. El sábado pasado abrió el ciclo «Les Arts es flamenco» por la puerta grande, con un lleno absoluto en la sala Auditori y un público, aunque aún embozado, feliz de reencontrarse con el gran artista de Badalona.

Él también estaba feliz. Radiante. Han sido muchos meses de aislamiento. El flamenco necesita no ya el fervor del público, sino su participación en forma de eso que se llama el jaleo, «olé, qué arte, vamos». Miguel Poveda tocó muchos palos: bulerías, fandangos, seguiriyas, tangos, soleas… Le acompañó Paquito González a la percusión; Miguel Ángel Soto Peña «Londro», haciendo coros y palmas; Carlos Grilo, a las palmas; y Jesús Guerrero, con una esplendorosa guitarra que hacía vibrar todo el auditorio.

En los aplausos el público se miraba con la boca tapada y la sonrisa en los ojos. La voz y el cante de Miguel Poveda no necesita adjetivos. Quien lo ha oído, lo sabe. Con los años, además, ha aprendido a dominar el espacio. Sabe moverse, baila, se distancia del micrófono para recuperarlo, tuerce el gesto, sonríe, se sienta, se levanta, vuelve a bailar y salta del escenario para encaramarse a saltos por la empinada escalera del auditorio y emocionar con la proximidad a las últimas filas.

En medio del concierto, Miguel Poveda abrió un paréntesis para oír las peticiones del público. Un señor de pelo cano le pidió «La lluvia». Por un momento, el cantante se quedó descolocado, «he cantado una de Lorca, aunque hoy es un recital de flamenco… pero, sí, la verdad, me gusta mucho ese poema de Borges». Dejó pasar unos largos segundos. Luego miró a un sorprendido Jesús Guerrero. Evidentemente no llevaba la canción en el repertorio e improvisó unos acordes de fondo. Y Miguel Poveda se arrancó: «Bruscamente la tarde se ha aclarado /Porque ya cae la lluvia minuciosa. / Cae o cayó. La lluvia es una cosa/ Que sin duda sucede en el pasado. / Quien la oye caer ha recobrado/ El tiempo en que la suerte venturosa/ Le reveló una flor llamada rosa/ Y el curioso color del colorado».

A mitad del soneto, se calló. El público aplaudió. Se le iluminó la cara y continuó a cappella: «Esta lluvia que ciega los cristales/ Alegrará en perdidos arrabales/ Las negras uvas de una parra en cierto/ Patio que ya no existe. La mojada /Tarde me trae la voz, la voz deseada, / De mi padre que vuelve y que no ha muerto».

En ese momento, la sombra de Borges y el arte de Miguel Poveda convirtieron el mastodóntico edificio en un espacio profundamente humano.

Compartir el artículo

stats