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La aventura de leer

‘Algo personal’ de general conocimiento, donde Alfons Cervera, de manera «admirable», según el autor rescata los libros que se hicieron suyos.

La aventura de leer

Sería una lástima que el libro Algo personal de Alfons Cervera, que ya ha merecido alguna atención de Posdata y que tiene una espléndida escritura, pasara desapercibido en lo que también tiene de ejercicio de sinceridad retrospectiva, a menudo lindando con la geología, concretamente con la estratigrafía, o la entomología, depende de lo fresca que esté la muestra. Es más, creo que nos invita a hacer lo mismo con nuestra biblioteca.

Contar, mejor que explicarse

Ya he dicho, me parece, que el libro se lee como un relato, como cincuenta cuentos que nos prometen el protagonismo de muchas estrellas, pero luego el desarrollo argumental hace que personajes menudos y principales se líen como cerezas o pata de romano y el protagonista, un libro, se vea asaltado por los muchos figurantes: otro libro, una peli, un poema, una canción, y aquí ya no son cincuenta sino quinientos o más.

Me gusta este libro por lo que tiene de indagación detectivesca –Alfons es un devoto del género negro– y también de reconocimiento a los libros que le hicieron, con una lealtad que ya no se estila, que es lo menos que puedo decir. Entiendo la sensación de límite que le produce a Alfons el descubrir que en su casa sólo halló unos libretos teatrales y unos poemas de Lorca copiados a mano por su padre, pero el autor no culpa ni a la familia física ni al azar de su natividad. La familia es lo primero, que diría don Corleone, y siempre nos quedará El capitán Trueno.

Así pues, hace inventario de nuestro pulp, de las novelitas de quiosco que devoró recién surgidas del vientre de remotos mercadillos para propagar la infección narrativa, más vieja que la literatura: Silver Kane, George H. White, Keith Luger, González Ledesma, el padre de Enric González, periodista de múltiples talentos, el mayor estar siempre expuesto a los detalles divertidos.

Con una vida ya larga (y productiva), Alfons rescata ejemplares mortecinos de primeras ediciones de letra apretujada y pegamento barato, libros reventones, no por largos, que Alfons los detesta, aviso, sino por poco compactados: toman, los libros baratos a las tres décadas en los anaqueles del olvido, un color de ala de mosca y una textura de hojaldre antiguo al borde de la desintegración. Comprobado. Aquí manda el forense.

Las damas y su caballero

En cuanto el negocio de la edición y de la vanidad –inseparables– tomaron todos los escenarios, el autor, Alfons, ya sabía que no era lo suyo. Él, erre que erre, fiel a sus devociones, primeros amores y cosas así, sin olvidar a los raros y curiosos de todo pelaje (la pobre loca Unica Zürn, su Patricia Higsmith, nuestro Víctor Orenga). Y a las chicas, más de cincuenta entre protagonistas y secundarias, que obtienen óbolo de sincero reconocimiento, muy necesario: ni la edad corta justifica que se ignore que Concha Alós era de Castelló y que traducía y, según algún malvado mejoraba, los libros de Baltasar Porcel. Esa forma tan peculiar de defender sus elecciones, con algún ribete de maduro gruñón, me parece admirable: los libros que se hicieron tuyos son como ese amigo gordo y patoso al que nunca negarás aunque acabes con el ojo virolado y un diente de menos. Touche pas à mon pote.

Puedo dar la sensación de que Cervera huye de la excelencia y los consagrados. Nada más falso: los conoce, lee y aprecia, pero con cierto aire cansino: todo el mundo los lee, son las piezas de una pescadería fina (¡con lo que nos gusta Faulkner a los de este pueblo!). Pero los fundacionales –los abisales, podríamos decir–, son los que hacen que te preguntes: dónde los vi, quién me lo pasó, era un poema o una canción o las dos cosas…

Cervera usa la expresión «40 Principales» para referirse a la intrusión de los media en la creación de prestigios hinchados. Aquí Alfons es implacable y, hombre, me gusta que haya sacado el tema a colación porque anda por ahí un tal Harold Bloom, degustador del canon universal, quien bajo su batuta pretende conocer las flores más bellas de la literatura trovadoresca (o del pensamiento lituano) cuando sus paisanos ni siquiera han sido capaces de mestizarse con negros, rojos y amarillos. Y si no se folla ¿de qué hablamos? Otro tanto podría decirse del Parker de los vinos: que los vinos siguen tan estupendos a pesar de su hocico meticón. He gozado este libro como algo personal.

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