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El caminante

Maurice André, el minero que fue trompetista

Maurice André, el minero que fue trompetista

Ayer, 25 de febrero, se cumplieron diez años del fallecimiento del francés Maurice André, inmensa figura de la trompeta. Desde los primeros años sesenta del siglo pasado se convirtió en un solista de referencia con un instrumento que hasta entonces no había destacado en las salas de concierto. La trompeta solista parecía más propia de campos musicales como el jazz. No obstante, el inmenso talento y la técnica impecable de Maurice André, que siempre supo ofrecer un sonido refulgente, se impusieron ayudados por el auge de la música barroca y el desarrollo de la industria fonográfica, con la alta fidelidad y los discos de 33 revoluciones por minuto. Su nombre se colocó muy pronto al nivel de los grandes intérpretes del violín o el piano.

Sus inicios no fueron, sin embargo, fáciles. André había nacido en Alès, una pequeña ciudad occitana, en la cuenca del río Gard. Su padre, que era minero, tocaba la trompeta en la banda de la localidad e inició a su hijo en el instrumento. Maurice empezó a trabajar en la mina y a cuidar vacas, pero muy pronto destacó en la trompeta. A partir de 1952, tras tocar en una banda del Ejército durante el servicio militar, estudió en el Conservatorio de París, del que 10 años después ya era profesor. En 1963 ganó el prestigioso concurso de Múnich, que supuso su consagración definitiva y lo llevó a tocar y grabar con los más prestigiosos directores de la época, como Herbert von Karajan, Karl Böhm o Karl Richter, con quien colaboró en algunas de las más bellas páginas de Bach.

En 1987 el Palau de la Música de València se acababa de inaugurar y Maurice André fue uno de los grandes músicos internacionales que tocó en su sala sinfónica, aún sin ser bautizada con el nombre de José Iturbi y denominada sencillamente Sala A. Después del concierto, tuve la fortuna de hacerle una entrevista. André contaba entonces 54 años y era un hombre corpulento y jovial que hablaba con pasión de la música y de la trompeta. Lamentaba el escaso repertorio para ese instrumento solista. “Hay pocos conciertos, 25 más o menos”, decía, y aseguraba que llevaba toda la vida trabajando en transcripciones de otras obras que tocaba a menudo, como el concierto para violín de Tartini El trino del diablo o la célebre aria de la Reina de la Noche de La flauta mágica de Mozart.

Por esos años el disco compacto estaba en sus inicios, por lo que era obligado hablar sobre ello. André alabó las grabaciones digitales, pero consideraba «poco serio» reeditar en compacto las grabaciones antiguas. Pero lo que más me sorprendió fue su oposición frontal al sonido estereofónico. «Yo tengo amigos en París, ingenieros, que me han dicho siempre que el estéreo es falso y yo estoy de acuerdo. No se escucha nunca un concierto con unas voces aquí y otras allá. Es siempre monoaural. El estéreo da aire, grandeza a la grabación, de acuerdo, pero es falso»

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