La utopía todavía es posible
Una obra colectiva para mirarse al espejo desde la imperfección de la política real.

La utopía / Enrique Herreras
Enrique Herreras
Tenía este libro en situación de espera. Por fin lo he podido leer en tiempos en los que el mayor deseo es que acabe la pandemia del covid, y que volvamos a una vida normal. Como se trata de un libro colectivo, no es fácil detallar todos los temas tratados, por lo que me centro en unas reflexiones genéricas que me ha producido su lectura. Aunque pongo especial hincapié en la magnifico prólogo de Faustino Oncina, el coordinador del mismo junto a Juan de Dios Bares.
Y es, precisamente, Oncina quien lanza en sus primeras páginas una pregunta inquietante: ¿estamos viviendo un velatorio de las utopías? Si la respuesta es sí, tenemos un problema; porque no es fácil deshacerse de pensar a la manera utópica. Pero, ¿qué significa utopía? ¿Es una ficción?
Si buscamos la etimología de la palabra, en principio, hay mucho de ficcional: Ou-topia significa «no lugar» y eu-topia, «buen lugar». Pero esto nunca lo he visto tan así, porque, según mi interpretación de la famosa isla de Utopía (Tomás Moro), no se trata de un no lugar, sino de un espejo para mirarse desde la imperfección de la política real. No comprender esto ha ocasionado, según mi opinión, que muchas de las utopías diseñadas hayan sido, de entrada, buenas críticas de la situación, pero totalitarias en las soluciones.
Esto me recuerda a cuando Albert Camus, en su Hombre rebelde alude a la necesidad de la mesura porque los radicalismos y visiones unilaterales pueden acabar en la guillotina. O lo que señala Reinhart Koselleck, bien citado por Oncina, al subrayar que, si bien la utopía depende de la posibilidad de ser de otra manera, el utopismo es inexorablemente totalitario en la medida en que entraña la abolición de la contingencia, la distancia entre el deseo y la realización.
En la actualidad podemos atisbar diferentes modos de adentrarse en este asunto, como hace Bauman al afirmar que, en nuestra época líquida, tenemos miedo de fijar para siempre las cosas. O cuando Claudio Magris, une utopía y desencanto, dos conceptos que, según él, antes que contraponerse tiene que sostenerse y corregirse recíprocamente. Magris se queja de que la respuesta a las desilusiones por las utopías totalitarias desmoronadas, es el predominio de un desencanto al rechazar los ideales de solidaridad y justicia que antes se habían creído de manera ciega. Por ello, pide estudiar los defectos para corregirlos. Tras las cosas tal como son, según Magris, hay también una promesa, la exigencia de cómo debiera ser. El desencanto, sería entonces, una «forma irónica, melancólica y aguerrida de la esperanza».
Por otro lado, no me olvido, como también hace Oncina, de quienes ven la utopía lograda en el presente. Steven Pinker, por ejemplo, defiende que nuestra sociedad es la utopía realizada si comparamos nuestro tiempo con el pasado. Tampoco dejo de lado a quienes dicen que, si bien ya no caben utopías, sí las micro-utopías que vehiculan propuestas mínimas relativas a piezas particulares defectuosas de nuestro engranaje social.
Pero las trazas de optimismo, de salvar al soldado utopía, vuelve a chocar de nuevo en nuestro tiempo, como evidencia Orcina al recordar que la utopía de la libertad del ciberespacio se ha desvanecido y convertido en botín de emporios (Google, Facebook…)
La utopía ya no se viste de Prada
En fin, ¿han encallado las utopías, ese dedeo de perfeccionar las comunidades humanas? ¿Hemos perdido el futuro y solo nos queda pensar el pasado? Precisamente, este poliédrico libro hace un repaso del pasado, desde las utopías clásicas, como la excelente reflexión de la República de Platón que realiza Juan de Dios Bares, o el surgente estudio que hace Óscar Cubo de las dos fases que subraya Marx en su Crítica al Programa de Gotha. La Escuela de Fráncfort no falta en este estudio. Lo hace de manera muy rigurosa Falko Schmieder. Aunque echo en falta perfilar la «Comunidad ideal del habla» de Habermas, el sentido más ajustado que hay hoy -según mi opinión- de la utopía al cambiar ese «no lugar» por un marco de referencia (formal). El objetivo no es llegar, sino servir de orientación para la acción.
Dicho esto, hubiera querido adentrarme más en la original mirada que representa la utopía «de lo que pudo haber sido» de Max Aub (planteada por Linda Maeding), pero en estas líneas solo puede apuntar que el libro es merecedor de una lectura atenta y abierta, realista y al mismo tiempo estimulante, porque nos muestra gran parte de la geografía de la utopía que ha difuminado la frontera con la distopía; pero, aun así, todavía es posible.
Entre otras cosas porque, volviendo a Oncina, ¿cabe llamar política a una política carente de alternativas? Así es: cambiar las cosas suena utopía, pero dejarlas como están, también. La utopía ya no se viste de Prada, pero precisa de argumentos que renueven su sentido.
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