Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La zambullida de Miquel Barceló

El artista muestra en la galería Elvira González de Madrid las cerámicas y las acuarelas que realizó durante la pandemia en dos islas, Mallorca y la keniata Kiwayu, y en las que vuelve a empaparse de mar y naturaleza.

Esto es una prueba adaslkadladksad asdasdasd. lkasdalkdj | A.PÉREZ MECA/E.P.

En el verano de 2021, Miquel Barceló decidió poner tierra de por medio tras los confinamientos pandémicos y volvió a África, al continente que es su segunda casa, si no la primera. Esta vez no regresó a Mali, sino que se instaló en Kenia. Concretamente en Kiwayu, una de las pequeñas islas que forman ese archipiélago paradisíaco que es Lamu. «Me fui unos meses porque necesitaba cambiar de aires después de dos años de covid y de algunos problemas personales. Y pasé el tiempo nadando y pintando», relata el artista en la galería Elvira González de Madrid, ha inaugurado precisamente Kiwayu, la exposición que recoge las acuarelas que pintó allí y también las cerámicas en las que había estado trabajando unos meses antes en otra isla, la Mallorca que le vió nacer y donde tiene su estudio.

Arriba, un pez y diferentes motivos naturales acuáticos y terrestres en la acuarela ‘Gran peix groc’ (2021); y a la derecha, uno de sus autorretratos, ‘Moi debout à Kiwayu 1’ (2021). | A.PÉREZ MECA/E.P.

La muestra está llena de los motivos y las fuentes de inspiración que han marcado casi toda la obra de Barceló: mandan el mar, la naturaleza, la flora y la fauna -tanto terrestre como acuática-, pero también hay representaciones de las gentes del lugar e incluso de él mismo. Sus figuras humanas aparecen a veces casi posando, muy peludas, y otras mezcladas con animales, nadando como en una de esas zambullidas que marcaron su día a día africano. Porque Miquel Barceló (Felanitx, 1957) se define como un ser esencialmente acuático. «Incluso cuando estoy en mi taller tengo la sensación de que estoy debajo del agua», confiesa.

Miquel Barceló con dos de sus cerámicas de ‘Kiwayu’.

El artista que llenó de peces y otras criaturas del mar el retablo de la catedral de Palma, y que también convirtió la cúpula del Palacio de las Naciones Unidas en Ginebra en una gruta marina, tiende con esta exposición un puente entre dos masas de agua, el Mediterráneo y el Índico, y entre dos islas muy alejadas. Pero las criaturas que pertenecen a ambas parecen entremezclarse, porque los peces son bastante similares en ambos casos, tanto en papel como en arcilla, y entre las cerámicas que hizo en Mallorca hay algún jarrón con los rasgos de una especie poco autóctona: el elefante.

Autorretratos en crisis

Sobre esos hombres hirsutos que salpican la exposición, el artista explica que «cada vez que estoy en crisis vuelvo al autorretrato para saber quién soy, yo y mi circunstancia. Aquí salgo muy peludo, y doy un dato que no sé si es muy importante, pero los monos de Kiwayu tienen los testículos azules, azul cobalto», bromea señalando la entrepierna, envuelta en un aura azul brillante, de uno de esos homínidos erguidos.

Hay también en esta muestra una vuelta al color, a un color vivo, lleno de luz y que se desparrama por una amplia gama cromática. Las pinturas, y también las cerámicas, inspiran una cierta alegría. De hecho, el texto que presenta la exposición habla de que estas obras «son un canto a la vida, un momento de joie de vivre». Pero Barceló no parece tenerlo tan claro, porque no cree que se encuentre en un momento muy optimista. «Mis obras no tienen mucho que ver con mi estado de ánimo», explica. «Cuando hice estas, de hecho, estaba en un momento más bien bajo. Lo comentaba hace poco con un amigo: es curioso ver hasta qué punto el aspecto de las obras no nos representa, funciona en un mundo paralelo».

Lo que sí reconoce es que, en medio de un planeta paralizado por la pandemia y donde las informaciones que se conocían a diario no contaban nada bueno, la zambullida y el trabajo en el estudio eran un bálsamo, y también un acicate, para ponerse manos a la obra, sin un programa definido. Porque lo que importa a la hora de crear, según el mallorquín, no es lo que se quiere representar, algo que casi nunca tiene claro, sino lo que sucede en el momento de trabajar y el resultado final de una labor que parece tener bastante de torrencial. Como si el instinto y lo espontáneo le ganaran la partida a la reflexión y a lo que se sabe de antemano. Porque Barceló también habla constantemente de desaprender, de deshacerse de manías y de aceptar las propias contradicciones.

Cerámica y papel

Las 11 cerámicas mallorquinas reunidas en la galería son de pequeño tamaño, casi todas jarrones que a veces están pintados y evocan pinturas rupestres, y otras recogen en su forma el rostro de personas o de animales. Nada que ver con su trabajo frecuente con piezas más grandes y casi arquitectónicas, como las de arcilla en las que ha estado inmerso en los últimos meses y «en las que se puede incluso caminar por dentro». Esas obras, en las que trabaja «como con los frescos, pero haciendo tú mismo la pared», se expondrán próximamente en Francia, en un castillo del Loira. Lo harán con cierto retraso porque a su producción también le ha afectado, como a casi todo, la crisis de suministros, que no le ha permitido utilizar los hornos al ritmo que hubiera querido.

Las 26 acuarelas africanas, en cambio, vienen a ilustrar, una vez más, el amor del artista por el papel. Un elemento que aprecia no tanto como soporte, sino como algo consustancial a la obra. Entre esas obras hay un retrato de grupo de una familia africana en la que, además de padres, abuelos e hijos también se integran gambas o peces. O varias obras con hombres y mujeres que bailan, en algun caso con langostas marinas. Varias pinturas retratan a insectos, seres fundamentales de la cadena trófica, polinizando plantas. Aunque la protagonista quizá sea una acuarela a la que Barceló ha bautizado como Yoga Girl, que con su postura incómoda y sus protuberancias ha servido al artista para experimentar pintando los manglares y los corales que brotan de ella. «El coral es una especie de fractal para el cerebro del pintor», se justifica.

Respecto a la realidad política mundial y la posible influencia en su trabajo, Barceló dice que siempre ha pintado en tiempos de guerra. «Cuando hicimos la obra de la catedral de Palma estábamos metidos en la guerra de Irak. En Mali están en guerra desde hace años, algo que yo siento como si fuera en Felanitx, porque son mi familia, mis amigos. Es terrible y sucede cada día, como ahora en Ucrania». Y sentencia, resignado: «Nosotros pagamos esas bombas. Es muy doloroso, pero no deja de ser una constante en estos tiempos».

Compartir el artículo

stats