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El faro

La novela-isla de Josep L. Barona es la historia de los viejos navegantes que regresan. Es más cosas, claro que sí. Pero sobre todo es eso.

El

Volverá toda noche de insomnio: minuciosa.

Jorge Luis Borges

«Sólo he escrito lo que recordaba… Pero sólo en parte, porque la memoria es débil y los libros que se basan en la realidad con frecuencia son sólo pequeños atisbos y fragmentos de cuanto vivimos y oímos». Lo escribe Natalia Ginzburg en su libro Léxico familiar. Escribir es recordar. Lo mismo que alguien dice que es vivir. Ahora hablamos de escritura. Es lo que tenemos para indagar en lo que cuenta una excelente novela de Josep L. Barona titulada Nura. El nombre antiguo de una isla. Menorca. La llamaron así los viejos navegantes. Dejaron en lo que vivieron restos de lo suyo, huellas que habrían de seguir otros navegantes, personajes robados a las leyendas que el mar se pasa la vida dejando varadas en la playa. Es entonces cuando un nuevo personaje llega y se pone a buscar esas huellas del pasado en el regreso.

Lo sabe, ese personaje. Sabe que encontrar el pasado es imposible. Se trae con él el hielo de Oslo, su saber académico, el proyecto de una novela que será la historia inventada de una realidad que nunca lo ha abandonado, a pesar del tiempo transcurrido y la distancia: «Regresar al pasado es reinventar la propia historia». Contarla, contar esa historia, es ponerse a escribirla, no dilatar el inicio porque si lo dilatas empezarán a llegar los fantasmas de otro tiempo, a surgir de las sombras voces que parecían olvidadas, a remendar lo de antes con las suturas siempre frágiles de lo de ahora mismo. Llega el profesor universitario a la isla para dar una conferencia. Pero eso es una excusa. Llega a la isla el profesor universitario para escribir una novela. Para inventarse una historia. Pero esa historia, esa novela, ya tenía antecedentes: se trata de un regreso a los sitios donde vivió muchos años atrás. Ahí el riesgo. Ahí la necesidad de no fingir, de que quien lea esa historia no se sienta traicionado por las intenciones del novelista. Porque hay ficciones que mienten. Y ya sabemos que la ficción nunca debería ser mentira.

La lentitud del paseante. Esa manera de entender la escritura. Sin prisas quien escribe. Así también el personaje que se adentra en un tiempo que nunca es sólo el tiempo de uno mismo. En ese mismo tiempo habitaron otros personajes, cuando él era un joven estudiante y estuvo en la isla por primera vez. Esos personajes van cobrando vida de nuevo, y no en la vida del protagonista sino en la escritura. Cuando la lentitud del paseante se convierte en urgencia narrativa sucede el milagro, la magia de la buena literatura: lo que se inventa y lo que se vive son una misma cosa. La novela dentro de la novela. La vida dentro de otras vidas. Compartir con quien lee Nura lo que Walter Benjamin decía de la memoria en ese pequeño libro suyo que tanto me gusta: Infancia en Berlín hacia 1900: es en ella, en la memoria, donde muchas veces sucede la vida. Y escribe el personaje protagonista: «Me detengo ahora en mi relato. Cuando leo las primeras páginas advierto una mezcla extraña de recuerdos, fantasía y leyenda oral». Y es cuando llegan, desde esa mezcla extraña, el desasosiego, el reencuentro con los demonios de quien regresa, «esa noche de insomnio: minuciosa», como escribía Borges. Avanza en la escritura cada vez con más inseguridad, con esa especie de cruel incertidumbre que emborrona cada página, con la amenaza del abandono porque los fantasmas están ocupando la casa del faro que era el sitio donde la novela había de ser escrita. Esa novela, ya prometida la fecha de entrega a la editorial, se titula El refugio del dibujante. El refugio es ese faro que lo deslumbró, con sus habitantes, en su primera estancia, cuando la vida era otra y no tan aparentemente despiadada como ahora.

Las referencias a la propia escritura, a eso que podemos llamar oficio de escribir, no faltan en Nura. Nombres de autores y títulos de libros que han ido forjando la personalidad del escritor. Apuntes sobre eso que llamamos estilo y que tanto ha dado de sí a la hora de los debates literarios de todos los tiempos. Enfermo de estilo estaba Flaubert, le decía su madre a Louise Colet, la novia del escritor francés. Pero ahí surgen las dudas: ¿es sólo estilo la escritura? Mi opinión es que no, que la escritura ha de llenarse de esos demonios que llenan de miedo a quien escribe. Poco a poco eso va siendo esta novela de Josep L. Barona, historiador de la Ciencia que ahora se mete a contar una historia con una madurez narrativa a la que mucha literatura actual de ficción está poco o nada acostumbrada.

Las vidas, las numerosas vidas que ocupan las exigentes páginas de Nura se van cambiando unas por otras, se reencarnan unas en otras, como en ese ejercicio permanente de juntar la realidad y las ficciones. No resulta fácil salir de la lectura sin heridas. Si la escritura «a veces se vuelve dolorosa», también así se vive la lectura. Poco me interesan las lecturas que sólo tranquilizan. Lo mismo que esas escrituras que se agotan en sí mismas, que huyen del conflicto, que son como la siesta de una tarde a la sombra de una nostalgia placentera. No se sabe cuál será el destino final de la novela escrita en el faro donde se refugia el escritor para hacer un paréntesis entre su vida de antes y la de ahora. La distancia entre Oslo y Nura es cada día más grande, como dice el bolero de José Alfredo Jiménez. Y aquí, para terminar, una conclusión que abunda en lo que es esta magnífica novela de regresos imposibles: “Creo que los paréntesis son sólo un recurso de la escritura, porque la vida sigue y el paréntesis no se cierra”. La vida y la escritura. Eso es Nura, la novela-isla de los viejos navegantes que regresan. Es más cosas, claro que sí. Pero sobre todo es eso. Sobre todo.

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