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¡La lucha por la igualdad se puede ganar!

Una lucha incierta, frágil, siempre en curso y cuestionada.

¡La lucha por la igualdad se puede ganar!

Lo más significativo que tiene este último libro de Thomas Piketty es que no ofrece un panorama trágico como suele ocurrir en un tiempo cada vez más polarizado y cada vez más alarmado. Para ello, utiliza el arma siempre lúcida de estudiar, con detenimiento y en profundidad, la historia. Una historia que le permite al economista-sociólogo francés ver una línea de progreso hacia la igualdad social, económica y política. La cuestión es comprender los conflictos y movilizaciones que han hecho posibles una mayor igualdad, como son los mecanismos institucionales y los sistemas legales, sociales, fiscales, educativos y electorales. Una historia que, efectivamente, no ha sido pacífica ni lineal, como puntualiza el profesor de la Escuela de Economía de París, quien vuelve a reunir la profundidad académica con el agrado del público, como ya ocurriera con obras anteriores: El capital en el siglo XXI (FCE, 2013); Capital e ideología (Deusto, 2019); o ¡Viva el socialismo! (Deusto,2020).

Para Piketty, la propensión hacia la igualdad se sostiene, desde fines del siglo XVIII, en varias líneas de acción (y de luchas), que van desde la igualdad jurídica, el aumento de la educación, sanidad gratuita, seguridad social, derechos sindicales, derecho internacional…, hasta el sufragio universal y la democracia parlamentaria.

Lo demostrativo del libro es que las deducciones van unidas a un cúmulo de datos, que ayudan a comprender lo que se dice en él. Pero con una matización del propio Piketty: dichos datos no son más que construcciones imperfectas, provisionales y frágiles. No son, pues, verdades absolutas, o matemática pura, sino ayudas a partir de las cuales establecer magnitudes y comparar situaciones.

Una historia que se estructura en diez capítulos. De ellos quisiera resaltar algunos. Primeramente, del meollo de libro sobresale su análisis del papel de las revoluciones, como la francesa, con sus luces y sombras. Pues esta revolución, suprimió los privilegios de la nobleza, pero reforzó los derechos de los propietarios, lo cual frenó la igualdad en el siglo XIX. Otro punto curioso y sugerente es el relativo descolonialismo, así como el fino análisis de los cambios producidos a partir de la crisis del 29 y de la segunda Guerra Mundial, con el aterrizaje del Estado del bienestar, y con ello, las nuevas relaciones entre capital y trabajadores, y el buen papel de la fiscalidad progresiva, que ayudó a un aumento de productividad y redujo la desigualdad. A todo ello se une su análisis de la crisis medioambiental y climática, que no puede solucionar, o atenuarse, si no se reducen drásticamente las desigualdades.

La importancia de la fiscalidad progresiva

En un tiempo donde muchas voces piden la reducción de impuestos, Piketty es tajante: la fiscalidad progresiva y el Estado social siguen siendo dos herramientas poderosísimas para trasformar el capitalismo. Un asunto que, según opino, habría que repetir una y otra vez en tiempos de neoliberalismos, y, sobre todo, de poderosos lobbies bancarios. Se hace necesario, pues, la reorganización del Estado social, frente al auge de otros Estados, como el ruso, donde los oligarcas marcan el paso y predomina una opacidad financiera. O el auge ideológico de China, que promueve una especial democracia autoritaria de partido único, pero que ha conseguido éxitos innegables en la mejora del nivel de vida de sus ciudadanos, lo que puede resultar atractivo para países occidentales que desconfían del capitalismo financiero dominante en una globalización asimétrica.

Una vez señalados estos aspectos positivos y revitalizantes, veo preciso realizar alguna matización. En algunos momentos, el autor se hace eco de aportaciones como las de Platón, Rousseau o Marx, pero echo en falta la presencia de autores contemporáneos. Por ejemplo, una atención al principio de la diferencia de John Rawls, o la percepción del también economista Amartya Sen que relaciona la igualdad no con la RPC, sino con la libertad que puedan tener las personas para realizar la vida que creen valiosa.

Esta crítica no impide ver el bosque donde cobra resonancia su propuesta de un socialismo democrático ecológico y con mestizaje social. Para ello serán necesarias muchas batallas antes de que, por ejemplo, los bancos centrales se conviertan en una verdadera herramienta al servicio de la igualdad. Para ello, se precisa de una ciudadanía activa (y de una cultura de la igualdad) que siga profundizando lo ya conseguido. Igual que hay ya un camino hecho hacia la igualdad, Piketty subraya que esta lucha se puede ganar, pero sabiendo que es una lucha incierta y frágil, siempre en curso y cuestionada. Esto último, interpreto, es lo peligroso en estos tiempos líquidos en los que se va perdiendo la solidez de lo justo, la que representa seguir apostando por la igualdad.

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