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Crónicas de la incultura

Museos

El pasado 18 de mayo se celebró el día internacional de los museos, como siempre en esta fecha, y anteayer fue la noche europea de los museos. Parece mentira, pero hasta hace bien poco a nadie se le ocurría visitar una ciudad por sus museos. Estoy seguro de que si se hubiese hecho una encuesta a los valencianos en 1980, pocos reconocerían haber visitado el Museu de Belles Arts -¡la segunda pinacoteca de España!- o el González Martí de cerámica, y ninguno el IVAM (1986) o el MuVIM (1996) porque ni siquiera existían. El siglo XXII pasará a la historia de la cultura por muchas razones, pero la proliferación de los museos siempre será de las más relevantes.

El papa Sixto IV crea en 1471 los museos capitolinos a partir de una serie de bronces expuestos en dos lugares de Roma, pero la muestra no se hizo pública hasta 1734 con Clemente XII. A partir de esta fecha asistimos a la progresiva democratización de las colecciones reales de arte, con hitos tan reseñables como la inauguración del British Museum (1759) o la del Hermitage (1764), todavía reservados a grupos escogidos, y la del Louvre (1793), que, como corresponde a la época revolucionaria, fue el primero verdaderamente público. En España el origen del Museo del Prado se halla igualmente en las Colecciones Reales, que fueron atesorando los monarcas de la dinastía de Habsburgo y luego de la de Borbón, hasta que Fernando VII (¡quién lo iba a decir!), decidió destinar el edificio de Villanueva, que albergaba colecciones de ciencia natural, a sede del Real Museo. Se ve que hasta un monarca chocarrero y asesino, como este, puede favorecer la democratización del arte, aunque nos consta que la verdadera inductora fue la reina María Teresa de Braganza.

Sin embargo, papas y reyes han nutrido el inventario de casi todos los museos europeos, pero no siempre: el museo londinense de Ashmolean se creó en 1683 con los fondos legados por el místico y científico Elías Ashmole a su universidad. Tampoco es la del museo una institución privativa de Europa: de hecho, la colección más antigua de objetos valiosos destinados a la contemplación pública de personas escogidas fue el museo Ennigaldi, erigido por la reina neobabilónica del mismo nombre en 530 a. J. C. y del que solo quedan algunas ruinas. La presencia femenina seçdo muchas veces en la historia de los museos, que, al fin y al cabo, deben su nombre a las Musas. Y es que el placer que proporcionan los museos es fundamentalmente escópico, consiste en dirigir la mirada a algo -ōƙoπç: skopós- y recrearse en ello. No se basa en apropiarse de una cosa, sino en compartirla, una pulsión que es sinónimo de cultura.

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