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Complicidades

Chillida Leku

Todos necesitamos espacios sagrados, ámbitos para nuestro asombro. Lugares que certifiquen en nuestras horas bajas, en nuestras noches oscuras del ánimo, nuestra pertenencia a las mejores manifestaciones de la vida. Los necesitamos desde un punto de vista colectivo; pero también de manera privada, ingredientes íntimos que constituyen nuestra forma de ser y estar en el mundo. Somos quienes somos, entre otras muchas cosas, porque disponemos de ciertos paisajes que nos han hecho lo que somos.

Igual que coleccionamos cosas mediante las que sentirnos a resguardo, a buen cobijo, también disponemos de nuestros dominios totémicos. Cuando los visitamos, cuando pensamos en ellos en la distancia, estamos en casa de nuevo, y, aunque fuera diluvie, hay una estufa encendida, y las voces de quienes amamos suenan por las habitaciones, y alguien prepara en la cocina nuestro plato favorito.

Por fortuna, mi coleccionismo imaginario me ha permitido tener a mano muchos de estos lugares medicinales. Puedo improvisar un breve censo urgente: los montes de la sierra Calderona (y su punto geodésico), la playa de Almenara, mi casa de Serra, la poesía de Quevedo, la poesía de Pessoa, la poesía, la prosa de Borges (tan inclinada a las enumeraciones y los censos), la ciudad de París, la ciudad de Londres, el pueblo de Barbastro. Esta lista podría prolongarse hasta el infinito.

Desde hace cosa de un mes he agregado en un lugar de honor Chillida Leku, la finca que compró el escultor Eduardo Chillida a las afueras de San Sebastián, y en donde instaló parte de sus mejores piezas. El resultado de todo ello es un paraje encantado, una asombrosa hermandad entre la naturaleza y la obra humana, en donde el acero esculpido, el hierro forjado, el mármol trabajado a cincel son extensiones de la hierba, de las hayas, de los magnolias: una y la misma cosa.

Allí se comprende que la obra de Chillida es una prospección en los misterios primordiales de la existencia, una conversación pausada entre el peso y la levedad, entre la fuerza y la blandura, entre la resistencia y la ductilidad. ¿Qué hace si no su famoso Peine del viento, en la playa de Ondarreta, departiendo con los temporales y las ventiscas, o con la dulzura del mar en calma y la amabilidad del sol en primavera?

Pero Chillida Leku es un monumento a la memoria, como esencia de la identidad. Todo nos dice: Somos porque recordamos y recordamos para ser. Escuchando hablar a Mikel Chillida con todo el cariño hacia su abuelo, con todo el conocimiento sobre su trabajo, corroboré la idea de que el heredero de una gran obra es alguien que tiene que ganarse el derecho a serlo.

En mi casa del mundo, disfruto de una nueva estancia curativa.

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