Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Sara Torres: "No me preocupa que no me quieran quienes no me entienden"

«No me preocupa que no me quieran quienes no me entienden»

Todo en ella, en Sara Torres es belleza. Porque ella, Sara Torres, es pura poesía, lo mismo que su narrativa, aunque fuera el género lírico por excelencia en el que primero aprendió a expresarse para poder amar como quería, como sentía, como necesitaba, y ser amada, también. Sus versos, inspirados en la pasión de Cristina Peri Rossi, espejo en el que aún se sigue mirando con rubor, pudor y humildad, fueron tomando poco a poco su propia forma en poemarios en los que su voz terminó emergiendo poderosa y firme, una fuerza de la naturaleza creadora. Esa voz que en Lo que hay (Reservoir Books), su primera novela, recién publicada, alcanza cotas de virtuosismo melódico, nada empalagoso, para contar la historia de Sara, una joven que se debate entre el eros y el tánatos, entre el duelo por la muerte de su madre y el amor hacia una nueva amante. Los afectos entre las mujeres narrados para salir de los márgenes y ocupar, por fin, el espacio público del que fueron desterrados.

Qué importante es hablar de los afectos entre mujeres desde el terreno literario, tan inexplorado.

Es fundamental intentar hablar de los afectos entre mujeres como algo que se puede dar al margen del sistema heterosexual. La novela era una oportunidad para hablar de esos vínculos sin tener que poner ese marco.

¿Cómo esperaba que fuera recibida la novela?

Tenía miedo a que se considerase efectista la intersección entre la muerte de una madre y una historia de deseo. Mi principal miedo era que las escenas sexuales entre mujeres se consumiesen como algo que está ahí para llamar la atención, y que no se entendiese que para mí lo sexual es un espacio de reflexión profunda sobre la vida, sobre lo político, sobre cómo nos construimos a través de ideologías, fantasías... Lo sexual no es un lugar de espectáculo.

La narradora dice que «follar bonito nos hace felices». Pero qué difícil es hacerlo en una página.

Que aparezcan esas dos palabras juntas, ‘follar’ y ‘bonito’, era una forma de dejar claro a qué me estaba refiriendo. Porque, muchas veces, lo que encontramos dentro de las representaciones literarias, y culturales en general, es o bonito vinculado a Disney, a lo normativo, o follar como lo oscuro, desvinculado de las emociones y vinculado a ideologías. Para mí, follar no está desvinculado de los cuidados y la vida y los afectos.

¿Por qué tendría que estarlo? De ese acto surge la vida, en muchos sentidos, no sólo el literal.

Total, la vida propia, el deseo de vivir. Y, para mí, en la novela el follar está vinculado al deseo de vivir una vida alegre, una vida bonita...

También es fundamental la visibilización, ponerle cara a las historias que han permanecido ocultas porque sólo podían desarrollarse en los márgenes.

Lo que intento hacer es visibilizar la subcultura lesbiana, que es una subcultura porque no ha podido participar de la vida pública oficial en muchos sentidos. Intento hacer eso visible sin que se lo trague el sistema. Porque, si ha estado al margen existiendo, lo que nos debe interesar como sociedad es aprender de las cosas bellas que puede ofrecer, no intentar incluirlo en una norma y que desaparezca la parte de diferencia.

¿Cuándo llegaremos a entender como sociedad que lo normal tiene que ver con lo normativo?

Cuando se multipliquen los discursos que señalan las convenciones y nos enseñan que es algo que parece natural a fuerza de repetirlo a través de la historia y del tiempo. Lo normativo es nuestra matriz y todas nacemos en lo normativo y somos educadas en lo normativo, por lo tanto tampoco hay que utilizar lo antinormativo como si fuese una especie de valor extra. Todas estamos atravesadas por la norma y nos posicionamos en relación a ella. Pero tener la libertad crítica de identificar que lo normal es normativo es el punto de partida que necesitamos.

La protagonista de la novela dice que en su «ciudad costera era un problema grande ser lesbiana». ¿Lo sigue siendo ahora?

Depende. Para mí no es un problema, porque es lo que más alegrías me ha dado en mi vida, aunque me haya podido generar dolores. Para mí, siempre ha sido una fuente excepcional de acceso a la belleza. Desde luego, no es lo mismo ser lesbiana en Barcelona que en un pueblo de Asturias o en otros sitios, en otros países. ¿Ser lesbiana en Barcelona, en una familia liberal hoy es un problema? Pues igual no tanto. Pero en muchos otros espacios es una pérdida de acceso al capital bestial, porque estás doblemente precaria por ser lesbiana y por ser mujer. Y también es una fuente de tener que lidiar con la sensación de extrañeza del otro, negociando cómo te acepta o se siente incluso orgulloso de aceptarte o se convierte en moderno por tenerte en su grupo Ese extrañamiento puede ser una fuente de incomodidad. Yo no me entero tanto, porque no me preocupa que no me quieran las personas que no me entienden.

Ayer volví a ver Carol y a releer la novela. ¿Nos han faltado referentes literarios lésbicos, culturales, en los que reconocernos?

Total. A mí Carol me marcó increíble de joven, porque era ver a una mujer que pone el deseo por delante de todo. Era impensable que esto se pudiese encontrar en un libro. Patricia Highsmith fue de una valentía y un vitalismo espectacular. Una lesbiana es un sujeto que ha puesto el deseo por encima del resto de las cosas. Cómo será la naturaleza de su deseo que persevera de tal modo que renuncia a privilegios, capital….

Derechos, familia...

Renuncias a todo. No sé ahora, pero yo he vivido eso. Era un tema de si tengo que elegir entre estar con mujeres y cualquier otra cosa, yo prefiero estar con mujeres.

¿Es la poesía más eros y la narrativa de ficción más tánatos?

Para mí, la narrativa es un poco parecida a la poesía en cuanto a su pulsión. La escritura para mí tiene esa función terapeútica: cuando el cuerpo está posicionado en el tánatos, hay algo erótico en el lenguaje que, como en el sexo, te coge la mano y te saca del pozo de la melancolía. Podrías quedarte ahí, pero hay un fetiche que es la palabra que agarra tu deseo, te saca de la negatividad y vuelves a participar del camino del eros.

¿Se puede amar en el duelo?

Total.

¿Y se ama igual?

En el duelo se ama muchísimo, porque la función de la muerte es la liberación del amor. Cuando tienes muchísimo amor agarrado a un cuerpo vivo y el cuerpo se va, te queda una energía amante disponible enorme y tienes que saber hacer cosas bellas con ella para que no te destruya. Lo importante sería como una especie de práctica amatoria del duelo donde seamos conscientes de que si no tenemos una forma creativa de usar toda esa energía amorosa puede ir en contra de nosotros mismos. El amor tiene que participar de vínculos, aunque sea de un vínculo creativo como la escritura, tiene que estar activo, necesita acción, porque, si no, demasiado amor nos puede hacer daño, también.

«¿Por qué nadie nos enseña a reconocer y acompañar a un cuerpo que se muere?». Es una pregunta que se hace la protagonista de la novela, y yo le traslado.

Yo creo que tiene que ver con que la sociedad occidental está construida en la represión de la idea de muerte. Y reprimir la idea de muerte también muchas veces es reprimir la idea de cuerpo y reprimir, por supuesto, la idea de cuerpo que se transforma no voluntariamente hacia lugares no voluntarios. Hay que intentar romper o liberar esa represión, abrirla a lo verbalizable o lo pensable, y luego educar en eso.

La narradora se cuestiona si es más fácil cuidar el cuerpo de una amante que el de una madre…

Está tan idealizado que la madre tiene que ser el cuerpo disponible, no sexual, cuidador, entregado, que cuidar de una madre es también el trauma de ver a una madre que no está realizando su función ideal. Como sólo estamos preparadas para que nuestras mamás nos cuiden, tener que cuidarlas genera un impacto. Pero como las mujeres históricamente siempre han tenido la capacidad de hacerse cargo, el impacto dura un segundo y luego tenemos muchas herramientas para empezar a cuidar. Hay un miedo en lo psíquico, pero el cuerpo sabe cosas que ni sabemos que el cuerpo sabe.

No estamos capacitados, educados, para relacionarnos con la muerte, pero tampoco con la enfermedad, con el cuerpo enfermo.

Es el momento para reflexionar muy en serio sobre el sistema como capacitista y edadista, porque si no hay muchísimas partes que tienen que ver con la violencia que sufrimos los cuerpos que no vamos a entender. Considerar que la enfermedad es un estigma y que te significa como cuerpo no válido está ligado a la idea de que tú crees que un cuerpo válido es un cuerpo productivo dentro de un sistema capitalista. Para poder entender por qué la enfermedad tiene significados tan oscuros en la actualidad tenemos que desplegar materialmente todos esos discursos.

Cuando empezó a tratarse en los medios la viruela del mono, vi titulares que especificaban la homosexualidad de los enfermos y me pregunté: ¿es necesario?

Lo necesario es que haya personas estudiando los titulares desde un punto informado sobre los temas que se están tratando. No se puede elegir los titulares por su efecto sin tener en cuenta los efectos que tienen de reorganización y de opinión en la realidad. El titular responde a un estigma, pero a la vez lo crea. Hay que entender que un titular es, también, un acto performativo que genera realidades sociales, y eso es una responsabilidad. No hace falta opinar de todo, no hace falta tener lemas para todo y, sobre todo, no hace falta estar segura de lemas en los cuales no has podido invertir tiempo para indagar sobre ellos.

La maternidad también atraviesa la novela, la vertebra. ¿Cómo viven la maternidad las mujeres que no han sido madres?

Yo nunca he querido ser madre. Pero me interesa mucho la potencia afectiva de lo maternal llevado a otros ámbitos, utilizar la energía afectiva de lo maternal para llevarlo a otras relaciones, y ahí hay algo muy revolucionario, también. Me interesa mucho lo maternal, pero liberado de la obligación de las mujeres como madres de seres humanos.

A veces tengo la sensación de que aún se considera egoísta a la mujer que decide no ser madre.

Sí, sí, y una de las consecuencias de la igualdad en ciertos ámbitos es que ahora encima siendo lesbiana también tienes que justificarte. Antes era: no me toques a los niños, que me los conviertes en rana. Pero de pronto es: ponte tú a parir, ahora que nadie quiere. La pregunta sobre la maternidad es para mí la principal violencia. Que exista esa pregunta en la vida de las mujeres constantemente y que haya que posicionarse con respecto a esa pregunta es lo violento, y que cuando tengas una relación de pareja eso sea una pregunta que atraviese también ese vínculo. ¿De verdad cada vínculo romántico lo va a tener que atravesar la pregunta sobre la maternidad? ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?

¿Qué conversación tenemos pendiente las escritoras?

Tenemos pendiente una conversación sobre la alegría que es el derecho a la decisión sobre una muerte voluntaria y digna. Me encantaría celebrar la ley de la eutanasia, hablar sobre cómo nos gustaría envejecer o morir antes de estar muriendo o envejeciendo.

¿Y estamos preparadas?

Yo creo que sí. Las escritoras estamos en un momento súper bonito para hablar de muchas cosas. Estamos deseando hablar entre nosotras y cada vez que lo hacemos surgen maravillas.

Compartir el artículo

stats