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Crónicas de la incultura

Caín y Abel

De niños una de las experiencias más impactantes que vivíamos en la escuela era aprender Historia Sagrada. Sí, como lo oyen. Pero no se crean que eso tenía nada que ver con la religión. Haciendo honor a los orígenes textuales de la Biblia, dicha materia era una colección de narraciones extravagantes, a cual más pintoresca, que en conjunto constituían la memoria histórica y mítica del pueblo hebreo. Por allí desfilaban Matusalén, un abuelo de 969 años; o Adán y Eva, tapándose las vergüenzas y siendo expulsados del paraíso por haberse comido una manzana; o Noé, el capitán de crucero que llevó de paseo al Biopark entero; o Sara, una dama que consiguió tener un hijo de su marido a los noventa años sin ayuda del IVI; y así suma y sigue. A su lado, los cuentecillos que protagonizan unos descoloridos personajes que se llaman Pocoyó o Elly, y que vuelven locos a mis nietos, parecen soporíferos. No sé si me atreveré a darles estas vacaciones un curso acelerado de historia sagrada: seguro que se lo pasarían bomba, aunque sus padres igual dejan de hablarme, nunca se sabe.

Para que no se me sulfuren les diría que las historias de la Biblia tienen mucha miga, o sea que son educativas. Siempre me interesó la de Caín y Abel. Ya saben, se trata de los dos primeros hijos de Adán y Eva, pero acabó en tragedia porque Jehová aceptó las ofrendas de carne a la brasa que le hacía Abel, pero no las ensaladas veganas de Caín y este, despechado, se cargó a su hermano. Uno se pone en la piel de Jehová y lo entiende perfectamente: yo habría elegido lo mismo. Pero la cuestión no es esta, sino que, desde el principio, se valora la ganadería sobre la agricultura, y así hasta hoy. En el viejo Testamento siempre ganan los pastores, pero en el nuevo todavía es peor, porque el mismo hijo de Dios acaudilla el rebaño: Agnus Dei. Seguimos igual. Hace un siglo España todavía era un país agrícola, pese a la Mesta, la gente vivía de cultivar la tierra, igual que sus antepasados. Hubo muchas invasiones de pueblos pastores, que confundían el campo con una majada, pero siempre fueron asimilados: los bárbaros cuando el imperio romano, los árabes en la edad media, los constructores en la modernidad. Ahora es diferente: la cultura agrícola muere porque el otro bando ha inventado la estabulación. Se empieza por encerrar a miles de cabezas de ganado en mataderos y se termina amontonando a las personas en resorts horteras, latas de sardinas con alas y bloques de apartamentos. Así no salen del buffet y dejan de pensar en el desastre ecológico que se avecina. Es el triunfo póstumo de Abel. Felices vacaciones.

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