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Complicidades

Canto plástico

Hace algunos años leí un libro fascinante acerca de la relación del hombre con el plástico, una historia de su nacimiento, de su popularización, de los progresos logrados gracias a él, de las consecuencias terribles que puede tener el uso exagerado de ese material. Se titula Plástico: un idilio tóxico, de Susan Freinkel.

Me ha venido a la cabeza, porque me apetece mucho componer una oda -aunque sea bajo la forma del artículo de periódico- a la bolsa de plástico.

Me encuentro, en mi relación con los polímeros, más próximo al idilio que a la toxicidad. Quiero decir que amo el plástico, a pesar de que conozco los efectos adversos que producen los excesos con que lo manejamos. Pero ¿qué culpa tiene el pobrecito plástico de que los hombres no tengamos remedio, y de que seamos una especie que no sabe mantener limpia la casa del mundo?

De entre las innumerables manifestaciones del plástico, a mí me conmueve en especial la bolsa de ídem. Resulta imposible mirar a nuestro alrededor y no encontrar objetos hechos con polímeros o que los contengan. El teclado del ordenador con el que escribo, y la pantalla en la que estoy leyendo lo escrito, y el teléfono que mantengo a mi lado, y la lámpara que me alumbra, y los botones de mi camisa, y la botella de agua que me acompaña, y casi todo lo que constituye la materia próxima. La realidad es una múltiple experiencia plástica.

Mi objeto favorito es la bolsa de plástico, le tengo una ley casi inagotable, me admira a diario su capacidad de trabajo, su poder de transformación, su estoico acompañamiento de nuestras vidas. Las bolsas de plástico toleran la carga de nuestro destino inmediato. Son capaces -tan delgaditas, tan finitas, tan poca cosa- de soportar hasta cuatrocientas o quinientas veces su peso, como si fueran unas supermanas cinematográficas infatigables. Y no piden nada a cambio, no protestan, no se rebotan. Si por mí fuera, las beatificaría, las condecoraría con la cruz laureada de San Fernando.

Utilizo las bolsas de plástico para cualquiera cosa: como maleta, como bolso, como bolsa de deportes, como archivador, como bolsa de basura, como cesta móvil de la ropa, como mochila excursionista, como lo que se me ocurra. Las tenemos tan cerca de los ojos que no las vemos, como sucede con tantos otros asuntos; pero la literatura ha de servir para dar a la realidad su debida distancia, y que así aparezca con todo su ser, con toda su importancia. Con toda su humildad gloriosa.

La poesía que la bolsa de plástico contiene también constituye una intimidad nuestra. Por eso elevo aquí mi canto plástico.

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