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Guillermo Aguirre: "Los chavales aprenden la teoría, pero siguen cometiendo los mismos errores"

Autor de ‘Un tal Cangrejo’. (Sexto Piso)

Guillermo Aguirre Levante-EMV

¿’Un tal Cangrejo’ es un ejercicio literario de melancolía o más terapéutico?

Siempre que nos asomamos al pasado hay una melancolía inevitable, sobre todo en esos momentos de la infancia o la adolescencia, porque luego ya no nos acordamos de nada, por lo general. Pero he huido de esa pátina de que buenos eran aquellos tiempos, o qué malos. Supongo que tiene más de lo segundo, una catarsis por una adolescencia por el lugar menos indicado.

¿Y terapéutico?

El personaje tiene mucho de mí psicológicamente, aunque las cosas que le ocurren no me pasaron a mí, fue a otros, a una gente que tuvo que sufrir más que yo. Es un ejercicio de hacer las paces.

¿Por eso le ha costado tanto escribirla?

Es probable, porque planificas una novela que llegaba a más de 600 páginas, por tanto, se ha quitado muchas… Cuando saltas a ese escenario no conocido empieza la parálisis. Es algo muy parecido cuando alguien no ha conseguido escribir una novela, o cerrarla. Para mí era como si fuera una primera novela, estaba en un territorio desconocido. Las dudas sobre la trama y esas cosas te van paralizando. Entonces ha habido parones, pero en los últimos cinco años si me volqué.

La novela aborda la violencia familiar.

Eso me toca más personalmente, porque sin ser como Cangrejo, si fui un adolescente en casa muy particular, rompía cosas, golpeaba los muebles. Tenía viviendo a mi familia en una psicosis en la que ni siquiera me daba cuenta. Cuando eres adolescente es muy difícil ver más allá de tu ombligo.

El libro huye del moralismo.

El porcentaje de fracaso escolar a finales de los noventa estaba en un 29%. Si todos aquellos hubieran acabado mal tendríamos que andar por la calle con kalashniskov y casco. Los amigos de Cangrejo son personajes que he ido creando con amigos y gente cercana, y casi todos han acabado bien, e incluso algunos muy bien.

Refleja el proceso de formación en la pandilla, más que en los padres, que no eran como ahora.

Aprendías a hacer un canuto, que eso en casa no te iban a enseñar. Hay un momento en la adolescencia que se generan lazos contrarios a los padres. Eso es lo que le pasa a Cangrejo. Se construye contra su madre y al final de la novela lo acepta. Se crece dentro del grupo que aporta personalidad, que igual no queda marcada, pero durante esa etapa aporta un lugar. Dentro del grupo cada uno cumple su función, también ordena, no solamente educa.

La novela está estructura en tres capítulos, la primera son las andanzas del protagonista, el segundo es un apunte más generacional y el tercero es el recuerdo.

Escribo de manera lineal. Al principio, hace diez años, había dos tramas que luego se quitaron. Pero cuando llegué a las entrevistas, el objetivo era a, b, c. Siendo ‘a’ la historia principal, donde vamos viendo a Cangrejo en una novela más clásica, de formación y picaresca, siendo ‘b’ el nosotros que sí que estaba desde el principio, y ‘c’ era otra cosa, hasta que metí las entrevistas que me iban a ayudar mucho, porque era personas que habían vivido el fracaso escolar, y más las madres que los amigos.

Le ha quedado muy audiovisual.

En las entrevistas estaba pensando en los audiovisuales que me gustan mucho. También me permitía hacer crecer a los personajes secundarios, y al mismo tiempo aportar diferentes perspectivas sobre la parte central, que la esencia es el fracaso escolar.

Hay violencia, sexo y rock&roll. ¿Se ha cortado mucho?

Parte de los hechos violentos de la novela les pasaron a otros, así que no. Donde sí me he cortado es que no quería una novela dramática, por tanto, no he estado centrado en esas violencias porque se hubiera convertido en una novela más oscura. Quería moverme rápido entre esas partes de dolor y violencia, a momentos más luminosos, incluso humorísticos y absurdos. La adolescencia es la suma de todo ello.

La acción sucede en el Bilbao de antes del Guggenheim.

Pinto una ciudad como se la imagina Cangrejo, que puede que la haga cualquier ciudad. Sí que es verdad que hay particularidades muy de Bilbao, pero no querían que tomaran la iniciativa del texto. Creo una Bilbao casi mítica, pero que podría ser otro sitio.

ETA sale tangencialmente.

A eso me refiero, porque si me hubiera centrado en Bilbao igual se me hubiera ido la mano con eso. Eran ingredientes que no me interesaban demasiado. Los adolescentes crean un mundo paralelo.

¿La violencia se entrena?

Tengo amigas profesoras que dicen que los chavales aprenden la teoría, pero siguen cometiendo los mismos errores. En los adolescentes hay una capacidad muy siniestra para llegar donde quieren a través de la palabra, porque todavía son tímidos. ¿Por qué los chicos les tiran piedras a la chica que les gusta?

¿Qué queda del Guillermo Aguirre de ‘Electrónica para Clara’.

Queda cierta tendencia al lirismo, ahora más medido. Y las ganas de utilizar un lenguaje más suculento. Intento construir un lirismo de desguace, muy apoyado en rodamientos, gasolina… Aquí he aprendido a consolidar más los personajes y hacerlos crecer.

¿Se escribe mejor con los años?

Sí, se aprende a depurar ciertos vicios naturales de la escritura. Cuando doy clase, cada cual tiene una naturaleza y unas capacidades que te pueden llevar a una literatura u otra.

Su cuarto libro es un novelón.

El otro día me decía un amigo qué iba a hacer después de esto. Después del tiempo que me ha llevado y la sombra larga durante estos años quisiera parar para pensar. Tengo alguna idea, e igual vuelvo a la basura blanca del entorno rural.

¿De la adolescencia se sale?

Sí, de la mala también. Uno al final acepta sus debilidades.

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