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Dibujando la rabia y la frustración

Obras que hurgan en esa sociedad que deja de lado sin piedad a los que no pueden adaptarse a sus ritmos y exigencias.

Dibujando la rabia y la frustración

Vivimos una era de hiperconexión multivitaminada, donde la socialización ha pasado de ser una práctica presencial a una continua exposición digital donde los límites de lo público y lo privado se diluyen. Estamos en permanente contacto con conocidos y desconocidos, en una conversación eterna que elude los prejuicios orgánicos con la belleza impostada y artificial de los filtros de Instagram. Podemos ser quien queramos, cuando queramos y donde queramos al alcance de una pantalla de móvil, desde la comodidad de un sofá que almacena cajas de pizza y comida basura. Y, sin embargo, la soledad vuelve a erigirse como un problema omnipresente, en complicidad con una frustración que deja a muchos como espectadores inermes de su existencia.

Dibujando la rabia y la frustración

Aparecen esta semana dos obras que hurgan precisamente en esa sociedad que deja de lado sin piedad a los que no pueden adaptarse a sus ritmos y exigencias. Clase de actuación, de Nick Drnaso (Salamandra Graphic, traducción de Carlos Mayor; versión en catalán a cargo de Editorial Finestres) recupera constantes de sus anteriores trabajos para apostar por una estructura mucho más compleja, que toma como protagonista a los miembros de una clase de actuación que pretende usar el ejercicio escénico como terapia para sus males. Personas que no consiguen engancharse al tren de la sociedad por su pasado, por sus complejos, por sus miedos, que intentan aprender a representar a quienes no son como huida de su realidad, como búsqueda de un camino hacia un futuro en el que ya no creen. Drnaso consigue trasladar al cómic una sensación de constante perturbación, nacidas de la tensión entre la verdad ocultada y la mentira actuada, desarrollada a través de diálogos que precisan de perfecta caracterización, de dibujar los silencios de las conversaciones y descargar sobre las miradas la fuerza de la reflexión. No es fácil aguantar una narración en historieta con diálogos continuos, pero el autor de Sabrina mantiene el pulso en una obra que levanta ampollas, con un final que deja en el lector una última y obligada incursión en la historia.

Y territorios similares surca la nueva obra de Nadia Hafid, Chacales (Sapristi Cómic), que entreteje las historias de tres personas que no pueden encauzar una frustración e impotencia que se traduce en ira incontrolable, una situación conocida como Trastorno Explosivo Intermitente. Sin necesidad de una palabra, con un estilo casi diagramático, la dibujante consigue que la asepsia de la línea geométrica se convierta en pura visceralidad, en dolor y rabia. No necesita ni siquiera de expresiones faciales, de gestos, solo de un color que ejerce de caja de ritmos de la narración, como parte fundamental de un estilo que provoca un impacto visual instantáneo y potente. La viñeta se conforma como un espacio bidimensional donde los personajes están atrapados y encerrados, sus líneas son los barrotes de su existencia, limitados a una planilandia opresiva de la que solo escapan momentáneamente para que la ciudad y calles roben protagonismo a las personas. Resulta fascinante cómo las perspectivas en Chacales tienen una profundidad que reconocemos, pero se nos antoja falsa, ante la silueta de personas que arrojan sombras de las que carecen los elementos urbanos. Sombras que se convierten quizás en la única digresión de este mundo plano, en el enganche con la complejidad oscura de la realidad. Montajes analíticos que traducen la arquitectura de la página en el mecanismo para que el lector vea a través de los ojos de los protagonistas, como parte de una narrativa personal y reconocible que hace de Hafid una de las autoras más sugerentes, interesantes y con más proyección de nuestro cómic nacional.

Dos obras que obligan, necesariamente, a reflexionar sobre la relación con nuestros semejantes, a repensar la realidad que estamos construyendo.

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