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Calvino en América

Calvino en América

Desde noviembre de 1959 hasta mayo de 1960 el escritor Italo Calvino recorrió buena parte de Estados Unidos invitado por editoriales e instituciones académicas para impartir charlas, presentaciones o simplemente observar. Esta última fue, sin duda, su actividad más pertinente, a juzgar por el libro del que se ocupa esta reseña. Se trata de un libro de viajes póstumo que se publicó en el 2014 ( el escritor había muerto en 1985), porque -pensó Calvino- ya había demasiada literatura sobre América...

La obra está repleta de brillantes observaciones sobre la más variados aspectos de la vida cotidiana de Estados Unidos de esa época, hechas desde el asombro de un refinado provinciano europeo.

Por ejemplo, ante el carácter tan efímero de las construcciones:

«Porque (en Italia) quien ve surgir un grotesco edificio, producto de la especulación, tiene la sensación de que esa fealdad es definitiva, que la va a tener delante de los ojos toda la vida, que la verán sus hijo y nietos. Aquí (en América) no, porque una casa dura, de media, como máximo treinta años y además muchas son derribadas antes de una década».

En cuanto a la esencia de lo neoyorquino:

«Había llegado a Nueva York hacia dos semanas y no había conocido a ninguna neoyorquina. Empecé a salir con Judith. Creía que era una auténtica americana por su porte, su manera de reír. No digo que me gustara más que Joan, pero -¿cómo decirlo?- era absolutamente típica. Quería hablarle de eso en una pausa.

- Sabes?, la primera chica que conocí era rusa...

- Yo también lo soy».

Finas observaciones sobre los emigrantes italianos de segunda o tercera generación:

«Los pocos elementos de conciencia italiana los adquirieron aquí, por patriotismo de grupo y de barrio. Primero les enseñaron a estar orgullosos de Giuseppe Verdi y después, de Benito Mussolini. Nunca lograron relacionarse con un estrato de intelectuales, como, por ejemplo, el que conforman los exiliados políticos, compatriotas llegados antes del fascismo o durante el mismo. No tuvieron otros líderes ni otros ideales que los de la politiquería de los negocios locales».

En cuanto al colectivo chino:

«Mantienen en sus calles una discreta animación, pequeños negocios, griterío estridente, alegría atareada, bienestar urbano. Se diría que los chinos tienen el monopolio de la honestidad. Chinatown es el único barrio donde la policía no necesita combatir la delincuencia juvenil».

Una experiencia turbadora para un antiguo militante comunista, como Calvino:

«El fontanero llegó con un Rolls-Royce gigantesco. Mientras entre los intelectuales se impone el sentido práctico de preferir coches pequeños -lo que en algunos casos es casi esnobismo-. Para la clase trabajadora las grandes dimensiones siguen siendo lo más importante en lo que concierne al propio automóvil».

Sobre la popularización de los libros de bolsillo:

«Autores, estilos, valores o problemáticas que hasta ayer eran considerados ‘solo para algunos’, de un año para otro se abren para las multitudes, y la pátina lustrosa de la comercialización se anexa a nuevos territorios y asume formas más pretenciosas. Los refinados, es decir, los high brows, tuercen la nariz y ya miran con nostálgica indulgencia los gustos burdos de los productos de la ‘industria cultural’».

A veces emplea un tono aforístico:

«...Este es el país de los hombres que han elegido la geografía en lugar de la historia».

Es evidente que, en esa época, no se había iniciado aún el gran seísmo del arte pop:

«La conciencia americana solo consigue de forma cabal con reacciones que no cristalizan en imágenes, sino que permanecen en estado de grito. Hay dos formas de expresión que exhiben sus ventajas al propiciar una mayor tensión lírico-expresiva sin proponer imágenes: la pintura abstracta y la música de jazz».

Pero con este admirable comentario presiente – y a su modo define- la cercanía del mencionado seísmo:

«La pintura abstracta se impuso porque pintar paisajes con automóviles es imposible. Inclusive hasta se puede enunciar un corolario: la pintura que representa objetos volverá cuando nazca un genio capaz de transformar los coches en formas pictóricas en sus cuadros y consiga inventarlos, como Giotto inventó las ovejas y Van Gogh las sillas con asiento de paja».

Y ya dentro del campo que le es propio, Calvino advierte un poco escandalizado:

«Una profesión característica de Nueva York es el ghost-writer, el escritor-fantasma, (el negro en nomenclatura hispana) que escribe libros que firman personas famosas que no saben escribir. Pueden ser confesiones de actrices o de personalidades mundanas, memorias de deportistas campeones o de grandes empresarios, denuncias políticas de hombres de Estado o de generales del Ejército. Puedes encontrar un beatnik-poeta maldito que, para comprar drogas, hace de ghost-writer de un reverendo que quiere publicar libros de homilías edificantes».

A veces muestra dotes casi proféticas:

«Tan solo quiero aludir a una posibilidad que se va abriendo, aunque sea de forma confusa y caótica: la de que en San Francisco podría surgir la búsqueda de un nuevo humanismo fundado en experiencias de los dos mundos (Occidente y Oriente). ¿Será el Pacífico el nuevo Mediterráneo de una civilización global futura?».

Este libro de andanzas americanas de Italo Calvino mantiene cierto parentesco con Los Americanos de Robert Frank o en En el camino de Jack Kerouac, obras concebidas por aquellos mismos años.

En buena medida, el texto de Calvino es la involuntaria constatación, irónica y deslumbrada, de lo que, en no pocos aspectos, Europa iba a ser sesenta años más tarde.

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