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El escritor pendular

Hasta hace unas semanas, Cristóbal Serra era para mí «un perfecto desconocido visto por detrás», por usar la expresión de Adolfo Bioy Casares. Pero a la vuelta del verano, mi amigo Vicente Ponce me lo presentó en forma de recomendación literaria. Acaban de publicar, me dijo bajando la voz como si me comunicara un gran secreto, El viaje pendular, Antología definitiva. El título me pareció espléndido y el subtítulo, un atrevido contrapunto metafísico.

Está publicado por la editorial Wunderkammer, que literalmente significa «cuarto de las maravillas» y este libro, desde luego, lo es. Surfeando en la red, he visto que Serra hizo las delicias de Octavio Paz, de Carlos Edmundo de Ory, de Pere Gimferrer, de Juan Larrea, o de José Bergamín. No me extraña. Paz dijo de él que «habita el secreto con la misma naturalidad que otros nadan en el ruido».

Cristóbal Serra (Palma de Mallorca 1922-2012) es, en efecto, un escritor pendular y fragmentario que se la juega en cada frase, en cada párrafo, en cada uno de sus textos, en absoluto sometidos a las taxonomías y los códigos al uso. Valga como ejemplo esta aliteración: «Aquel cestero cetrino no daba su brazo a torcer y seguía en sus trece…». Por su anarquismo católico, me recordó desde el primer momento al profeta Léon Bloy, un escritor de finales del XIX, casi olvidado en nuestros días, al que hace pocos años leí disciplinadamente por razones que no vienen al caso. Luego pude ratificar la impresión, porque Serra le rinde homenaje en una conversación imaginaria con Chesterton y en otra, con el propio Bloy. Afortunadamente, Serra es más ligero porque los años no pasan en balde y conoce las virtudes de la levedad.

Su personaje Péndulo, un hallazgo inspirado en El idiota de Dostoievski, marca el ritmo de una prosa que en ocasiones se desliza hacia la misantropía: «Los hombres somos unas sombras que algunas veces nos mezclamos con la luz de un crepúsculo. Nada más». Y otras veces se precipita hacia la misoginia: «Las mujeres son un obstáculo con que damos de narices aun cuando llegamos a tener una idea muy triste del mundo». A El idiota, le dedica un lúcido comentario en una antología cuya compilación, al igual que en El viaje pendular, ha corrido a cargo de Nadal Suau. Con el título de El aire de los libros, la ha publicado la Fundación Santander en sus hermosos Cuadernos de obra fundamental.

Cristobal Serra tomó su enseña de una frase de Montaigne: «La libertad y el ocio, mis cualidades dominantes». Nunca se preocupó por publicar, porque decía que los libros los escriben los muertos y esperaba, en su caso con razón, que el merecimiento viniera de la condición póstuma.

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