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Nicole Krauss: "Para poder escribir necesito libertad"

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La intimidad es algo precioso y preciado. También se da, aunque son veces contadas, en la literatura, cuando el escritor y su lector establecen una comunión casi mística. Incluso hay ocasiones, excepcionales, en las que surge en una conversación entre dos personas que apenas se conocen. Y fue eso lo que sucedió, en la mañana de un viernes gris, en la casa de Nicole Krauss (Manhattan, 1974) en el exclusivo barrio de Prospect Park, en Brooklyn (Nueva York). Una intimidad en pies descalzos, además, pues así me invitó a entrar la autora estadounidense en aquel hogar de espíritu cordial y decoración elegante, sin estridencias, de un frío cálido, acogedor, nada invasivo. Como siempre debe ser la literatura. Como lo es la suya.

¿Por qué el título, ‘Ser un hombre’?

En mi mente se arremolinaban muchas cosas, algunas relacionadas con mi idea de lo que significa ser un hombre, pero también con el hecho de que ser mujer a veces es una lucha. No hay una sola mujer que no se pregunte cómo habría sido su vida si hubiera sido un hombre. Además, tengo dos hijos y he reflexionado mucho sobre cómo eso cambia mi forma de pensar sobre la masculinidad.

¿Qué supone criar a dos niños en el actual contexto, definido por una idea de la masculinidad tan compleja?

Es problemático para ellos porque están creciendo con una frase que no me gusta, que es la de masculinidad tóxica. ¿Se imagina que tuviéramos esa frase para las mujeres, feminidad tóxica? Mi hijos están creciendo con esa frase, y yo lo cuestiono. ¿De dónde viene eso? Y luego hay mucha confusión sobre lo que es ser mujer, estamos muy confundidos por el género en este momento (ríe).

Algunos relatos fueron escritos cuando comenzó el MeToo.

Como todos los movimientos, era necesario, pero muy reduccionista. Y la literatura se opone a ese tipo de reducción. En la literatura buscamos los momentos de conflicto e incertidumbre. Así que no creo que ese movimiento haya tenido algún efecto en mi escritura per se.

¿Y a qué conclusión llegó tras escribir estas historias?

En todos mis libros ha habido hombres con un papel destacado; los he encarnado, no sólo he escrito sobre ellos. Me daba la oportunidad de experimentar cosas a las que no tengo acceso en mi vida como mujer. Publiqué mi primer libro hace veinte años, y entonces las cosas eran extremadamente diferentes para las jóvenes escritoras. Así que, para que me tomaran en serio, tal vez gravité hacia una voz que pensé que me daría más autoridad. Luego me pasaron muchas cosas y todas esas experiencias de mi vida como mujer se convirtieron en mi material de escritura. Ahora tengo mi propia voz, no necesito que nadie me de esa autoridad. Y con respecto a lo que he descubierto… No sé si escribir para mí consiste llegar a una verdad o a un descubrimiento. Se trata de vivir haciéndose preguntas, vivir en las incertidumbres, explorar los sentimientos, qué significa vivir con otra persona o dejar la vida que compartes con otra persona…

De hecho, el conflicto entre la libertad personal y la estabilidad amorosa está presente en el libro.

Es una falla presente en todas las vidas: o bien decidimos quedarnos en una relación, con la vida que tenemos, y nos aseguramos la estabilidad, o lo dejamos todo y optamos por lo desconocido, por la libertad, y nos convertimos en algo más.

¿También en su propia vida?

Por supuesto. Es algo que está en el centro de la vida de la mayoría de las personas. No conozco a nadie que haya mantenido una relación y no haya vivido esa lucha. ¿Cómo renunciamos a la posibilidad de cambio y crecimiento y experimentación que tenemos cuando somos libres? Por otro lado, como seres humanos necesitamos seguridad, comodidad, estabilidad y sentir que pertenecemos a un hogar. Pero son dos cosas que no conviven muy bien, están en conflicto. Es algo universal, pero también está presente en mi propia vida y me fascina. Porque no sólo necesito libertad como persona, también la necesito como escritora.

Pero, ¿cómo puede un escritor reinventarse con cada nuevo libro?

Es difícil. Tal vez hay algo en mí, en mi forma de ser como una persona que necesitaba ser escritora. Necesitaba hacer algo con mi inquietud. Estoy siempre interesada en cómo puedo cambiar. El problema es que, cuando no tengo suficientes experiencias nuevas en mi vida, es difícil escribir algo completamente nuevo. Necesito que ambas cosas vayan juntas.

¿Será porque la escritura es la otra cara de la moneda? En un lado está la vida y en el otro, la escritura.

Sí, pienso mucho en eso, en que, como lectores y escritores, tenemos la sensación de que podemos cambiar tan fácilmente que nos convertimos en personajes a punto de entrar en la vida. Y nos sentimos conmovidos. Y es curioso que no tengamos tanto ese sentimiento en nuestra vida. Somos mucho más rígidos en nuestra vida, es mucho más difícil sentir que podemos cambiar. Y creo que aquellos que estamos hambrientos de ese tipo de experiencias de transformación recurrimos mucho al arte. La pregunta es: ¿cuánto de eso podemos llevarnos a casa, a ese mundo en el que tenemos que vivir? Creo que mucho. La literatura es una guía para ese tipo de transformación.

Y cuando un lector experimenta que está en casa al leer un libro...

Es lo mejor que un escritor puede aspirar a darle a un lector: un lugar que sienta como su hogar. Cuando escribo estoy tratando de llegar a establecer una conexión muy íntima con el lector, intento crear un espacio de intimidad. Amo la intimidad, me encanta. Y toda mi vida he intentado crear eso en la página.

¿Hay escritores y libros que a usted le han hecho sentir así?

Por supuesto, desde que era una niña. Siempre me ha interesado cómo un extraño puede entrar en tu vida y, casi sin previo aviso, sin esfuerzo, puede surgir la intimidad. Y eso es lo que sucede en la literatura. Desde muy joven, encontré un sentido de comunión con los escritores que leía, mis lecturas me dieron un lugar para vivir, para crecer y para tener nuevas ideas sobre mí misma.

¿Están todos esos escritores aún con usted?

Sí. Con el tiempo van cambiando, unos llegan y otros se van, pero sí. Un amigo me dijo una vez que estamos conversando con los muertos, y de alguna manera es verdad. Y es una conversación profunda, antigua e importante.

Todos los relatos están imbuidos del peso de la Historia judía. ¿Es la Historia una sombra en su obra?

Sí, eso creo, y tiene que ver con toda esa cuestión de la libertad de la que venimos hablando. El pasado en mi mente son tres mil años de historia judía, es el pasado de mi familia y lo que pasó en el Holocausto. El pasado marcó profundamente mi infancia. De ahí surgen preguntas como: ¿qué responsabilidad tenemos en eso?, ¿cómo nos moldea?, ¿cuánto se nos permite liberarnos de eso?, ¿dónde está la negociación entre cómo lidiamos con el pasado y cómo pensamos sobre el futuro? Mi primer libro era sobre un hombre que pierde la memoria, y creo que empecé a escribirlo porque pensé que no recordar era un gran alivio. Cada uno de mis libros trata, de una manera diferente, sobre esa lucha.

El Israel de ‘Ser un hombre’ es un país de cafeterías y apartamentos, de ingenieros y arqueólogos, más que de políticos o política. ¿Es la literatura un modo de explorar países y legados de otras formas?

Estoy segura de ello, para mí es la forma más natural. Como escritores nos daríamos contra una pared si sólo tratáramos de representar a los políticos o al mundo político. Hay otras vías mejores para eso. Y creo que es mi trabajo como escritora hacer lo que la política no puede, celebrar al individuo, afirmar que la vida es única, que sólo hay una vida como esta, que sólo hay uno como cada uno de nosotros. Israel es un lugar que conozco íntimamente y sobre el que tengo sentimientos muy fuertes; es un lugar muy problemático, pero la gente también va a las cafeterías, es ingeniera y tiene amantes, como en cualquier otro lugar. Y para mí es importante sacar eso a la luz.

¿Y cómo fue escribir estos relatos en un momento en el que el antisemitismo va en aumento?

Esto es lo que soy, es mi material. Nunca escondería lo que soy, pero tampoco pienso en mí como si estuviera peleando por alguien. La historia del amor y La gran casa están traducidas al farsi en Irán, y fue algo que me hizo muy feliz. En mi mente, Irán es un lugar al que ni siquiera puedo ir como judía estadounidense cuyo pasaporte está sellado muchas veces por Israel. Pero mucha gente leyó esos libros que tratan sobre judíos, sobre Israel.

El judaísmo tiene esa idea maravillosa, el Tikún Olam, que viene a significar algo así como «reparar el mundo». Y lo necesitamos tanto…

Es una idea muy hermosa. Ninguno puede saber qué parte tiene en esa reparación, sólo podemos intentar que la vida de las personas esté más llena. Y creo que la literatura que he leído me ha dado ese tipo de consuelo. Necesitamos consuelo, y la literatura siempre ha sido eso para mí. Ni siquiera es que esté tratando de consolar a alguien. Es una búsqueda, estoy buscando consuelo. Y, luego, invito al lector a que me acompañe y sea parte del consuelo.

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