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Un niño y su tigre

Casi tres décadas después de esa última tira que revolucionó el cómic, la obra de Watterson vuelve al mercado español de la mano de Astiberri con ‘El gran Calvin y Hobbes Ilustrad.

Un niño y su tigre

Durante diez años, el dibujante Bill Watterson creó una tira diaria llamada a revolucionar el mundo del cómic. Comenzó a publicarse en 1985, en un momento donde el formato se encontraba lejos ya de sus mayores glorias, cuando autores como Milton Caniff, Alex Raymond, Walt Kelly, Dan Barry, Quino, Charles Schulz o Al Capp habían dado a luz obras maestras, auténticos prodigios de síntesis narrativa y creativa, obligados por la férrea estructura de tres o cuatro viñetas como máximo que aparecían cada día. Un continuará cotidiano que la sociedad había aceptado como parte habitual de la prensa diaria, pero que la pujanza de otros formatos como el comic-book o la entonces incipiente novela gráfica parecía haber herido de muerte. Seguían, claro, algunas series de renombre, como la sátira política de Garry Trudeau, Doonesbury, o éxitos indudables como el Garfield de Jim Davis, pero eran excepciones que Watterson rebasó rápidamente con Calvin y Hobbes. Su planteamiento era casi manido, si se me permite: las andanzas cotidianas de un niño bastante gamberrete y su amigo imaginario, un feroz tigre de peluche, no eran precisamente originales en el mundo del cómic: baste recordar esa genialidad que fue el Barnaby de Crockett Johnson, por no citar una larga letanía de niños revoltosos que iría desde los Kantzejammer’s Kids, Nancy y Lulú hasta Daniel el Travieso. Sin embargo, este niño y su tigre de fantasía tenían algo diferente, una química especial con el lector que conectaba a la perfección con los rastros de infancia que todavía quedan en nuestro yo adulto. Watterson había sabido reunir lo mejor de todas las series que le precedieron para crear un personaje único, que conseguía reproducir esa amalgama de crueldad e ingenuidad que es la infancia. Sus travesuras eran nuestras travesuras, nos reconocíamos en sus razonamientos odiando los deberes o la verdura, pero también en esa imaginación desatada que convierte una caja de cartón en el juguete más alucinante jamás parido. Oyendo a Calvin oíamos a ese niño que una vez fuimos, que nos animaba a dejar paso a unas reflexiones donde su creador conectaba con el mundo adulto a través de una nostalgia donde los referentes más reconocibles de la cultura popular campaban a sus anchas: dinosaurios, extraterrestres, máquinas del tiempo, verduras monstruosas y muñecos de nieve que sufrirán la ira de Calvin… Todo era posible en esas cuatro viñetas donde el gag iba mucho más allá del tradicional slapstick: era pura complicidad entre personaje y lector, animada por esa gestualidad infinita capaz de transmitirnos pensamiento y sensaciones con la proximidad que solo logran aquellos que nos acompañaban desde el pupitre. Calvin mira al lector y le interroga, crea un vínculo al que respondemos con una sonrisa amiga y un guiño, sabiendo lo que va a pasar después, sabiendo que la felicidad nos va a acompañar durante mucho después de pasar la última viñeta. Pero detrás de todo este juego de camaradería infantil, Watterson sabía colar profundas reflexiones sobre el ser humano, sobre la amistad, la paternidad y la maternidad, la familia o el paso del tiempo, hasta conformar un auténtico catálogo de filosofía de lo cotidiano, un tratado de cómo ser feliz con las cosas pequeñas que nos pasan cada día. Durante los diez años que duró la serie, su creador se negó taxativamente a cualquier intento de aprovechar el éxito con mercadotecnia variada: no hay muñecos de Calvin y Hobbes, no hay videojuegos, no hay juguetes, solo la edición en papel en periódicos y en libros recopilatorios. El niño y su tigre solo existían en las viñetas, en una decisión tan anómala como valiente y que centraba toda la fuerza de la serie en la historieta, en un compromiso con el lector que llevó hasta el extremo: cuando Watterson decidió que había contado todo lo que tenía contar, dijo adiós a sus personajes. Casi tres décadas después de esa última tira que se cerraba con un maravilloso «Es un mundo mágico, amigo Hobbes ¡Explorémoslo!» que sintetizaba la esencia de la serie, la obra de Watterson vuelve al mercado español de la mano de Astiberri con El gran Calvin y Hobbes Ilustrado (traducción de F.P.Navarro), permitiendo volver a disfrutar de una las grandes obras maestras de la cultura universal.

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