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Habitaciones propias

Veinte investigadores componen un panorama de las diversas formas de reclusión que han actuado y actúan sobre la mujer, y de las diferentes maneras de narrarla.

Habitaciones propias

La cosa empieza con una rotunda declaración de principios. Ya en la primera página, Purificació Mascarell y Verònica Zaragoza lo dejan claro: el libro es «fruto de las investigaciones de veinte especialistas, que viene a ofrecer un panorama de las diversas formas de reclusión que han actuado y actúan sobre la mujer, y las diferentes maneras de narrarla». Y un poco más adelante añaden la declaración de intenciones que antes apuntaba. Se trata de «unas obras que, salvo contadas excepciones, han sido arrumbadas en los márgenes del canon o, directamente, invisibilizadas y borradas por la crítica literaria patriarcal». Mejor comienzo, imposible.

Creo que pocas veces he leído un libro como éste. Leo mucho sobre literatura escrita por mujeres. Y también mucho sobre literatura que habla de mujeres. Hasta me he atrevido a escribir bastante sobre esas escrituras. Y casi siempre lo he hecho siguiendo lo que dice esa introducción: la invisibilidad de grandes escritoras, el desprecio del canon, ese canon que hasta ahora mismo lo construye la crítica firmada por hombres. Sí, eso del patriarcado está inyectado en vena en la selección que impone ese canon. Pero este libro, que no me ha permitido reposo de ninguna clase en su lectura, añade un detalle fundamental: el contexto en que se producen esas escrituras de mujer. Los sitios donde escriben. Las condiciones del encierro que hicieron posible esa escritura. Cómo de diferentes son los textos según las circunstancias de su reclusión.

Hasta ahora había leído, sólo y en ese sentido, alguna literatura concentracionaria. Las más habituales de Primo Levi, Semprún y otras más o menos parecidas. Más tarde añadí algunas otras, entre las que me dejaron kao las de Charlotte Delbo y Ceija Stojka. Pero este libro va mucho más allá de ese contexto. Habla de otras reclusiones que, lo confieso, nunca se me habían ocurrido. Posiblemente la que más: la de los conventos. El tiempo monacal, el silencio, la austeridad de la celda convertida en esa habitación propia que se exigía a sí misma y exigía Virginia Woolf. De ahí, de esa frialdad invernal en que se desarrolla la vida en los conventos, surgieron escrituras inmensas. Lo mismo que de los encierros en los sanatorios donde tantas mujeres fueron sometidas a torturas electrificadas para aplacar la histeria que según los médicos las trastornaba. Si a la gente le preguntas por ese espacio sanitario y los textos que propició siempre sale La montaña mágica. Y alguna cosa de Robert Walser. Pero hay más. Y lo pueden comprobar, sin ir más lejos, leyendo las páginas de Encerradas. Mujer, escritura y reclusión. Hagan la prueba, ¿vale?

Hay otros espacios tapiados a la creación literaria de las mujeres que también aparecen en este libro, que tiene, eso sí, tintes académicos, pero no es eso una pega porque su capacidad ilustrativa supera, con mucho, la dificultad que se podría deducir de esa característica. Las cárceles. La necesidad de las mujeres presas de contarse a ellas mismas y de contar para que se conozca fuera de los muros de la prisión cómo se vive dentro de las instituciones penitenciarias. Tengo experiencia en ese tipo de textos porque durante muchos años trabajé en ese espacio carcelario con hombres y mujeres que escribían historias para hablar de su propia experiencia, pero también, en otras ocasiones, levantaban textos que eran auténticas maravillas de ficción, tanto en poesía (las más de las veces) como en prosa.

El encierro, ya lo dije y lo dicen mucho mejor las editoras de este libro, propicia inmensos textos literarios de mujeres que nos resultan escasamente o nada conocidos. Escribí más de una vez sobre Unica Zürn y me la encuentro en este libro que abre las ventanas de la reclusión al aire libre de una lectura que apasiona, que enrabieta y conmueve, que nos exige mirar a otra parte, a esa parte que el canon convierte aposta en invisible. Nunca se me hubiera ocurrido que María Teresa León y Doña Jimena, la siempre y sumisa esposa del Cid, pudieran formar un dúo que no habrían superado Janis Joplin y Tina Turner en el caso de que se hubieran subido juntas alguna vez a un escenario. Y no olvidemos que «quizá la cárcel femenina por excelencia, la más extendida y ‘normalizada’ a lo largo de las épocas y los territorios, sea el propio hogar de la mujer… Innumerables mujeres constreñidas, limitadas, apresadas por la institución matrimonial y familiar». También de ahí saldrían textos que deberían formar parte imprescindible de nuestra biblioteca particular, por modesta que ésta sea.

Finalmente, tampoco podía faltar, en este repaso a las escrituras propiciadas por la reclusión de las mujeres en sus más diversos ámbitos, las situaciones y personajes femeninos que llenan obras literarias absolutamente necesarias. Desde el teatro de García Lorca a la espera insoportable en el corredor de la muerte, las mujeres ocupan lugares protagonistas que necesitan ese aire para respirar que demasiadas veces -algunas casi siempre- la literatura les ha negado y les sigue negando. Para eso, para salvar con destreza esa indiferencia, sale este libro a la palestra del conocimiento y el debate. La esperanza en que ese conocimiento y ese debate nos ayuden a enfrentarnos a esas escrituras que desconocíamos o las conocíamos poco. Ojalá este libro contribuya «a una mayor toma de conciencia sobre la realidad y los efectos del encierro femenino en el mundo patriarcal». Las editoras y quienes con sus textos han hecho posible Encerradas bien que lo dicen y bien que se merecen que sus trabajos no caigan en saco roto. Para echar una mano, y coser aunque sea una miaja esa rotura, escribo esto que si han llegado hasta aquí acaban de leer. Pues eso.

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