Joaquín Luna, un costumbrista desatado
El periodista catalán reúne sus columnas en "Cuando te dejan", un libro que rebosa estilo, acidez, ironía y sentido del humor: "El día que yo sepa reinventarme, dejo el periodismo, el tabaco, las faldas y me apunto a yoga", escribe
“Cuando te dejan” (Temas de Hoy, 2022) es el nuevo libro del periodista catalán Joaquín Luna, bajo el subtítulo de “costumbrismo para descreídos”. Unos paseos literarios que lo alejan aceleradamente de esa actitud políticamente correcta que tanto proyecta la sociedad de hoy en día. Escribe desacomplejado, desatado, casi asilvestrado. Con estilo, pero sin exuberantes malabarismos lingüísticos, y con un tono vagamente escéptico que le han llevado a tener reconocidos seguidores de la categoría de Sergi Pàmies o de Juan Marsé.
Y, tal vez, esa desnudez es la más fecunda raíz conceptual de sus textos. Son un puñado de columnas publicadas en La Vanguardia y recopiladas a lo largo de la última década que rebosan acidez, lucidez, ironía y sentido del humor: “He perdido la torería de aquel personaje clásico de la noche para invitar a una copa”, manifiesta.
Por lo tanto, se revela como un dandi de la noche barcelonesa, emocionante sistema del que echa mano para la inspiración, y un experto polemista en política y divorcios: “Un divorciado trata, naturalmente, de tener sus rutinas domésticas: un día a la semana para lavar, una botella en la nevera con burbujas que suban a la cabeza sin matar a nadie y una cama limpia y presentable”.
El periodista, que ha ejercido de corresponsal en Hong Kong de 1987 y 1993, en Washington (Estados Unidos) de 1993 a 1996 y en París de 1996 al 2000, asegura en uno de sus textos que “el día que yo sepa reinventarme, dejo el periodismo, el tabaco, las faldas y me apunto a yoga hatha o vinyasa”.
Fumador empedernido, se revela como un hombre de paz, nacido para el lujo y para el doble lenguaje: “El catalán es mi lengua, como el castellano, y soy orgullosamente barcelonés”. Tanto es así que se gasta dieciséis euros en el “antológico” Bloody Mary del madrileño hotel Ritz y todos los coches que utiliza son de alquiler porque no tiene uno en su propiedad. Precisamente, divide a España en dos: la del yoga y la del chuletón, al punto, sal gruesa y pimientos asados o de Padrón. Es decir, la que se cuida y lleva una vida incontaminada y ordenada y la que no y, por tanto, vive al límite y de manera más intensa.
Luna es un tipo que escribe sin recochineo y que, según confiesa, nunca será un buen catalán: “Tengo la suerte de que si dejo de sentirme catalán y me hago apátrida igual incluso vivo mejor”. Pero, de momento, se contenta con solucionar el mundo desde la barrera de su tribuna y, a veces -dice- “sin entender nada”, a pesar de que anónimos le envíen cartas al diario por criticar a Puigdemont que no le llegan porque teletrabaja y va poco por la redacción.
Para colmo, (afortunadamente) también es un aficionado a los toros que jura las cosas por la memoria de Manuel Rodríguez “Manolete”, que viaja por las plazas para ver a José Tomás y que está enamorado de la tauromaquia de Morante de la Puebla: “Como en Barcelona están prohibidos, uno tiene la excusa para irse a Madrid y compartir la fila 1 del tendido 10 de Las Ventas, la del añorado Joaquín Vidal, un crítico libre”.
También tenía como animal de compañía a un agaporni que se llamaba Joselito -nombre del rey de los toreros-, pero le dejó en libertad. Como él intenta vivir plenamente cada día a día.
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