Katixa Agirre: Traducir la realidad
La nueva novela de la autora de ‘Las madres no es’, resulta original, inquietante y adictiva, donde reflexiona con ironía sobre las realidades paralelas, la necesidad de evasión y el autoengaño
Inés Martín Rodrigo
Parece, por su gesto característico, que Katixa Agirre (Vitoria, 1981) está siempre riendo. Y, sin embargo, de cerca, al entablar conversaciones en las que procura pensar, porque se nota, antes de hablar, mide sus sonrisas, no se las entrega a cualquiera, su interlocutor debe ganárselas. Se advierte, en eso y en sus intervenciones públicas, tan sensatas, oportunas, una timidez nada impostada, propia de quienes decimos todo lo que queremos a través de la escritura, pues de eso se trata, sin que sea un refugio, sino una forma de vida. Antes de ponerse a escribir, siempre en euskera, o, mejor dicho, a publicar, estudió Comunicación Audiovisual, con tesis doctoral sobre el mito de Lolita en Hollywood e investigación sobre Mad Men incluidas. Llegaba con la lección seriéfila bien aprendida, pues en su temprana adolescencia se enamoró, como lo hicimos todas, de MacGyver. De hecho, las reprimendas de sus padres se traducían en castigos sin ver la televisión.
Tras publicar dos libros de cuentos, además de numerosos títulos de literatura infantil y juvenil, se entregó a su primera novela, Itxaron (Elkar, 2015; Los turistas desganados, Pre-textos, 2017). Tardó cinco años en escribirla. «Tenía mapas. Soy muy desorganizada para todo lo demás, pero para la escritura no, para la escritura soy muy ordenada. Aunque con cada novela me voy dejando llevar, para eso escribes». Su narrativa, de hecho, fue creciendo, madurando, incluso a una velocidad superior a la de su propia naturaleza, eso que siempre pasa cuando la voz es poderosa y trasciende. Para comprobarlo, basta con leer Las madres no (Tránsito, 2019), una novela arriesgada, rompedora, en la que confluyen infanticidio, maternidad y creación. Fue ella la encargada de traducirla al castellano.
«No es fácil que dé a leer antes, lo da bastante trabajado», cuenta su editora, Sol Salama. Que se exprese, narrativamente, en lengua vasca se debe, «quizás, al hecho de que en euskera las frases son más cortas, porque en castellano se tiende más a la subordinación; a veces he escrito en castellano, pero no me gustaba, me parecía que estaba imitando a alguien siempre». Prefiere, en definitiva, pisar «un terreno en el que no está todo dicho». Su última novela, De nuevo centauro, una distopía no tan lejana en la que historia y futuro dialogan sobre el presente con Mary Wollstonecraft como singular invitada, ha sido traducida por Aixa de la Cruz, otra voz propia. «La escribí bastante rápido, en un año. Parte de un relato por encargo que dejó una puerta abierta. Me metí de manera inconsciente, sin saber lo que suponía incursionar en un género que ni siquiera me interesaba». Ese género, el de la ciencia ficción, es la excusa de la que Agirre se vale para «pensar en el futuro», que era lo que buscaba con esta historia de una mujer de mediana edad, madre de tres hijos, en crisis. «No me interesa la realidad virtual. El libro no va de eso», zanja la autora, sin ser consciente de que, de ser estas líneas las de una entrevista, ese sería el titular.
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