¿Flor de estufa?

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¿Flor de estufa?

¿Flor de estufa?

Alfons Cervera

Alfons Cervera

Mes de mayo de 1916. Un libro titulado Cartas a las mujeres de España. Su autor es Gregorio Martínez Sierra, un afamado escritor, metido también, con el mismo éxito, en el tinglado de la producción teatral. Hasta triunfó en la cinematografía de Hollywood. Un crack, como diríamos ahora, que no descuidaba ningún detalle para alcanzar el reconocimiento a cuantas más bandas posibles, mejor. Pero lo chocante es que casi todas, por no decir todas, sus obras literarias las había escrito su mujer: María de la O Lejárraga. Aunque parezca mentira -o no tanto- esa suplantación era un secreto a voces. La gente que se movía en ese ambiente conocía perfectamente que la mano que mecía la escritura era la de una mujer que habría de convertirse en una de las más importantes en las reivindicaciones feministas de aquel tiempo. No fue ella sola, claro que no. Aunque sus nombres fueran escondidos entre los de los hombres que hicieron furor en la llamada Generación del 98.

Más de cien años después regresa aquel libro con un excelente prólogo de Isabel Lizarraga Vizcarra y Juan Aguilera Sastre y con una novedad más que justificada: el nombre de María de la O Lejárraga aparece junto al de su marido. Ella misma, en algunas ocasiones, ha dejado claro que en esas cartas contó con su imprescindible colaboración, no sólo en ese proyecto sino en muchos otros. Ya en 1913 Martínez Sierra (como siempre) escribe un artículo para el X Congreso Internacional Feminista celebrado en París del 2 al 7 de junio de 1913. El título del texto es Feminismo y según Aguilera y Lizárraga sale al paso «de los prejuicios y la frivolidad, casi siempre teñidos de grosería e ignorancia, con que solía abordarse en España la cuestión feminista». Una revista de modas aludía a que en ese Congreso parisino «se han reunido todas las feas de la tierra». El autor del artículo (o sea, la autora) escribe: «Es triste: estamos en España tan lejos de toda corriente mundial, que seguimos creyendo que las mujeres que piden sus derechos de ser humano son marimachos sin sexo, dejadas de la mano de Dios, renegadas del amor, enemigas de la maternidad, destructoras de la santidad del hogar». Eso fue escrito en 1913. Pregunto: ¿no les parece a ustedes de plena actualidad?

Las cartas fueron publicadas en la revista Blanco y Negro a lo largo de 2015. Primera Guerra Mundial: «Los hombres están muriendo por la Patria; ellas están salvando la vida de la Patria». Y un poco más adelante: «Cuando vuelvan los hombres del campo de batalla y se encuentren con que aún hay pan y hogares, a pesar de la sangre derramada, ¿cómo van a negar a las mujeres, que han sido sus iguales en heroísmo, la igualdad ante el derecho que pidan?». Las armas del saber para no quedar encerradas en las decisiones de los hombres: «Hay que prepararse; hay que aprender un poco más; hay que pensar un poco más; hay que salir del círculo encantado en que les encierran a ustedes unas cuantas mentiras bonitas de los hombres; hay que preocuparse un poco menos de la moda y un poquito más de la vida; hay que entusiasmarse menos por el flirteo y más por el derecho». Son veinticinco misivas en total, más una de regalo, como esos bonus track que salen en los discos musicales. Puede haber algunas cosas que chirrían, como cuando se alude a la caridad cristiana. Pero es que para la autora no era tanto la sola caridad sino lo que entenderíamos ahora como justicia social. No hay que olvidar el tiempo en que las cartas fueron escritas.

«Nuestro grano de arena es nuestra actividad. ¿Creen ustedes, señoras mías, que puede ser muy grande el que aporte la mujer que se deja mantener por el hombre, a cambio de proporcionarle meramente placer sensual?... Pensad que si el progreso de la mujer se ha detenido, es que está agonizando la vida de la especie. Si vosotras decís: ¡Hasta aquí llegó mi tarea!, habéis abierto las puertas de la muerte para todos nosotros»: así todas las cartas. Palabras que agujerean una realidad ingrata para las mujeres. Es el libro como una conversación con los hombres y las mujeres de su tiempo. Mujeres de todos los estratos sociales. Me reí -no está prohibida la risa en este libro, sino todo lo contrario- con el capítulo dedicado a las mujeres ricas que van a olvidar los fríos del invierno tostándose al sol y al aire del campo en medio de un aburrimiento insoportable. A lo mejor me quedo con la carta que lleva por título Ideales nuevos. Cuatro retratos de mujer, por Walt Whitman: «Niñas bonitas, las de quince a veinte; las que acaso leéis novelas románticas y aun, de vez en cuando, libros de versos; las que soñáis con pareceros a las heroínas ideales que han ensalzado novelistas y cantado poetas, pensando que las más alta perfección de vuestra feminidad ha de encontrarse, sin duda, en el ideal que de la mujer se han formado las grandes inteligencias masculinas… La mujer moderna ya no es flor de estufa: es árbol frutal que da flor y fruto en el soleado aire libre del huerto…». Hoy aquellas niñas bonitas son cautivas de esa obscena literatura pornoadolescente que con todo el morro escriben unas escritoras -y algunos escritores- con resultados millonarios en sus cuentas corrientes. La explotación inhumana de los amores jóvenes, las trampas a que someten los sueños de una edad que no se merece este maltrato emocional. Y para más humillación y más vergüenza: bastantes de esas escritoras (o lo que sean) son valencianas. Mejor lo dejo aquí para no cabrearme y les aconsejo que lean Cartas a las mujeres de España, de María de la O Lejárraga y Gregorio Martínez Sierra. Es un libro de 1916 que es como si se hubiera escrito pasado mañana. No tiene desperdicio. Ningún desperdicio. Ninguno.

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