La moderna Prometea

Una adaptación feminista y humanista del famoso relato de Mary Shelley.

La moderna Prometea

La moderna Prometea / Álvaro Pons

Álvaro Pons

Pocas obras han definido mejor el concepto del monstruo como la inmortal creación de Mary Shelley, Frankenstein o el moderno Prometeo. Parte sustancial de la literatura gótica, la novela excedió pronto ese papel para erigirse en mito fundacional del género de terror de la cultura popular del siglo XX, subvirtiendo en cierta medida el mensaje original de su autora para asimilar la alteridad como eje del desarrollo de un personaje que había crecido entre la duda de los progresos de la ciencia y la reflexión sobre el hombre que busca sustituir al dios creador. Un diálogo fructífero, pero que dejaba casi siempre de lado el sugerente subtexto feminista que la obra de Shelley insinuaba constantemente: por un lado, el monstruo es el fruto de la ambición masculina de dar a luz sin la intervención de la mujer; por otro, el rechazo de la paternidad y el miedo al hijo, visto como un monstruo execrable. Sin olvidar la paradójica aspiración del engendro de crear a una mujer que fuera imagen de sí mismo: la mujer por defecto, un eufemismo de mujer creado desde los arquetipos que la mirada masculina ha construido. La escritora supo crear un complejo caleidoscopio de reflexiones donde la criatura es tan solo un punto de unión entre deseos reprimidos, un gólem de barro que se moldea según las ambiciones frustradas de sus protagonistas para erigirse como reflejo amorfo de todos los personajes. El engendro nunca tuvo nombre porque puede ser el oscuro deseo de cualquiera, como bien asumió Víctor Erice en El espíritu de la colmena, pero también como la cultura popular ha entendido desde el cine, desde la apropiación monstruosa de Whale al delirio pop de Terence Fisher en Frankenstein creo a la mujer, pasando por la reescritura como superhéroe Marvel o la divertidísima parodia de Mel Brooks.

La moderna Prometea

La moderna Prometea / Álvaro Pons

En ese torrente de versiones y deformaciones, son muchas las que han transformado a la criatura en mujer, pero pocas las que han hecho a Víctor Frankenstein una mujer como propone Sandra Hernández en Frankenstein (Bang Ediciones). Siguiendo el espíritu de la colección Clasicomix, la autora hace una traslación canónica de la historia de Shelley, respetuosa en todo el desarrollo de la misma salvo el género de la protagonista. Aparentemente, el cambio no afecta a la historia: la creación del monstruo, el rechazo, la muerte de la amada y la venganza siguen ahí, manteniendo la estructura epistolar con exquisito mimo y permitiendo dejar indemnes las lecturas sobre los peligros del progreso como génesis del terror gótico y la búsqueda infructuosa de la divinidad por el ser humano. Sin embargo, el mensaje feminista de Shelley deja de ser subterráneo para hacerse evidente, pero desde perspectivas que consiguen interpretaciones muy diferentes: la maternidad vuelve al centro, pero esta vez se reviste de matices y contrastes que hablan desde el miedo, el trauma y la obligación social de tener hijos, que construye un monstruo que termina invadiendo la existencia de la mujer y anulándola. La gestación como elección no fisiológica, sino construida desde una sociedad que la exige como constituyente determinante y necesario de lo femenino, pero también como un mito que se convierte en origen de temores íntimos ante la propia experiencia de ser madre. Hernández usa una paleta de cromatismos violentos, de colores puros que delimitan al monstruo como una masa amorfa de negro de la que solo destacan sus ojos, potenciando la simbología de esa alteridad impuesta que se oculta como una presencia ominosa constante que persigue a la mujer. El anhelo de divinidad se humaniza, pero no a través del fracaso prometeico, sino desde la mirada de una mujer que vive esa persecución por el simple hecho de ser mujer, por no seguir el criterio de una sociedad que ha decidido imponerle se destino y su futuro.

La moderna Prometea

La moderna Prometea / Álvaro Pons

Un excelente cómic donde Hernández consigue extraer nuevas lecturas de una obra magistral que demuestra ser absolutamente inagotable, universal y eterna.

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