Crónicas de la incultura

Arte y política

Ángel López García-Molins

Llevamos algunas semanas de campaña electoral y parece que no se pueda hablar de otra cosa. Tengo amigos que han acudido a varios mítines como quien va al circo y no les falta razón, suelen tener más de espectáculo que de otra cosa. Los gestos exagerados, las frases impactantes, la euforia incontenible…, ya saben. Pese a todo parece que el género ya aburre hasta a los culebrones y que la asistencia de nuevos espectadores ha sido más bien escasa, con manifiesto predominio de reincidentes de la tercera edad. Dicen que los mítines están pasados de moda. No me extrañaría. Los jóvenes prefieren las redes sociales en las que uno puede hacer gala de una ferocidad sin límite contra los que piensan diferente y recibir réplicas igualmente feroces sin que llegue la sangre al río. Desde la pandemia nos hemos vuelto muy asépticos y no hay nada que nos horrorice más que exponernos al contacto humano más allá de las cañas entre amigotes.

Total, que como no sabía qué hacer el pasado fin de semana porque los mítines me parecen un déjà vu y las redes un déjà lu, el domingo aproveché para visitar la triple exposición que había en la Fundación Bancaja: Botero, Sorolla en negro y Pintores vanguardistas belgas. Si pueden ir, no se las pierdan, merece la pena. Pero este consejo corresponde a mis compañeros que escriben sobre arte en Levante-EMV. Si me atrevo a darlo yo es por lo que cada una de estas muestras refleja sobre los estereotipos de la cultura. Había visto bastantes esculturas de Botero, pero tan apenas pinturas y me ha interesado mucho el mundo que reflejan sus célebres gordos y gordas: No tienen nada que ver con la obesidad mórbida provocada por la comida basura entre las personas humildes: en los cuadros de Botero los gordísimos rebosan salud y se les ve francamente optimistas: Todo va bien, era el mensaje. Luego vi la muestra Sorolla en negro, que reúne magníficos retratos de personajes, casi todos de la alta sociedad española, ataviados con sus oscuras galas formales, en claro contraste con los temas habituales del pintor valenciano. Todo va mal, era el mensaje. Finalmente visité una selección de las poco conocidas vanguardias belgas: fauvistas, simbolistas, expresionistas, surrealistas, lo que hoy llamaríamos rupturistas. Todo lo anterior a nosotros es una porquería, era su mensaje

Como cada muestra se exhibe en una planta diferente tuve que desplazarme en ascensor y saqué la impresión de que estaba viajando entre actitudes artísticas enfrentadas. Pero al salir me encontré con un colega y cuando se lo conté, me espetó: ¿tú también te has ido de mítines esta semana? Me quedé perplejo pensando que nada es inocente en el mundo de la cultura.

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